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  • La gran tormenta

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 15/09/2024 10:25

    Yo en ese tiempo tenía un Renault 4 que estaba todavía en asentamiento, porque era de la empresa en la que trabajaba y me lo habían entregado hacía 15 días. Quiero comentar algo interesante, que hace también a este relato y lo que quiero que sepan es ¿Cómo hizo Carlos Ledesma para hacer la invitación desde El Espinillo, que distaba casi 50 kilómetros en una época, en la que el uso del teléfono era exclusividad de las ciudades? La radio era un buen sistema con el programa “Correo del Campo”, pero era una comunicación en una sola dirección, o sea desde la ciudad hacia el campo, pero no al revés. Allí fue donde me enteré que, por lo menos el Escritorio de Enrique y Adolfo Delor, donde trabajaba Carlos, utilizaba un antiguo pero seguro sistema de comunicación… las palomas mensajeras. Había una propiedad en la calle Hipólito Yrigoyen 670, conocida como “el palomar de Delor” o sea la antigua propiedad de don Eleuterio Costa y allí tenían las palomas mensajeras con las que, en menos de 20 minutos llegaban por ejemplo a la Estancia El Espinillo en El Redomón, según el viento; la paloma vuela entre 80 y 120 kilómetros por hora y se podían comunicar con los campos que administraban. Tenían palomas de La Estancia Santa Teresa en Juan Pujol (Corrientes), o San Esteban cerca de Federal o Vizcacheras, de los que yo recuerdo y en los campos tenían palomas de Concordia para enviar la contestación o para informar Y bien, como mencioné antes, partimos bastante temprano para El Espinillo en ese día raro, pero de lindo sol y con la perspectiva de comer un rico asado de cordero. Nosotros aportamos unos salamines, un queso y una damajuana de vino. A buena marcha llegamos al almacén de Miñones y pensamos en comprar allí galleta fresca, y por suerte conseguimos, porque no siempre tenían del día. Estaban lindos los campos con buena humedad, pasamos las arboledas de eucaliptus en esa sucesión de forestaciones, hasta que comenzó la tierra negra en la que estas comenzaron a ralear, siendo remplazadas por el monte bajo de espinillos, los viraró florecidos, o el tala siempre presente. Seguimos viaje y al poco rato pasamos el puente del Arroyo Robledo y ya prácticamente estábamos llegando y al ratito ya divisamos los eucaliptus de “El Espinillo”. Entramos por el camino que va costeando el alambrado y ya desde lejos vimos el humo y a Godoy, capataz del campo que nos saludaba desde lejos. Carlos, estaba en el escritorio y salió a recibirnos, aunque tal vez pensaba que llegaríamos un poco más tarde. Después nos fuimos los tres a ver como iba el cordero y a tomar unos mates con el asador. Había un buen fuego y le iba arrimando despacito las brasas al cordero que se estaba haciendo muy bien. Nos comentó que estuvo dudando si hacer el fuego adentro del galpón, porque no le gustaba el día (igual que a nosotros). Había sol y todo estaba bien, pero el día estaba raro. Nos dijo que lo que más le extrañaba era la cantidad de pájaros que pasaban, todos volando en la misma dirección. Armamos una picada con el queso, los salamines y la galleta fresca y no hablamos mas de la cuestión. Destapamos la damajuana y le hicimos los honores al Tittarelli, debajo de la arboleda. Mientras tanto, Godoy demoraba el asado para no comer tan temprano o tal vez se tomaba su tiempo para que saliera con esa cascarita bien crujiente. Pero finalmente lo tuvo que apurar nomás porque el cielo se nubló y comenzó a soplar viento sur. Finalmente estuvo listo y no hay duda que el hombre sabía asar. Era una manteca la carne y las costillas se sacaban con la mano. No hay duda que lo hizo con paciencia. Crocante por fuera y la carne tierna del cordero que comimos con la galleta fresca Entretenidos con la charla, no reparamos en la enorme tormenta que se estaba armando. Pero tampoco hubiéramos podido verla porque la casa nos atajaba la vista hacia el sur. De ese lado el cielo estaba totalmente negro y ya comenzaron a caer algunas gotas dispersas. La luz del sol desapareció quedando en su lugar una extraña luz amarillenta. “Bueno, dijo Carlos, vamos guardando las cosas. Me parece los mas conveniente antes de que se largue la tormenta”. El monte se oscureció y el viento comenzó a silbar en los eucaliptus y a mover las ramas. Una nube de polvo nos envolvió y el piar de los cachilos anunciaba viento fuerte. Un rayo en seco partió el tronco de un algarrobo y lo incendio en medio del chisperío. Todos saltamos sin darnos cuenta nos encontramos todos de pie. Corrimos en busca de refugio en la casa, desde donde mirábamos por la ventana lo que estaba sucediendo afuera. El viento hacía correr en ese cielo oscuro, nubes blancas que pasaban a gran velocidad. La fuerza del viento era un espectáculo fantástico, que quedaba demostrado inclinando los enormes eucaliptus. Una rama de gran porte se desprendió, cayendo con gran estrépito y el viento la siguió empujando hasta que los alambrados la detuvieron. Vimos pasar un tambor de gasoil y luego otro y otro y a Godoy y otro peón tratando de detenerlos, pero venían más tambores. Carlos se preocupó y desde la puerta les gritó que los dejaran, que después lo íbamos a buscar cuando parara el viento. Por supuesto que el ruido de la tormenta le impidió escucharnos, ya que nos unimos a los gritos. Lo único que logramos fue qué al abrir la puerta, casi se nos voló el techo. Y aún luego, cerrando la puerta, el techo siguió batiendo y corría el riesgo de volarse con la fuerza del viento. Sin duda, era un ciclón Era un techo alto sostenido por gruesos tirantes, pero se estaba deprendiendo y golpeaba con fuerza con cada racha. “¿Saben que vamos a hacer? vamos a enlazarlo” dijo Carlos. En la pared había un lazo de tientos que estaba como adorno, así que lo sacó y lo pasamos por el tirante, pero no había de donde atarlo. Así fue que lo atamos a la base de la viga que sostenía el techo trabajosamente entre los tres, en un momento en que el viento amainó, aprovechamos para atarlo…y quedó bastante firme. No se cuanto tiempo duró ese ciclón con el aullido del viento como nunca vi antes ni tampoco después A nosotros nos parecieron horas, pero tal vez haya durado cerca de una hora, después fue amainando y así lo recuerdo. Recuerdo también que yo pensaba en mi auto (que era de la empresa) si no le habría caído una rama encima, pero después comprobé que afortunadamente estaba intacto. Debe haber sido en el año 1975 o 76. En realidad fue muy fuerte la tormenta o ciclón y causó muchos daños en varias partes.

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