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  • Llegar a viejo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 03/10/2024 04:03

    Un estudio del Instituto Nacional de Estadística (INE) conocido este verano se reafirmaba, por lo que a Córdoba toca, en dos indicadores que plasman una realidad ya sabida: uno, que la población sigue en descenso, sobre todo en los pueblos; y dos, que además de decrecer, envejece, con una media de edad que se acerca a los 45 años y una tasa de dependencia entre quienes han superado los 65 próxima al 55%. Todos estos datos demográficos, y más que les ahorro por no caer en el alarmismo, se han recordado estos días con motivo de la celebración, el pasado 1 de octubre, del Día Mundial de las Personas Mayores, proclamado en 1990 por las Naciones Unidas para alertar sobre la necesidad de proteger más a un amplísimo grupo de personas por lo general mal atendido. Y es una atención a la que nadie debería estar ajeno -desde el ámbito familiar al ciudadano- aunque sólo sea por la cuenta que nos trae; porque, no se olvide, todos llevamos un viejo dentro. Pero lo cierto es que, al menos en torno a estas efemérides, la mirada suele detenerse en los poderes públicos como máximos responsables de arbitrar políticas adecuadas –costosas, sí, pero imprescindibles- para conceder a los de más edad el trato digno y solidario que se han ganado tras largos años de entrega. Se demanda una consideración que vaya mucho más allá de acordarse de ellos cuando llegan unas elecciones o, fuera de ellas, a la hora de replantearse -a la baja por supuesto-, la conveniencia de dar una buena sacudida al sistema de pensiones para cuadrar las cuentas del Estado. Hay que incrementar el gasto sanitario, y cumplir los plazos legales en materia de dependencia que, volviendo a cifras provinciales, en Córdoba sufren tal retraso que más de 5.000 solicitudes están pendientes de estudio y unas 1.200 con esa dependencia reconocida no reciben prestación, según CCOO. Hay que crear muchas más plazas públicas en residencias -faltan 3.000 de acuerdo con la misma fuente-, centros al alcance únicamente de bolsillos bien pertrechados si se acude a ellos por libre. Y hay que reforzar el sistema de eso que llaman envejecimiento activo, que es intentar que los abuelos no se queden en casa encerrados con ellos mismos y sus recuerdos; sobre todo si padecen una soledad impuesta por las circunstancias que puede acabar aplastándolos, como demuestra otra estadística demoledora, el aumento del suicidio en sujetos de la tercera edad. La participación de los mayores en cuantas invitaciones se les hace, sean culturales o sociales, quizá sea el aspecto que más se presta al optimismo, porque la verdad es que están dispuestos a apuntarse a un bombardeo. No hay más que ver el movimiento registrado desde hace una semana en las agencias de viajes, cuando se abrió el plazo para solicitar los que ofrece el Imserso a precios realmente interesantes -de ahí que se agoten al instante hasta las listas de espera-. O la respuesta que curso tras curso dan a los estudios intergeneracionales de la universidad, que facilita la oportunidad de formarse a quienes de jóvenes no pudieron hacerlo, y de ampliar conocimientos a los que, incluso con varias titulaciones, no renuncian a la curiosidad intelectual. Porque lo que está claro es el interés de los mayores por seguir aprendiendo. Tropiezan con la brecha digital, capaz de asustar también a nativos analógicos con menos años, que los acompleja y ahonda en su aislamiento. Y ahí, como en tantos otros aspectos, resulta imprescindible la ayuda institucional. Es una cuestión de justicia. Suscríbete para seguir leyendo

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