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  • De manera silenciosa: lectura crítica sobre “Riña”, la nueva novela de Fabián Yauzaz

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 22/09/2024 10:03

    Por Bruno Ragazzi Especial para El Litoral Como sabemos, en los últimos meses nuestra provincia ha estado en el centro de las agendas periodísticas. En todos los medios de comunicación se habla de Corrientes, de una trama de crímenes, de leyendas y costumbres que atraviesan el interior. De los costados más inverosímiles o más espantosos de la vida de algunos poblados que creíamos apacibles, o al menos inofensivos. El caso Loan desveló una vida desconocida, llena de voces y supuestos que modelan estilos de vida que son incomprensibles para el ojo periodístico. Se construye una trama, un relato complejo que nos mantiene en vilo a nosotros, los espectadores, cercanos a esa vida de la que atisbamos quizá apenas. Un conocimiento que a veces nos da casi vergüenza porque ese conocimiento es más, como en la mayoría de los casos, el desconocimiento de las vidas de los otros. Y sin embargo, en ese entramado abrumador de voces que nos rodea constantemente hay una sola certeza: no se sabe nada. Los titulares de los noticieros: “horas inminentes”, “último momento”, funcionan como catalizadores de la expectativa y del tiempo. Las voces, los rostros que pueblan la historia operan en desplazamiento hacia el silencio. Hasta ahora solo tenemos el imperio de la incógnita. Traigo a colación esta historia por todos conocida por dos motivos: en primer lugar, la novela que acá presentamos, Riña, opera sobre esos mecanismos. Están las voces y los hechos, o las personas y los hechos: Efraín, el comisario, un muerto, la intendenta y su hijo en una red de tráfico de drogas y niños. Pero la verdad se va desplazando continuamente, nadie sabe o quiere no saberlo. En algún momento de la novela, alguien dice que no vengan con verdades, o con investigaciones. Sería desbaratar la aparente tranquilidad del pueblo. Correr un velo sobre la reposada vida pueblerina de Capibara cué, ese lugar imaginario, que es a la vez todos los lugares que podamos imaginar del interior de nuestra provincia. En este sentido, hay una metáfora, que Fabián Yausaz trae a colación en la novela para hablar de estos desplazamientos. En una escena un poco saeriana, en un asado donde almuerzan traficantes de poca monta están escuchando un disco de Miles Davis. Es un disco de 1969, y se llama In a silent way, o podríamos decir, “de manera silenciosa o calma”. Es una obra que llegó a revolucionar el jazz y la música en general. In a silent way tienen un line up de envidia. Miles Davis siempre contrataba a los mejores músicos de la escena, y sin embargo, la canción que le da título a la obra empieza con un solo de trompeta suave, una melodía armoniosa que esconde la lista de nombres famosos que pasarían al estrellato luego de sus incursiones experimentales de esa época. De manera silenciosa, entonces, se congrega el conjunto de voces para decir, para no decir, para ocultar, para hacerse los zonzos, como si nada pasara realmente. En segundo lugar, lo pienso en relación con la centralidad de la temática de los crímenes del interior: del rapto de niños, de asesinatos impunes, del tráfico de drogas. Son temas que se han jerarquizado, que aparecen en las vitrinas, en los televisores, en los discursos políticos. A veces la literatura toma “temas de moda” a veces trata otros, no por despreciarlos sino porque les parecen más interesantes y se ponen etiquetas, también de moda como weird, punk, soft. A propósito de esto, un texto de Josefina Ludmer, Aquí América Latina (2010), piensa en la influencia de la instalación del neoliberalismo en el paisaje de la letra sobre dos postulados: el primero es que todo lo cultural es económico y todo lo económico es cultural, porque estas escrituras “Salen de la literatura y entran a ‘la realidad’ y a lo cotidiano, a la realidad de lo cotidiano [y lo cotidiano es la TV y los medios, los blogs, el email, internet, etc]”. El segundo es que, como resultado de lo anterior, no hay diferenciación entre la realidad y la ficción, porque la realidad es ya una representación en sí misma. Es como si la lengua fuese cooptada por el mercado, y a ese fenómeno Ludmer lo llama “realidadficción”. Este concepto sirve para pensar en la coincidencia entre la salida de esta novela y la circulación de relatos de crímenes en el interior, que podríamos concebir en términos de “temas disponibles”, y si bien Fabián trató este tema (ahora sobreexpuesto) hace algunos años atrás, podemos trazar líneas que lo vuelven un tema emergente, demandado por la imaginación y la sed pública. Aparece por ejemplo en numerosos relatos o En nuestra parte de noche de Mariana Enríquez, o la reciente Satán de los esteros, de Leonardo Gentile, en la que se aborda el caso Ramoncito. Sin embargo, Riña, trata este tema disponible desde una tradición específica, que es la del policial. Sabemos que el policial tiene una larga trayectoria en la serie literaria argentina. Podríamos pensar algunos de los primeros relatos como La casa endiablada o La bolsa de huesos de Eduardo Holmberg, que son de fines del siglo XX, o si le damos una vuelta de tuerca, hasta en El matadero y hasta Facundo, hasta su instalación definitiva con la serie de Séptimo círculo, y los cuentos de Bustos Domecq, con el que el género alcanza cierta centralidad en el ambiente literario. No obstante considero que la modulación negra, que es desde donde leí Riña, se funda con Rodolfo Walsh. Efraín Diéguez, que es el que reconstruye la serie de crímenes que se narran en la novela, parafrasea a Walsh. Dice que escribir es una herramienta para denunciar y transformar situaciones inhumanas, y que escribir