Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Naturaleza muerta

    » Diario Cordoba

    Fecha: 02/10/2024 04:48

    Como si de un Edén fallido se tratase, el nuevo Plan General de Ordenación Municipal de Córdoba dibuja una ciudad vestida de un verde impostado, un escenario donde las pérgolas solares y techados ecológicos nos prometen sombra y frescor, a la manera de aquellas falsas promesas que otrora la urbanidad misma espetaba a la naturaleza. Pero estas medidas «verdes» parecen más una súplica desesperada de reconciliación que una solución verdadera a la desgarradora realidad: la urbe se ha convertido en su propia isla de calor. Las propuestas de este plan suenan como un eco lejano del mito de Narciso, donde el reflejo que Córdoba contempla en su río es la estampa de una urbe que languidece, necesitada de techumbres de hiedra artificial y árboles que, como en una obra de Esquilo, se convierten en el coro de un drama donde la naturaleza apenas murmura un lamento ahogado. ¿De qué sirve plantar especies autóctonas si la esencia que pretendemos proteger yace enraizada en un pasado de calles sombrías y patios florecidos que ahora se ahogan bajo asfaltos impermeables? Ah, pérgolas solares y techados ecológicos: ¿sois acaso los nuevos ídolos de esta civilización que ha perdido su alma? Como dioses de arcilla, adornan avenidas que sienten el peso de una modernidad dislocada, donde la naturaleza se domestica con fines utilitarios, y el anillo verde no es sino un artificio que trata de envolver una herida que nunca cierra. El plan, con su pompa y circunspección, no es más que la teatralidad de un Ícaro desplomándose: se nos habla de densidad de vegetación y suelos más permeables como si se tratara de un conjuro capaz de desterrar el fuego del asfalto; se nos promete la protección de la Sierra y de parques que aún permanecen indemnes, como si con ello pudiéramos devolver el tiempo perdido. En la Sevilla de Bécquer, el río fue un amante melancólico que suspiraba por una ciudad orgullosa de su savia, de sus aires de azahar; ahora, en esta Córdoba que el PGOM intenta reanimar con medidas artificiales, el río es un espejo roto que apenas recuerda la belleza de lo que fue. Y el uso de aguas regeneradas y la siembra de árboles parecen remedios tardíos, meras florituras en un soneto cuyo verso final fue escrito hace tiempo: el verso de una desconexión irreversible con la tierra que alimentó la grandeza de una ciudad. En definitiva, la ciudad no necesita techos ecológicos ni anillos verdes; lo que requiere es memoria, esa virtud estoica que nos permita recordar lo que fuimos y entender lo que hemos dejado de ser. Porque solo cuando despertemos del sueño de grandeza que nos impide ver la realidad, quizás entonces Córdoba pueda volver a ser aquella ciudad que bailaba al son del Guadalquivir, y no esta naturaleza muerta que agoniza bajo el peso de un progreso vacío. Suscríbete para seguir leyendo

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por