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  • Instituto Crespo: El silencio de las campanas y la luz que acabará con la oscuridad para siempre

    Crespo » Paralelo 32

    Fecha: 15/09/2024 15:09

    Ochenta años nos separan del cierre del Instituto Crespo, allá a inicios del año 1944. La memoria colectiva en estos últimos tiempos, comienza a desprender estelas y retazos provenientes de la huella dejada por aquella institución. El “Instituto Crespo”, la enorme escuela alemana de campo, con su jardín de infantes, su primaria y ciclo medio, su seminario docente, sus cursos y actividades tan diversas. Por el legado perdurable que nos dejó y con la marcada influencia heredada de los pioneros alemanes en amplias zonas de Entre Ríos, un grupo de descendientes de ellos nos hemos hecho eco de una demanda latente: el anhelo postergado de llenar el vacío dejado tras el cierre de esa institución. Por ello, nos propusimos la tarea de refundar una nueva Deutsche Schule para Crespo y sus áreas circundantes. Así nació AECAAC (Asociación Escolar y Cultural Argentino Alemana de Crespo), dotados de la férrea decisión de brindar a las nuevas generaciones oportunidades formativas y culturales en todos los niveles oficiales de educación, con eje en la enseñanza completa de la lengua y capacitación dual alemanas, y en la vinculación de intercambio cultural con la República Federal de Alemania. Un poco de historia: El Instituto Crespo estuvo en la mente del Pastor Andreas Richert y el profesor Karl Witthaus a inicio de los años 30, ambos pertenecientes a la Iglesia Alemana de Crespo -hoy IERP (Iglesia Evangélica del Río de la Plata)-, quienes sugieren entonces la creación de una alta casa de estudios alemana al gran pionero alemán (frisio) Otto Sagemüller en Crespo (entonces “Villa Crespo”), provincia de Entre Ríos. Este a su vez, acepta el ofrecimiento de la Embajada alemana en Bs.As. -un tiempo después- para que Alemania se constituyera aportante destacado con un 40% de los fondos necesarios para la compra de dos manzanas y la edificación correspondiente. El resto de los aportes y donaciones lo efectuaron empresas y particulares argentinos de origen alemán. Así, el Instituto pudo tomar forma y vida recién hacia 1935. Podría decirse que el alumnado era prácticamente 100% compuesto por hijos y nietos de alemanes del Volga (llegando a ser más de 200, en su mayor parte internos alojados). Fue toda una escuela rural. Comprendía los tres niveles de enseñanza y proveía a sus alumnos -de ambos sexos- capacitación en artes y oficios, enseñanza en distintos niveles de la lengua académica alemana, avicultura, apicultura, gimnasia y educación física con buen nivel de exigencia, entre otras. Estos provenían de diversas aldeas, pueblos y caseríos de Entre Ríos, como así también de Bs.As., La Pampa, Santa Fe, Chaco, Misiones e incluso Montevideo, Uruguay. Hacia y desde el final de la Segunda Guerra Mundial -tristemente el período en el que debió transcurrir la mayor parte de la vida del Instituto Crespo- fueron y son conocidas las acusaciones efectuadas, acerca de prácticas educativas de adoctrinamiento nacionalsocialista (nazismo) llevadas a cabo en su seno, así como de “invisibilizar los símbolos y fechas patrias argentinas”. Estas acusaciones se basan en informes de la llamada “Comisión especial investigadora de actividades antiargentinas” de la Cámara de Diputados de la Nación y son fácilmente refutables por los documentos que hemos adquirido y el testimonio de ex alumnos. Vale decir que de los anuarios existentes de 1937 y 1938 –más allá de evidenciar una forma y un modelo de educación muy de la época, ya en desuso– nada puede aseverarse en estos sentidos. Tapas de diarios y textos ilegibles –que debí reconstruir– a modo de panfleto difamatorio, con aseveraciones ramplonas e inverosímiles de “algún informante o vecino” –al mejor estilo de un pasquín amarillista– se ensañaron con una institución cuyos recursos económicos en buena parte (se cobraba un arancel), provenían directamente de Alemania, mayormente en guerra durante la breve trayectoria del Instituto Crespo. Hasta el grueso error de ubicar geográficamente a la Escuela Agrotécnica Las Delicias, en la Localidad de Ramírez (Departamento Diamante) en lugar de Etchevehere (Departamento Paraná). Particularmente me centré en vincular diferentes aportes documentales y testimoniales (escasos), con buena contribución del Centro DIHA en Buenos Aires. Hay aquí un elemento visible a todas luces: la evidente idiosincrasia campesina, humilde, sencilla y cristiana de las familias de estos alumnos y la constancia