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  • Los dichos son hechos que fueron

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 21/09/2024 03:24

    El hombre se basa en esas experiencias cotidianas, para repetirlas inexorables no siempre con el mismo éxito. Pulirlas es buscar la perfección de ellas que, los pueblos las repiten sin preocuparse por mejorarlas, al contrario son fotocopias con fallas de origen. De un tiempo a esta parte los números pasaron a ocupar el universo de nuestras vidas, porque el ajuste en la desmesura del pánico que libera, contagió miedo que ya se lo siente, se lo sueña, se lo piensa, se lo sufre. Ha sido una vuelta de rosca repitiendo políticas de años, pero del dicho al hecho, con la motosierra girando imparable no dando respiro, el Presi, repitió la necesidad de ajustarnos muchísimo más el cinto. Si no, firme, sin temblarle la mano, repitiéndoles a los Gobernadores, que deben bajar a 0 los gastos, haciéndose cargo de sus cuentas. Marcando una vez más, la diferencia sideral entre Buenos Aires y el país país, entre provincias pudientes e “indigentes”. Lo que no deja de ser una sentencia para lo que se viene, como los vetos inexorables para temas candentes como la Universidad, Movilidad jubilatoria, etc. Los dichos que alguna vez fueron hechos, han perdido vigencia, porque el tiempo se agolpó de yerros imperdonables. Los de hoy, duros, contundentes, responden por sí mismos, culpa de errores agravados, sin la mentalidad lúcida para aggionarlos. Por persistir el descalabro fue total, que levantarnos no es fácil, lo estamos experimentando hasta lo mínimo: un pomelo rosado, $500. Suena a una “gilada”, pero es consecuencia del despilfarro de tantos años. Todo a su debido tiempo, en vez de adaptarlos se fue agudizando, sin convertirse en hechos auspiciosos hasta que por ende apareció en vuelo interminable, la motosierra implacable y entre persistir, rodaron cabezas prometiendo muchas más. Es como lo plantea Jorge Luis Borges, con respecto a esta posta de ir heredando dichos que son hechos que el hombre con su proceder, se ha encargado de compilarlos como guía a seguir: “Todo está determinado, pero debemos tener la ilusión de que existe el libre albedrío y que lo que suceda en la historia es consecuencia de lo que sucedió antes.” No supimos prever, fruto de nuestros festejos sin límites, donde es mucho más importante ser simpáticos que laborioso ejecutor. La filosofía puesta en práctica durante muchos años de despilfarro político, el archiconocido operativo “platita” por conquistar simpatía y obsecuencia, dos armas letales que dejaron sus huellas patéticas: corrupción y todas las que con ella han crecido, fortalecidas, frenando un futuro fuerte. Con todas las falencias erradicadas de cuajo, tratando de equilibrar inmoralidad con salud ética, hasta que andar por izquierda desaparezca como conducta, como camino a seguir, cada cual por su mano. También supimos ser felices. Desechada esa Argentina de vivos y malandras. Una nueva, o como entonces, abrazados y sin fisura. La buena fe no lo es todo, como lo expresa Simón Bolívar, hay algo mucho más importante que es concretarlos hasta en el mínimo detalle, porque adolecemos de olvidos, “sin querer queriendo”. “La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan.” Es como el amor y la honradez, solamente no basta con declamarlos sino demostrarlo con acciones reales y ejemplares. Aspectos que en nuestro devaneo de dichos que fueron hechos, se incrementaron como malas enseñanzas que nos acostumbró a la trampa como viveza nacional. Sanear siempre cuesta. Nuestra forma de ser no falla a la hora del deschave. Construimos un país donde la cordura no cuenta ni tiene lugar alguno. La fiesta bullanguera de los partidos se asemejan mucho, porque el eje de tantos desatinos somos nosotros, no lo busquemos más. Mirémonos. La blandura de tanta obsecuencia invita a estar repitiendo siempre los mismos errores. No escarmentamos, hasta que alguien se animó a ponernos las manos en los bolsillos, haciéndonos ver que la sequedad es producto de nuestros delirios. Que no se puede gastar más de lo que se dispone. Pensamos. Queremos. Declamamos. Pero jamás, hasta ahora, lo hemos hecho. No se trata de palabras, sino de realidades concretas. Qué importancia tienen las palabras si no tenemos la capacidad, el orden, la reacción justa para hacerlo. Algo muy parecido lo dijo el escritor americano, Amor Towles, autor del libro “Mesa para dos”, sobre el uso indiscriminado del dinero, sin límites ni curso estable, con los resultados atroces de estados que dilapidan a mansalva: “El dinero se usa, igual que las palabras, para inventar y engañar.” En su nombre todas las promesas que el tiempo los abraza porque los dichos son registrados en hechos que conceptuamos loables. Cuando en realidad transformamos en dichos, hechos que no deberían ser una guía, sino el mal ejemplo en los que no deberíamos incurrir. Me da una bronca cada vez que hablamos de las peripecias económicas argentinas, porque me pregunto si muchos llegaremos a verlo; en principio porque volvamos a distendernos. Ensayando la felicidad que quedó arrumbada en un cajón. Disponiendo otras prioridades, en que el ser humano se ocupaba de la vida, su curso y cómo hacerla más entrañable. En este largo tramo de historia nos hemos desviado del verdadero curso de la existencia. Olvidándonos de algo esencial, el amor a la familia, padres e hijos. Poder hablar de otras cosas. Celebrar una renacida esperanza. Ver cómo el prójimo evoluciona. La indigencia pierde potencia y asentir que en este trajín nos olvidamos del otro. Volver a un país normal, donde todos son uno. Donde el esfuerzo cedió espacio a la armonía. Seguros. Tranquilos. Caminando sin prisa. Comprobar que el apriete ya no condena a nadie al hambre. También, supimos ser felices. Desechada esa Argentina de vivos y malandras. Una nueva, o como entonces, abrazados y sin fisuras.

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