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» Diario Cordoba
Fecha: 29/09/2024 09:49
Decía el arquitecto Antonio Portillo en el número 76 de enero de 1989 de la revista municipal El Pregonero que había que abordar la redacción del Plan Especial del Casco Histórico de Córdoba «con una actitud integradora, porque si no de aquí a unos años difícilmente tendremos otra cosa que no sea una ruina o una caricatura». Afortunadamente, Córdoba no sólo ha mantenido la belleza de su casco histórico, sino que la ha multiplicado tanto que en 1994 le concedieron el título de Patrimonio de la Humanidad y ahora, en 2024, ha conseguido entrar en la dirección de esas ciudades patrimonio después de celebrar en este espacio tomado por la belleza desde los tartessos, los romanos y los árabes un congreso mundial de estas ciudades. Aunque hubo un tiempo al comienzo de la nueva era de la democracia, con la Constitución como seña de identidad de una población todavía virgen en muchos aspectos, que en algo se parecía a estos fatales momentos de la España vaciada donde los pueblos se quedan sin habitantes y las ciudades rebosan de turismo y hasta de fiestas de despedida de solteros. Fue aquella esperanzadora época en la que los sueldos daban para comprarse un piso (parece un sueño). Quienes habían nacido y crecido en el casco histórico, jóvenes ya con un sueldo al menos ajustado, vieron que les llegaba la oportunidad de construirse un hábitat moderno en barrios nuevos y decentes alejados de tanta casa en ruina o semiabandonada. Las posibilidades económicas del comienzo de la democracia, aquellos años en que Paquirri murió en una larga y tortuosa carretera después de que lo cogiera el toro en Pozoblanco en septiembre de hace 40 años, o de aquella época -veinte años más reciente- en la que se pudo derribar la Noreña, el edificio de la Seguridad Social donde operaron al compañero Antonio Mozo Vargas y a mi madre, por el Arroyo del Moro, un lugar que en aquellos tiempos estaba lejísimos de Córdoba, a donde se llegaba después de traspasar una vía de tren, y los estudiantes estudiaban su bachiller en el Instituto Trassierra. Pero la nueva economía llenó (afortunadamente, al menos en un principio) las calles de turistas, de jóvenes deseosos de casarse y trajo la idea que se les ocurrió a unos estudiantes venidos a menos, que se quedaron sin piso: el Airbnb, una compañía que ofrece una plataforma digital dedicada a la oferta de alojamientos a particulares y turísticos (alquiler vacacional). Empezó cuando los hoteles siguieron todavía en alto standing y las calles, sobre todo las de la zona turística, hicieron sonar las ruedas de las maletas al desprender un ruido tan reiterativo como cansino, pero que ahorraba hotel y taxi. Y todos los espacios de la ciudad que habían sido chinos, ambulatorios, oficinas venidas a menos o negocios fracasados se convirtieron de pronto en habitaciones para alquilar. Y empezó una nueva era donde el capitalismo era el dueño de casi todo, los sueldos no estaban muy arriba y los pisos eran como un oasis imposible en el desierto. El tiempo del Airbnb, que el presidente de las ciudades patrimonio, Bruno Marchand, alcalde de Quebec, que defiende esa fórmula, especifica que una ciudad con solo Airbnb es un desastre porque «no queremos ciudades de cartón». Afortunadamente, todavía se piensa en política en los versos, como los que concurren a Cosmopoética, que casi siempre coincide con el veranillo de san Miguel -que en su día dirigió Leonardo Rodríguez cuando fue concejal-, en el que estamos ahora, y este año con el 150 aniversario del nacimiento del pintor Julio Romero de Torres, del que los entendidos resaltan su universalidad, como si la sensualidad y los desnudos de sus modelos no la hubieran tenido por definición. Es como si los estudiosos negaran ahora que los rumanos y los marroquíes son los foráneos más numerosos en Córdoba o que la Mezquita, que funde los cielos y las aguas del Guadalquivir con las creencias, es la pura belleza. Suscríbete para seguir leyendo
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