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    » Diario Cordoba

    Fecha: 16/09/2024 05:59

    Dicen que si deseas mucho una cosa, esta puede llegar a cumplirse. Puede que sea cierto, pero yo deseé entre sueños de tormenta que el chico de los ojos azules me amara y casi acaricié el momento, pero él estaba enamorado y galopaba entre el deshecho y la heroína y yo en esos viajes suyos quedaba muy muy lejos; también deseé con todas mis fuerzas que el cáncer que padecía mi padre no fuera mortal y se cronificara, pero muy pronto vi en sus ojos que él sabía que la muerte estaba llamando a su puerta y él nunca supo decir que no. Un día, recuerdo, deseé con todas mis fuerzas que el viento detuviera sus ansias y yo dejara de ser una novia parapente, pero el viento era socarrón y quiso reírse de mí y yo me reí con él y volé hasta las alturas como una fugitiva sin cita con la vida y enamorada esta vez de un hombre ligero y mágico, con pasado y palabras tiernas sobre sus manos y en su boca; también deseé escribir un libro que rompiera el alma y escribí libros, pero creo que ninguno rompió alma alguna, así que sigo deseando con la misma fuerza y entre deseo y deseo que mi madre no se haga mayor, porque sé que sufre cuando va descubriendo que la vejez despeina el alma y la deja al descubierto y en la cabeza se amontonan los hilos invisibles que desvisten palabras y todo lo rocían de olvido. Otros artículos de Ángela Labordeta Salida de emergencia Desinformar, esa nueva pandemia Salida de emergencia Sombras chinescas El triángulo Vado permanente Hay un color en cada uno de nuestros deseos y quizá el rojo es el color que mejor viste mis deseos que son como soles hambrientos de cosas bonitas que se rinden ante la mano del hombre que es tosca y violenta y entonces deseo con todas mis fuerzas que no haya ninguna mujer violada, ni asesinada y que Gisèle Pelicot sea la rosa dañada que mejor florece en el jardín de la vida que le queda por vivir. Hay deseos que son piedras y nos acompañan durante toda nuestra existencia: que ganen los buenos y pierdan los malos, y otros deseos son plumas casi invisibles que torturan y permanecen eternos en el refugio de nuestra mirada cuando la soledad no tiene nombre y el viejo espejo nos dice que quizá pierda Trump, que es posible que cesen los muertos en Gaza, que el chico inmigrante es un talentoso violinista y que la muchacha que un día fuiste te sigue esperando a la vuelta de la esquina con la misma sonrisa y el cabello suelto. Se lo tengo que decir a mi madre, quizá mi deseo y ese recuerdo retrasen su vejez y su risa sea invencible y con ella la de mis hijas y la de mis hermanas y la de todos los deseos que están por cumplirse. Suscríbete para seguir leyendo

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