es más una herramienta y no un arma (y acá toma cierta distancia de Walsh). Todo policial se compone de una serie de elementos que le son inherentes o constitutivos: en primer lugar el crimen, y para que haya crimen, en segundo lugar, la ley. Pues sin ley no hay crimen. Y más, agregamos un tercer elemento, que es el Estado, que es quien dirime la ley. El Estado es la voz del padre. En esta relación entre crimen, ley y Estado, el policial negro se erige siempre sobre una falta. Porque si denuncia, si cuenta, como lo hace Diéguez en la novela o si hay una necesidad de denunciar es porque la ley posee grietas o es inexistente. Es decir, se denuncia que falta ley y que falta Estado. Y esa, me parece, es una de las verdades más importantes del policial negro, que es mostrar cierta situación de desamparo. En el policial de la serie negra, hay relato porque nos sentimos solos. En Riña no hay ley. Los crímenes corren de manera silenciosa y suave, como los primeros cuatro minutos de la canción de Miles Davis, luego se inventan variaciones, pero nadie revela qué es lo que ha pasado hasta el final (como tampoco yo voy a hacerlo para que vayan a leerla). Están todas las voces, diríamos coloquialmente, entongadas en el entramado del crimen. Pero hay otras tensiones posibles de leer en la novela, además de la tensión entre crimen-estado y ley. Está de trasfondo el relato en tensión de la pauperización del pueblo y de un pasado irrecuperable, de cuando el pueblo era pujante, con sus arroceras, sus máquinas modernas, sus trenes. Todo ahora está desvencijado u oxidado, y en el que hay unos pocos ricos y muchos, muchos pobres. De esta manera, la novela reflexiona acerca de los tiempos disímiles que atraviesan el mapa del interior, en la cronología de la periferia de la periferia. Pero también, acerca del impacto del impulso modernizador en algunas latitudes. En este sentido, Riña, sabe explorar muy bien el género porque es efectiva, porque sabe lo que dice y, sobre todo, porque nos mantiene expectantes. Yausaz ya ha explorado el género en obras anteriores, como en Verga y tijera (2016), de manera que no es su primera incursión y sabe cómo funcionan los mecanismos del relato. Una última cuestión en relación con el género. Riña es un confeso homenaje a los relatos de don Frutos Gómez de Velmiro Ayala Gauna. Me parece importante el gesto de rescatar caracteres de la memoria literaria de nuestra provincia, muchas veces invisibilizados por desinterés o por la preeminencia de otros géneros. La novela se posiciona contra una tradición en la que el policial ha ocupado un espacio muy periférico y rescata tonos que exploran tan de cerca nuestra realidad cotidiana, que a veces anda necesitada de atención. En ese sentido, Riña se riñe contra un estado de las cosas que, aunque haya muchos intelectuales, se habla o se discute muy poco sobre literatura. Habla sobre una memoria de la disponibilidad de las formas, la rescata, la utiliza y dice sus porqués. En relación con la estructura, Riña tiene una doble virtud. Posee una prosa ligera, ágil, de lectura rápida, en una construcción compleja del relato. La verdad en Riña se entreteje en diálogos, cuadros, notas periodísticas. Pero este conjunto de retazos constituyen una serie de textos que escribió Efraín Diéguez, que encontró Severo Expósito en una carpeta, y se lo dictó al narrador. El relato, a pesar de su fluidez y despojo, se construye como una serie de cajas chinas y podría leerse como parte de una modulación narrativa que podríamos llamar “del manuscrito encontrado”. Además, Diéguez se alimenta muchas veces del chisme para construir su investigación. De manera que la novela se cimenta en un conjunto de voces superpuestas, que se solapan unas a otras. Es un relato del dicen que dicen, del gossip, que es también un género de la televisión pero que lo han explorado muchos escritores en la serie literaria argentina para otorgar verosimilitud a sus relato, como Borges, y sobre todo -sobre todo- el gran Lucio Victorio Mansilla. De esta manera, es posible leer en Riña una serie de tradiciones, un espesor que dice cómo lee el que escribe y cómo escribe el que lee. En este punto, también es interesante pensar cuál es la relación entre Yausaz y la escritura. Porque no es el mismo Yausaz que escribió Los crisis (2022), aunque en el tono y el ritmo de la prosa hay también allí un esfuerzo por recuperar la ligereza. Y mucho menos es el Yausaz de Laguna soto (2015) y Para qué la ternura (2019). Es lícito preguntarse, entonces, si la escritura es un dispositivo de ocultamiento, cuál es la funcionalidad de la variedad de esos tonos en la vida del escritor. Finalmente, quiero celebrar la salida de este libro en una editorial universitaria, y en su colección Cosmo/grafías. Incorporar una novela policial en este catálogo, es decir, un género que ha sido muy popular, se traduce, como lo vienen haciendo otras editoriales de este perfil, en la búsqueda de otros lectores más allá de la indagación académica. Tarea difícil si las hay. Conozco al equipo de Eudene hace muchos años y sé el esfuerzo que ponen en el funcionamiento de esta editorial, sobre todo en estos tiempos en los que el Estado es tan hostil con nuestras universidades públicas. Y si el Estado es la ley, esta publicación se puede leer como “cometer un crimen”. Un crimen contra la cancelación de la cultura, contra la degradación de la lengua. Sabemos de la importancia de la visibilización y circulación de autores locales, docentes/investigadores que ponen su esfuerzo en la construcción del universo librero, que aunque no tengan la misma centralidad que puedan otorgar los grandes grupos concentrados editoriales, permiten seguir diciendo cosas, aunque sea, de manera silenciosa.

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