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  • Relatos de ficción: "Tela de araña", por Elvira Navarro

    » Corrienteshoy

    Fecha: 15/09/2024 13:01

    Relatos de ficción: "Tela de araña", por Elvira Navarro —¿Cómo te llamas? -le preguntó poniéndose a su lado—. Mi nombre es Étienne. Ella no le había visto antes, lo cual no significaba nada. Llevaba dos meses en París con una beca Erasmus y se alojaba en una residencia situada en un suburbio. Los viernes por la tarde se organizaban pequeñas fiestas en un diminuto salón de actos para que los residentes pudieran conocerse. Hoy era viernes por la tarde y ella estaba en la soirée, como se le decía en francés a esos encuentros. —Me llamo Marta —contestó. —¿De qué país? —España. —Necesitas practicar el idioma, Marta. Puedo ayudarte —le dijo él. —Te agradezco el ofrecimiento, pero ya tengo gente con la que poder hablar -respondió moviéndose un poco hacia la pared. Buscaba cómo salir. Miró su reloj ostentosamente, y empezó a decir "Bueno, encantada de...", pero él pareció entender otra cosa, o quizás sólo lo simuló. Empezó a contarle su vida sin que ella se lo hubiera pedido. Le dijo que sus padres procedían de Senegal, pero que él había nacido en Lyon; también que trabajaba y estudiaba a la vez, y que era voluntario en una ONG. "Puesto que él no se apartaba, ella pasó por debajo del brazo que tenía apoyado en la pared, rauda como una liebre" Étienne debía de medir casi dos metros y su tórax participaba de aquel poderío, como una pared acolchada contra la que resultara inútil golpearse. Había en su relato una mezcla de humildad y orgullo destinado a impresionar. Y en efecto, tras la enumeración, se quedó callado, esperando. Era tan grande que Marta notaba su calor como una materia sólida que la acorralaba. Trató de escabullirse a través del silencio, pero existía un educado mecanismo en sus cuerdas vocales al que se le escapó un "Eso está muy bien", a lo que él respondió que, hasta hacía cuatro meses, había tenido novia. Añadió que en la nevera de la cocina no tenía cerveza, que era lo que ambos estaban bebiendo, pero sí coca-cola. ¿Le apetecía seguir la soirée allí? —No, muchas gracias. Tengo que madrugar. Puesto que él no se apartaba, ella pasó por debajo del brazo que tenía apoyado en la pared, rauda como una liebre. El ascensor dormitaba en la planta baja y no tuvo que esperar para perder de vista a Étienne. Dos días después, él se presentó en su habitación con unas flores. La visita la cogió desprevenida. Étienne le tendió unos tulipanes amarillos y sonrió. Marta no se atrevió a cerrarle la puerta, pero le impidió tomar asiento. En su habitación sólo había dos posibilidades: la silla del escritorio o la cama. Si ella se sentaba en la cama, él no dudaría en sentársele al lado, y si se sentaba en la silla, estaría obligada a ofrecerle la cama. Optó por permanecer de pie en mitad del cuarto, de tal modo que él, tras darle las flores, no avanzó más de un metro, quedándose cerca de la puerta, con el paso interrumpido. Tuvieron la siguiente conversación: —Hola, Étienne. ¿Cómo estás? —Te he traído flores. —Gracias. Voy a ponerlas en agua -dijo eso y no las puso en agua. Se quedó con ellas en la mano, sin mirarlas, con los capullos boca abajo, como si en lugar de flores le hubiera regalado una bayeta sucia—. Bueno -añadió—, estoy haciendo un trabajo para la universidad. Te agradezco la visita, pero debes marcharte. —¿Quieres un café? —insistió él. —Ya tomaremos un café si nos vemos en la cocina. —¿Cuándo? —No lo sé. Ya nos encontraremos. "A continuación comenzó el temido, cansino, inevitable abordaje. Étienne estaba dispuesto a ligársela" Étienne puso cara de decepción, aunque sin mudar apenas la amplitud de su