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    » Diario Cordoba

    Fecha: 02/10/2024 04:45

    Este año he empezado la temporada de un modo original: he pasado muchas horas en un hospital público (el de mi ciudad, Mataró). No como paciente, sino como acompañante, que es infinitamente más distraído. Por desgracia, no es la primera vez que me toca. Como en las ocasiones anteriores, he quedado prendada de los profesionales de nuestra vapuleada y maltratada sanidad pública. Y también agradecida hasta el infinito. Ojalá les vaya bien en la vida a todas estas personas, ojalá les toque la lotería, encuentren la casa y al amante de sus sueños y les suban el sueldo varias veces en los próximos años. Ojalá no sientan nunca la necesidad de marcharse a lugares donde les valoren más o donde les paguen mejor. Durante las largas horas de vigilia nocturna de los últimos días me he preguntado, a menudo, quién paga a las enfermeras (el plural incluye también a los enfermeros, conste) su sonrisa permanente, su agrado, su simpatía, su diligencia, su buen ánimo. ¿Hay acaso un plus en su nómina por ser agradables, cariñosos, humanos? ¿Por bromear y reír después de muchas horas de trabajo? ¿Por no mandar a la mierda a pacientes insoportables? ¿Por dar explicaciones adicionales, por contar anécdotas que hacen llevadera la estancia a las personas solas, por ejercer esa virtud tan poco ensalzada de la compasión? En estos días he podido escuchar a una enfermera veterana decirle a una joven y llorosa estudiante en prácticas: «Tú trátales bien, pero no dejes que te vuelvan a faltar al respeto». He escuchado a una auxiliar contar cómo se examinó del arte de hacer camas y por eso ahora es la más rápida en su casa. A una joven profesional indignada porque cierto paciente acababa de orinarse en la mesa de la comida solo por fastidiar. A otra, prometerle a un jovencito recién operado y muerto de miedo que no se va a morir esta noche. Son solo algunos casos. He conocido muchos más. También pasé una noche aciaga en urgencias. Fue como estar en un capítulo versión reality de ‘Hospital Central’. Incluso los profesionales decían que era una noche difícil. De nuevo me pregunté muchas veces quién paga a los médicos por soportar tanta queja, tanto grito y más de un insulto de gente que se considera mal atendida, cuando ya le están atendiendo. Quién les compensa por soportar la saturación, la evidente falta de profesionales, el estrés de un trabajo en el que no se te permite mostrarte estresado. O, sencillamente, cómo lo hacen. Cómo lo hacen para no enfadarse, no darse por vencidos. Para no mandar a paseo a más de uno. Termino con un par de verdades: ya sé que nuestra sanidad pública (hija de la reforma sanitaria de Ernest Lluch) se basa en la equidad y la igualdad, pero hay personas que merecerían entrar en los hospitales con bozal. Sospecho que habrá médicos y enfermeras de otra índole, pero los buenos merecen ser respetados al máximo. Educar a los pacientes es necesario pero lento. Podríamos comenzar por subirles el sueldo. Y por inyectar millones a nuestra maravillosa sanidad pública para que siga siendo equitativa, igualitaria y maravillosa. Suscríbete para seguir leyendo

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