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  • Tomasa, un canto a la vida en Funes: "El secreto es estar de pie con alegría"

    » La Capital

    Fecha: 29/09/2024 10:39

    La entrerriana Tomasa Villalba, de 82 años, hace casi 60 que vive en Funes. Hizo todas las tareas del campo, fue empleada doméstica, cocinera en varios restaurantes y en su casa y modista y la pelea en su casita de la calle Alfonsín. "Hay que andar en bicicleta, leer mucho y estar de pie con alegría" Tomasa Villalba: "Siempre anduve en bicicleta hasta que pude. Y leo mucho: sopa de letras, crucigramas, historia, la Biblia. Me gustaban mucho las novelas de Corín Tellado, pero ya no puedo leerlas por la vista. El secreto es estar de pie con alegría" A los 82 años la entrerriana Tomasa Villalba hace casi 60 que vive en Funes. La mayor de nueve hermanos, Tomasa trabajó de chica en el campo y luego como empleada doméstica y como cocinera de varios restaurantes y modista, crió a sus tres hijos, perdió al más chico hace unos años y quedó postrada, pero la pelea todos los días en su casita de la calle Alfonsín, cerca de la cancha de San Telmo. La Gringa o la Tomy, como la llaman, es un canto a la vida. Saquito violeta tejido, pollera multicolor, peinado de peluquería y uñas arregladas y pintadas de celeste, Tomasa comparte unos mates con La Capital a mediatarde de un día de semana, sentada a la mesa de la sencilla cocina de su casa, junto a su hija Carina y a su nieto Lautaro, quienes la marcan de cerca. Nacida el 21 de diciembre de 1941 en Las Masitas -“un pueblito entre Victoria y Diamante, que es puro campo, una casa aquí y otra por allá” - Tomasa es hija del jornalero gitano romaní Isidoro Villalba y del ama de casa uruguaya de Paysandú Rosa Langoni. “Papá era jornalero y tenía un almacén de campaña, al que venían los isleros, que buscaban cosas de montar y hacían su comprita: diez centavos de yerba, harina y azúcar. Tenía un almacén con cancha de cuadreras, una hermosa cancha de bochas y las tabas” recuerda Tomasa. -¿Cómo era la vida en Las Masitas? -Me acuerdo de que cuando empezaba a caminar, en la estancia El Molino, de la familia Vieus, había una gran higuera con un ranchito a cada lado. Yo tenía dos primos, que me llevaban a caminar uno de cada lado, a tres metros de un arroyo del tanque australiano del molino. Y también me acuerdo de mi abuela gitana, Paula Chaves, que si podía les daba una paliza al hijo y al marido. En el almacén de campaña había un hombre que tomaba su copita de ginebra Goyo Gadea y se ponía muy malo. Hasta que un día mi abuela agarró un hacha muy grande que tenían en el fondo, levantó la tapa del mostrador y el tipo se fue. Era una mujer que salvó a muchos: les ponía cenizas tibias del fogón y les salvaba la vida. Y también era comadrona -ahora le dicen partera- y trajo muchos chicos. Cuando yo tenía cinco años murió mi abuelo Oslabo Eulorio Villalba, lo vistieron y lo pusieron arriba de la mesa todo rodeado de velas. Ahora ni velorio hacen. Ha cambiado todo. -¿Cuándo empezaste a trabajar? -A los ocho años un militar llamado Soldini se casó con una maestra y me llevaron como dama de compañía un año a La Calera, en Córdoba. A los 12 o 13 años mi padre se fundió con Miguel Obeid -un excelente médico y padre de (el exgobernador de Santa Fe) Jorge Obeid. Mi padre tuvo que vender el almacén e irse a Isleta, entre Diamante y Crespo, donde le arrendaba terrenos al marido de una prima hermana. A las 5 nos levantábamos con mi mamá a ordeñar con el barro hasta las piernas. Después íbamos al pozo de agua, nos lavábamos las piernas y nos poníamos cenizas calientes. Con mi