sonrisa. ¿Trataba de mantener una actitud chistosa hacia ella? Marta pensó que hacía tiempo para permanecer allí, sobre aquel suelo recalentado por la calefacción, entre la cama y el armario; aprovechó su inmovilidad para, al igual que el día anterior, sortear su cuerpo, aquella mole cuya espalda, se dio cuenta al deslizarse junto a él, era levemente gibosa. Alcanzó la puerta y, abriéndola, le dijo: —Muchas gracias por la visita. La miró asombrado. Quizá era de esas personas que tardaban un rato en descifrar lo acontecido, de ahí sus ojos tan abiertos y espesos, como si en lugar de mirar hacia afuera lucharan por abrirse paso desde una interioridad desatenta, tal vez obtusa. Sin embargo, Étienne no le parecía obtuso, sino empecinado. Dos días después, entró en la residencia cargada con bolsas de la compra. Étienne estaba con Ismäel, otro residente, en los sofás de la entrada. Ambos insistieron en ayudarla. A diferencia de Étienne, Ismaël no era alto. Bajaron a la cocina; Marta tuvo la impresión de estar flanqueada por dos estatuas. Sacó la comida de las bolsas mientras ellos la miraban silenciosos junto a los fregaderos. Se incomodó, como si en lugar de colocando alimentos, estuviera quitándose prendas de ropa. También sintió que les debía algo por haberla ayudado con las bolsas, así que aceptó una de las Oranginas que Étienne sacó de la máquina. Mientras tomaban los refrescos, Ismaël y Étienne le hicieron preguntas que rozaban lo estúpido, y ella les dio respuestas de la misma índole. A continuación comenzó el temido, cansino, inevitable abordaje. Étienne estaba dispuesto a ligársela; Ismaël era el ayudante de su amigo y tal vez, en el caso de una negativa de ella, el otro candidato. —Podemos llevarte a alguno de los conciertos de los sábados, ¿eh, Étienne? Hay buena música y las bebidas son baratas, y te gustará conocer nuestros garitos. Por la vuelta no te preocupes, tenemos amigos con coche que pueden traernos. Los colegas siempre nos acercan. —Gracias, pero estoy ocupada los fines de semana. —¿Ocupada? ¿Tienes novio? —Sí. —¿Un novio que está ahora en España? —Ismäel tenía una voz aguda que intensificaba la agresividad de aquel interrogatorio. —Sí -respondió, arrepintiéndose al instante. Si les acababa de decir que tenía los fines de semana ocupados con su novio, ¿por qué se delataba con tanta facilidad? Ellos la miraron, o esa fue su percepción, convencidos de que no había ningún novio. A pesar de ello, Ismaël dijo: —Tu novio está muy lejos y no tiene por qué enterarse. "Si no pruebas, no sabes lo que te estás perdiendo. No es justo que digas que no sin darle una oportunidad. Puede que él sea mejor que tu novio" Marta no pudo evitar una mirada de súplica a Étienne, que se movía tan excitado como contrito en una silla más propia de la terraza de un bar que de una cocina. Parecía a punto de decir al mismo tiempo: "¡Adelante con ella, Ismaël!" y "¡Marta, no le hagas caso!". Ella tardó menos de un minuto en terminar su Orangina, pero daba igual: ellos tenían sus vasos todavía rebosantes de refresco. Ismaël proseguía: —Seguro que a los sitios a los que vas no escuchas esta música. Es música de aquí, de la banlieue, y no la vas a encontrar fuera. En París no hay más que jazz, chanson, electrónica y pijadas. Bueno, ¿qué? ¿Te vienes este sábado? Puedes probar, y si no te gusta, pues entonces de acuerdo. No puedes volverte a tu país sin conocer la música de aquí y el ambiente nocturno—. Luego, bajando la voz a pesar de que no había nadie, añadió—: ¿No te gusta mi amigo? —No —dijo, y no supo si fue esta negativa, directa y simple, lo que hizo que Ismaël se creciera. Quizá era sólo la estrategia que venía observando a la hora de ligar, basada en la pesadez, en el no dar