de que incluso, algunos de ellos -ya grandes- no estaban alfabetizados. Pues bien, la planificación de la enseñanza se reveló tan amplia y contemplativa, que preveía esos casos. No es difícil advertirlo: por el origen de estos niños y jóvenes, el perfil requerido conforme al guion de las acusaciones, no habría sido precisamente el más adecuado. Con el matiz interesante de que los docentes acompañaban los domingos a los alumnos a los cultos y misas, con el fin de alentarlos en el cultivo de su fe y el espíritu sustentado en valores. La larga noche del nacional-socialismo alemán lo sepultó, y entonces otra larga noche de ocho décadas lo silenció hasta el día de hoy. La distancia temporal no puede alcanzar a la contextual y social. Vertiginosos acontecimientos cubrieron la vida de millones de argentinos y de alemanes estos largos años a partir de 1944. Cambios positivos, nobles ideas y actores sociales de brillantes estela -pocos, pero imprescindibles- dejaron su huella tanto en Argentina como en el país germano. Aquí, luego de una declaración de guerra al EJE, a prácticamente días de la caída de Berlín, una rapiña confiscatoria gubernamental fue “a por todo”. Y digo todo pues hasta las más remotas propiedades de asociaciones culturales, aunque nada tuvieran que ver con la Alemania de ese tiempo, fueron confiscadas. Una sobreactuación montada para los aliados de entonces, con la conciencia sucia por la neutralidad mantenida, mientras por la puerta de atrás ingresaban criminales nazis con gravísimas acusaciones de Lesa-humanidad. En simultáneo, hasta las decenas de escuelitas alemanas de las iglesias debieron cerrar, con policías controlando. Obra siniestra de los “vivillos” políticos de turno. Los tristes y lamentables sucesos que atravesó por décadas nuestra nación y culminaron en 1983, nos han marcado vivamente: una sucesión de interrupciones al orden constitucional, los golpes de Estado, con sus consecuentes derrocamientos y el quiebre del Derecho en su esencia. Del otro lado del océano y a pocos años de la trágica e infame conflagración bélica mundial, que le arrebató la vida a cerca de 30 millones de seres humanos –víctimas inocentes entre las que se cuentan 6 millones de judíos como parte de la Shoah o exterminio sistemático a manos del nazismo–, un muro inexplicable dividió dramáticamente a cientos de familias alemanas. Su fin sería solo 6 años después de nuestra ansiada recuperación democrática, seguida por el colapso de la Unión Soviética y -finalmente- la ansiada reunificación alemana. Un puñado de cruentas guerras durante y después de la llamada “guerra fría” se dieron a nivel mundial, sin que hoy podamos decir -tristemente- que la guerra ha quedado en el pasado. Particularmente en nuestra provincia, las secuelas de la Segunda Guerra mundial han dejado una herida mal cicatrizada. Con abundante información existente en el libro “El silencio de las campanas” de Silvia Reichel Schimpf (y otra tanta provista de su parte por otros medios), puede aseverarse que para fines de los años 30, Entre Ríos contenía a más de 160 pequeñas comunidades de descendientes de alemanes del Volga. Aproximadamente 70.000 almas, que contaban con 85 escuelas alemanas, algunas de ellas desde fines del Siglo 19. Por décadas, las comunidades judías –provenientes de regiones próximas a las de los alemanes rusos– se habían asentado en la provincia. La convivencia con los Wolgadeutsche era de una normal reciprocidad. Aquellos llegaron a tener un importante número de escuelitas al igual que estos últimos. Ambas comunidades poseían estas casas de enseñanza, como una extensión de su vida religiosa. Tanto las confesiones con vínculos con Alemania –la iglesia luterana -IERP y IELA y la Iglesia Católica–, como así también las sinagogas, dedicaban un tiempo a los pequeños, para la transmisión de la lengua y la cultura de sus orígenes. La llegada del nazismo en 1933 a Alemania y los naturales lasos preexistentes con las instituciones religiosas mencionadas, enturbió y desintegró paulatinamente una convivencia de casi medio siglo. Tanto personas de buen proceder como otras movidas por intereses y conveniencias propias, contaminaron el clima social con ideas e información tendenciosa. Las acusaciones de colaboracionismo no tardaron en llegar a quienes desarrollaban tareas educativas fundadas en humanos valores cristianos (no bien vistos por los fascistas, pero tolerados) y esto provocó un estado de crispación creciente, sumado a denuncias y maltratos a los descendientes de alemanes, que en muchos casos no tenían ni idea de la actualidad política en Europa y de la