padre y mi hermano el Negro íbamos a campos vecinos a juntar maíz y en un campo nos dieron permiso para sacar arena, que llevábamos en carro, por el pedregullo, hasta Diamante. Ahí aprendí a hacer el pan, queso, dulce de leche, manteca, a hacer la quinta y a traer los animales. -¿Cómo siguió tu vida? -A los 15 años fui a trabajar a la casa de un militar conocido, en Estrobel, un pueblito ferroviario a tres kilómetros de Diamante. Este militar con su esposa me llevaban a los bailes del Club Social. Y a los 17 años me fui a trabajar a Buenos Aires porque a una chica de Estrobel le pidieron gente para trabajar como empleada doméstica. Fuimos de Diamante a Santa Fe en colectivo y de Santa Fe a Buenos Aires en tren, en El Tucumano, con gallinas. Primero trabajé en una casa a unas cuadras de Retiro y después en otra en Parque Centenario, frente a la Plaza Rodríguez Peña. Era una familia judía que tenían fábricas de tejidos de punto en Buenos Aires y en Mar del Plata. Tenían un Volkswagen celeste y los fines de semana me llevaban a pasear por Buenos Aires. En el Centro Asturiano conocí a Julio Sosa, a Rogelio Jordán y al Cuarteto Imperial. Con la Correntina íbamos primero al guardarropa y, en vez de ir al salón, nos íbamos al Patio Gallego a bailar la jota y paso doble, y después al salón. ¡Cómo nos cuidaban las viejitas! tomasa 2.jpg En casa. Tomasa Villalba junto a su nieto Lautaro y a su hija Carina Marcelo Bustamante / La Capital -¿Te casaste? -Sí, a los 26 o 27 años conocí a mi marido, Ramón Sarasido, otro entrerriano de Molino Dol, entre Victoria y Puesto Las Cuevas, que era un cocinero de nivel internacional. Trabajó 15 años como jefe de cocina en el Liceo (Aeronáutico Militar) como civil y antes en la Mercedes Benz, así como en la cocina de campamentos de los gasoductos para la empresa de gas Shital. Era un cocinero artesanal, no de escuela. Se ponía ese gorro alto de cocinero y cocinaba en el Club Casino, de Roldán; en el casamiento de (el exjugador de Newell's Diego) Mateo, un locro para cinco mil personas en el Liceo y paellas. "En un restaurante llegué a hacer todo sola" -¿Trabajabas con tu esposo? -No, me largué sola de ayudante de cocina en un restaurante de Funes que tenía cuatro cocineras, tres mozos y un cadete. Trabajaba de 17 a 2 o 3, pero llegué a hacer todo sola: la fritera, los lomos, la carlitera, hacía el relleno de los canelones,cortaba papas, atendía las ollas con salsa. Hasta que un día entré a las 9 y salí a las seis de la tarde. -¿Fue tu trabajo más difícil? -No, el más difícil fue cuando dábamos clases de cocina con mi marido en la Municipalidad, de 13 a 16.30, y a las 17 me iba a trabajar en El Patio, como ayudante de cocina y bachera. Hasta que a los 65 años un día tuve 18 de presión y mi hija, Carina, fue a hablar y les dijo: “Mi mamá no va a venir más”. -¿Cuándo llegaron a esta casa? -Acá viniimos a principios de diciembre de 2009. Estuve dos años sin trabajar y me dediqué a don Luquitas -el Gordo, su hijo discapacitado que murió a los 51 años- José Lucas Leonardo, como el abuelo. Ibamos al Centro de Jubilados con Luquitas. Y después de tanto luchar la Municipalidad nos dio esta casita y dejamos de pagar alquiler. Acá hacía canelones y cosía, sobre todo para policías y municipales. Trabajé hasta los 80. -¿Cuál es la clave para llegar a los 82 años con vitalidad? -Siempre anduve en bicicleta hasta que pude. Y leo mucho: sopa de letras, crucigramas, historia, la Biblia. Me gustaban mucho las novelas de Corín Tellado, pero ya no puedo leerlas por la vista. El secreto es estar de pie con alegría.

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