tregua y, a partir de la negativa, en algo cercano al acoso. —Étienne es buen chaval. ¿Por qué no quieres salir, aunque sea un día, con él? —Lo siento. Ya os he dicho que tengo novio. —Si no pruebas, no sabes lo que te estás perdiendo. No es justo que digas que no sin darle una oportunidad. Puede que él sea mejor que tu novio. —No le hagas caso -intervino Étienne—. Ya basta, Ismäel. Déjala que se vaya. Le dieron ganas de darle las gracias a Étienne, pero no lo hizo. Se levantó y ambos le sonrieron como si fueran a continuar charlando dentro de unas horas, o al día siguiente. Pero el resto de la semana no pasó nada más, salvo una leve inquietud cuando se cruzó con Ismäel, a quien no devolvió el saludo. Sólo el domingo volvió el asedio de flores amarillas, Étienne y los capullos a punto de brotar, y sin embargo ya mustios. Eran las nueve de la noche; al parecer, había ido a su habitación antes de la comida con su ramo y ella no estaba. "Se enfadó. ¿Por qué había vuelto si le había dicho que la dejara en paz?" —No quiero nada contigo, Étienne —fue lo primero que le dijo. No obstante, le dejó pasar e incluso le invitó sentarse. En realidad Étienne, con sus flores, su abordaje tan cansino como delicado —al menos si lo comparaba con Ismäel— y su toma de partido por ella el otro día ante su colega no le resultaba amenazante, sólo pesado—. Agradezco tu visita, pero te ruego que no vuelvas. No voy a liarme contigo. Él se puso en pie, no tan calmado como cuando entró. —No he venido para eso. Sólo quería disculparme por lo del otro día. Lo que hizo mi amigo no estuvo bien. Lo siento. —Acepto tus disculpas. Marta dijo esto casi a punto de bajar sus defensas. Sin embargo, Étienne añadió: —Me da pena que no quieras conocerme. Le cerró la puerta en las narices. Días más tarde hubo un tercer intento raro, sin flores y sin que Étienne quisiera entrar en su cuarto. Eran las ocho y media de la mañana cuando volvió a llamar. Ella acababa de despertarse y aún estaba en pijama. Pensó que debía de ser alguien de la recepción avisándola de que había llegado un paquete. No había teléfono en las habitaciones, y el segurata subía cada vez que había que avisar a alguien. No era el segurata, sino Étienne vestido completamente de blanco y descalzo. Sin decirle nada, con rostro de esfinge, le tendió un sobre. —¿Qué es esto? -preguntó, y él no le respondió. Lo abrió y se encontró con unos versos en francés, aunque no los entendió. Los leyó varias veces. No eran de amor, ni amistosos; tampoco expresaban rencor, tristeza o amenaza. No estaban escritos con palabras que no pudiera dominar, pero su sintaxis era oscura. Se enfadó. ¿Por qué había vuelto si le había dicho que la dejara en paz? Tomó su diccionario y su guía de conjugación para asegurarse de que estaba traduciendo bien; concluyó que no se trataba de un poema a pesar de la disposición de las frases, y trató de leerlo con otro ritmo. ¿Y si era una adivinanza? Pensó en buscar a Étienne para que le aclarase qué pretendía, pero enseguida sintió una pereza inmensa, abismal. Un nuevo acercamiento abriría la puerta a un trato más habitual, y esa era la tela de araña que él trataba de tejer en torno a ella. La hipótesis de que aquel juego fuera una simple treta cobró fuerza durante algunas horas, mientras no supo explicárselo de otra manera. Luego descubrió a Étienne y a Samuël riéndose a carcajadas. "¡Puta!", le gritaron. Elvira Navarro Ha escrito novelas y libros de relatos, como La ciudad en invierno, Los últimos días de Adelaida García Morales, La isla de los conejos y el más reciente Las voces de Adriana (2023). Fuente:https://www.telva.com/cultura/2024/09/14/66b9ff5501a2f184a88b45ac.html

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