guerra. Paradójicamente, decretos y disposiciones provinciales a mediados de 1943 dieron por finalizadas las actividades tanto de las escuelas alemanas como así también de las judías. Allí se produce el cierre de un gran colegio alemán en Galarza, la “Germánica Schule”, siendo la antesala de lo que habría de venir. En breve tiempo, la tesitura tomada por el gobierno de facto del Presidente Farrel y luego el Presidente Perón, acrecentaría esto, llegando a la confiscación total de la “propiedad enemiga” y el comienzo del silencio de las campanas. En un fácil ejercicio de la memoria documental, la presencia de fanáticos instigadores pro Eje no estaba precisamente en Crespo, Entre Ríos. Más bien en centros urbanos como Buenos Aires. Las acusaciones en ese sentido cubrieron a todos los colegios alemanes indiscriminadamente. Lo increíble, inentendible e inexplicable de todo esto, es que éstos pudieran restituirse y así retomar su función anterior (¡no sin duros sacrificios, con la ayuda de Alemania y bien por ellos!) y el Instituto Crespo no. Evidentemente aquí, el “milagro alemán” no aconteció y la posibilidad de recuperar sus instalaciones ni siquiera fue pensada, al menos en los años subsiguientes. Salvando las obvias distancias entre ambos sucesos, nadie pudo arrodillarse vicariamente -como Willy Brandt en Varsovia ante el monumento a las víctimas del infame gueto, en 1970- y pedir clemencia por la continuidad de tan alta casa de estudios de Crespo. Nada de eso. El magnífico centro de formación, que albergó a niños y jóvenes –que bien en las antípodas se encontraban respecto de los horrores y el desastre que el nacionalsocialismo alemán producía en la mayor parte del continente europeo– fue y es, el “hermanito” perdido y olvidado de los colegios alemanes. Y no puedo dejar de señalar, que las sufridas comunidades de descendientes de alemanes del Volga recibieron así otro formidable golpe a sus posibilidades de superar sus penurias pasadas y proyectar su cultura y educación: primero la partida desde su amada patria alemana en el Siglo 18 rumbo a ricas zonas de Rusia (las guerras, pestes, odios religiosos y miseria los impulsaron). Luego, la creciente intimación y coacción hacia ellos por parte de los últimos zares -en detrimento de los derechos conseguidos con el acuerdo original (Catalina la Grande)-, y como consecuencia de ello, la necesidad de emigrar nuevamente -ya no a Alemania (solo un puñado)- sino a América. Otro “mundo”, otras culturas los esperaban. Aunque la peor parte se la llevaron las familias que permanecieron durante el primer y segundo gobierno bolchevique: exigencias mucho más duras, en éste último (Stalin) y con la 2da. Guerra Mundial en curso: persecución, confiscación y traslado compulsivo en trenes (deportación), de todas las familias de ascendencia alemana desde sus prósperos asentamientos hasta las regiones más inhóspitas y hostiles del extremo norte de Rusia. Un sutil exterminio, si se estima las consecuencias de semejante desastre humanitario. Volviendo al punto, surgen en mí pensamientos desde un simple ejercicio reflexivo: cierto es que un abismo de infinitas dimensiones separa el horror deliberado y criminal de la Shoah u Holocausto judío, de la desgracia de decenas de cientos de estudiantes que se quedan del día a la noche sin su escuela. Pero como docente y humanista, creo que un hilo conductor los relaciona. Cuando se cierra para siempre una escuela, se crea la mejor tierra fértil para que crezcan los fascistas. ¡Cuando se abre una en tierras libres, la luz de la verdad repele la oscuridad! Así, con la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania, quedando sin sustento económico y teniendo que regresar su personal a su patria europea, en enero de 1944 se produce el cierre del Instituto Crespo. En ese contexto, los niños y jóvenes estudiantes vieron interrumpida dramáticamente su trayectoria escolar. Con el agravante de que a diferencia de las comunidades germanas de Buenos Aires y centros urbanos –donde la lengua oficial castellana era mayoritaria, de uso frecuente y existían más recursos–, los estudiantes que provenían de colonias, aldeas y caseríos de descendientes de alemanes del Volga -en su gran mayoría- tenían por entonces un conocimiento nulo de la lengua española. Esto supone gran penar y angustia en aquellas familias, dada la casi segura perspectiva de una larga discontinuidad en la trayectoria escolar de sus hijos, los alumnos. Compréndase al fin, que la dimensión del daño pedagógico infligido hacia éstos -sin ningún tipo de miramientos ni contemplación- fue, sin lugar a dudas, humillante, canallesco y miserable visto por donde se lo mire. A inicios del año 1954, normalizadas ya las relaciones diplomáticas con Alemania, el primer Embajador de posguerra Hermann Terdenge recibe al Ministro de Economía alemán Dr. Ludwig Erhard, enviado a la Argentina por el Canciller Konrad Adenauer. En un breve encuentro con el Presidente Perón, Erhard le recuerda la prometida devolución de las instituciones civiles. A ese encuentro asistieron Federico Müller Ludwig -Director de la Freie Presse- y Roberto Prücklmair -escribano y notario de Rosario-. Las campanas seguían sin doblar en las escuelas argentino alemanas. Una perezosa y lánguida respuesta con artimañas serían el “Leit Motiv” de las administraciones gubernamentales de allí en adelante. La realidad de la vida educativa posterior a este drama, no es muy alentadora. La fragmentación del tejido de la comunidad de descendientes, muchas veces alentó las migraciones internas a grandes ciudades, en detrimento de la preservación de la cultura, la lengua y los valores heredados de los pioneros. Viejos y nuevos sesgos estigmatizadores y barreras despectivas –que aún perduran en individuos de mal proceder, colecta de ignorancias– se levantaron hacia las personas mayores que todavía hablaban su dialecto, la “siembra de la infamia”. En este sentido, también una prolongada vergüenza oprobiosa, se adueñó de las personas de media y corta edad en cuanto a su origen alemán. Desde la autopercepción de “rusos” de origen, hasta la castellanización de su apellido alemán, son un claro ejemplo de los vestigios de aquel daño provocado en Entre Ríos con la germanofobia en los años cuarenta, cuyos resabios iremos desactivando con sabiduría, paciencia y amor, contagiando la bella música de la lengua de Wolfgang Goethe, su energía y profundidad. Sacándola de ese “gueto” que algunos -pocos estimo- desean que siga perdurando. Pues malas noticias para ellos, procuraremos la difusión y el aprendizaje de la lengua alemana a todo ser humano, con fuerte énfasis en las expresiones dialectales, alegremente y con acento en los más jóvenes. En cuanto a los horrores y errores del pasado, sostengo: pretender prolongar la culpa y los cargos de conciencia que ya hace mucho tiempo han sido expuestos, con sus reparaciones consecuentes, no está en nuestra agenda institucional. Los registros de los sucesos históricos y su preservación son más significativos y eficientes que la memoria, la cual es frágil y puede sufrir distorsiones. La conciencia y la moral son los mejores escudos preventivos del oprobio y no se imponen coercitivamente. Nuestra gran comunidad de ascendencia alemana es mayoritariamente cristiana y bien conoce del arrepentimiento, el perdón completo y la reconciliación con nuestro Dios. No es de esperarse menos que esto en las relaciones entre sus seres creados. Lo auténticamente alemán invita, convida, sonríe y comparte. Curaremos las heridas que lo asocian al dolor, con el bálsamo maravilloso del ruiseñor alemán, el de cuentos y poesías al dormir, el de las letanías bíblicas y las canciones sencillas del pueblo, el de los himnos cristianos de Johann Sebastian Bach. La huella de largos siglos dejada por el pueblo germano. Crespo es una localidad sin par en su especie; un mosaico interesante de colectividades que conviven entre sí, que van desde sirio-libaneses, judíos y criollos a españoles, italianos y por supuesto, la gran mayoría germana; desarrollo de una conciencia de reciclado de residuos y utilización de energías renovables muy evidente; una ciudad que nunca tuvo crisis económicas -sí épocas más ajustadas-, que posee bajísima y hasta casi inexistente niveles de inseguridad, desocupación y pobreza, y por sobre todo un amor por el legado y las tradiciones de sus antepasados inmigrantes alemanes, palpable e impregnado en la idiosincrasia de sus pobladores. Hoy, solo una imagen posible ha de prevalecer: la de la reconciliación de los tiempos, la de nuestros ancestros llegando en barco con sus familias, ricos y pobres, con meses peregrinando y solo una valija… y un puñado de sueños. Padeciendo hambre, persecución, enfermedades, gran pena y amargura. Dejando los cadáveres de los menos afortunados, en alguna isla del Océano Atlántico, con sobrehumana resiliencia y olor nauseabundo. Así llegaron ellos, sin hablar la lengua castellana, sin conocer de antemano lo que les esperaba. Como Abraham en el Antiguo Testamento, solo por fe, solo confiando en su buen Dios y Señor. ¡Ellos progresaron de la nada solo con el fruto de esa esperanza, de su esfuerzo, pero solo de una forma: unidos, mancomunados y hermanados! En lo institucional, particularmente sostengo: no existe otra forma de construir en una sociedad, que no sea en el consenso, el trabajo en equipo, la sincera confraternización, en franca humildad y con una saludable alternancia en el ejercicio de las funciones encomendadas. Una fluida y constante comunicación y una distribución inteligente de los roles, conforme a los dones de las personas más instruidas. Afines a auditorías y no a estructuras estáticas y burocráticas. Permitiendo la participación de otras personas con miradas enriquecedoras -afines a nuestra misión-, antes que alentar el incesto intelectual y la endogamia cognitiva. Esto solo puede lograrse de una única manera y con estos ingredientes: una política educativa de puertas abiertas; ricos intercambios y fuertes acuerdos institucionales; comunicación permanente y sincera con cada núcleo familiar; compromiso y responsabilidad; decencia y honradez; templanza y transparencia, pero sobre todo, trabajo incesante. Un concilio de voluntades y acuerdo de partes, en corto tiempo nos encontrará poniéndole fin al prolongado letargo de aquel Instituto, depositando en el seno de nuestra recientemente creada Asociación Escolar y Cultural Argentino Alemana de Crespo una enorme responsabilidad, y a este presidente en particular. Allí mismo, aquella herida se disuelve en un pequeño milagro, ese que se está gestando y nos convoca. La tremenda alegría de recuperar un colegio que se había perdido, la mayor escuela alemana en Entre Ríos, el Instituto Crespo: la hermanita perdida que tras ocho décadas regresará a casa. La educación, que es la llave del progreso y el bienestar de toda sociedad de cara al futuro, no se sostiene sin cultura, no es ajena a las tradiciones ni a su gente. Pero tampoco puede una cultura, permanecer en el tiempo si se limita solamente a una fiesta anual en derredor de una comida, una bebida o un baile típico, con fines lucrativos y el único propósito de la distracción, el entretenimiento o en muchos casos la disolución ensordecedora. Su sostenimiento y preservación solo es posible si adquiere un sistema de enseñanza de transmisión generacional, más allá de la familia y con ella; de instrucción y formación entrelazándose con los nuevos contextos educativos y permitiendo la subjetividad y la creatividad como eje central de su razón de ser. Estoy convencido que como Asociación Escolar y Cultural debemos tener en alta estima estos dos objetivos: 1) Exterminar el analfabetismo, la deserción escolar y elevar la vara de la educación capacitando a nuestra gente, que es honrar a nuestros ancestros en su esencia más genuina. 2) Tener en prioridad de agenda, la comunión con otras instituciones sociales y culturales alemanas -locales y afines- y en último lugar a las que se muestran pro cultura alemana, pero ocultan su real misión: ser la “agencia de colocación laboral para Alemania”, presupuestadas para llevarse nuestros recursos humanos al país centroeuropeo. Soy amigo de museos y casas de cultura, pero igual o más, de recintos escolares que tratan sus contenidos; aulas libres de sesgos ideológicos preconcebidos por los docentes en sus planificaciones; espacios de enseñanza donde el debate y discusión de ideas engrandezcan los horizontes de las nuevas generaciones; de ámbitos escolares con comodidades y tecnología de vanguardia. Sin problemas de carencia de recursos, servicios y mobiliarios pedagógicos óptimos. En contextos de gran estimulación y contención institucional. Con amplios y firmes acuerdos con las familias, que puedan contemplar la calidad de vida y la alimentación más saludables para sus preciados hijos. Con docentes bien remunerados y cuidados como a un noble tesoro, que no dependan del favor de un viajante en la ruta para llegar a tiempo al sagrado templo del aula . Con apertura a la pluriculturalidad no fingida; sin distinciones sociales de ningún tipo. ¡Diremos SI a la tolerancia y el respeto a las diferencias, sin renunciar a nuestros principios morales y sociales, ¡NO al racismo, el antisemitismo y la germanofobia! Con nuestras voces unidas en el Himno Nacional Argentino y en el himno alemán. Sin fanatismo, pero tampoco vergüenza, más bien con auténtico fervor patrio. Izando y portando banderas argentinas y alemanas sin esconderlas o limitarlas a eventos deportivos. En nuestra lengua materna y en las otras, como reza nuestro ideario institucional: “¡Castellano por el corazón argentino, inglés para ser uno con el mundo, y alemán como alma y mente que no olvida sus raíces, sus valores y obra el futuro!”

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