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  • “Nuestro proyecto era tener un hijo más y una noche volvimos a casa con una hija menos”: una historia de amor, tragedia y donación

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 14/09/2024 02:32

    Hay un instante en el que todo cambió para siempre. Y dos momentos en los cuales, por decisión propia, se modificó el rumbo impuesto por la tragedia y el dolor. El instante -aún hoy incomprensible- fue el domingo 29 de agosto de 1999 en Rosario, en la esquina de Ovidio Lagos y Salta. Ese día, en un accidente de tránsito que jamás debió suceder, a Antonella Trivisonno se le empieza a escurrir la vida a sus seis años. El primer momento sucederá unas semanas más tarde. Alejandro, el papá de Antonella, está sentado en un escalón de su casa cuando se acerca su otra hija, Agustina. “No quiero vivir más, pa... ¡Me quiero ir con Anto!”, le dice entre sollozos, desconsolada, con la inocencia interrumpida a sus ocho años. El hombre respira. Y sin saber bien qué decir, quizás sintiendo más que pensando, habla: “Antonella no va a estar más con nosotros. Está en otro lugar, que no sabemos cuál es. Pero sí sabemos cuál es nuestro lugar: es éste, Agustina. Y no podemos echarle la culpa a Antonella por no poder volver a ser felices”. Ahí mismo, padre e hija comenzarían a entender muchas cosas. Silvia Trivisonno "Antonella fue luz" El segundo momento se registra el 30 de mayo de 2000, cuando los Trivisonno son invitados a una misa por el Día Nacional de la Donación de Órganos. Silvia, la mamá de Antonella, desciende hacia la cripta de la parroquia donde se realizará una ceremonia. Se percibe contrariada. “Acá está todo oscuro. Y Anto fue luz”, piensa, inmersa en una penumbra en la que no identifica a su hija. Comprende entonces que hay una historia anterior que debe ser relatada. Y honrada. Ahí mismo arranca otra lucha para la familia. Ahora, 25 años después, Silvia y Alejandro se sientan con Infobae. Hablarán de la donación de órganos. De quiénes se van, de los que se quedan. De la tristeza, del desgarro, del sinsentido. Pero también de la necesidad de recuperar la sonrisa, de luchar por la felicidad. Y sobre todo, hablarán de esa maravilla a la que bautizaron Antonella. Y del Día Nacional de la Persona Donante de Órganos, el homenaje que impulsaron para celebrarla. Porque Antonella no fue un instante, ni un par de momentos. “Ella era especial. Su vida vive en nosotros”, dicen sus padres. Antonella Trivisonno sufrió un fatal accidente de tránsito el 29 de agosto de 1999 en Rosario La tarde se hizo noche “En ese momento teníamos 35 años y cuatro hijos sanos: Nicolás, Agustina, Antonella y Patricio, un bebé de nueve meses -relata Alejandro-. Estábamos pensando en agrandar la casa porque queríamos tener más hijos; había que hacer una pieza más. La donación y la muerte no eran un tema para nosotros. Hasta que ese domingo, a las tres de la tarde, un inconsciente pasó un semáforo en rojo a muy alta velocidad. Por el choque el auto se deforma, las puertas se abren, y Antonella sale despedida”. —¿Quiénes estaban en ese auto? Silvia: —Manejaba yo. Iba con Nicolás, Agustina y Antonella. Antonella sale despedida; los demás salimos golpeados, con magullones y lleno de vidrios, pero nada más. Antonella golpea la cabeza contra el pavimento. Queda debajo del auto. Y yo empecé a los gritos para ver quién me ayudaba a sacarla. Había que salvarla. Pudimos sacarla. Vino la ambulancia. Ahí, ella ya no respondía... Pero cuando la subieron me dijeron que tenía signos (vitales). No estaba muerta. —¿Cómo la sacaron de abajo del auto? Silvia: —La saqué yo. Y me senté en el cordón con ella, abrazándola. En ese momento uno no sabe lo que hace, pero no podía dejar a mi hija tirada en el piso. No... no lo pensé. Me dijeron que la acunaba y le gritaba. Pobre... Fue lo que me salió en ese momento. Y llegamos al Hospital (de Niños) Vilela. Y vimos la desesperación de los médicos por salvarla: hicieron hasta lo imposible por recuperar su vida. —Alejandro, ¿a vos quién te llamó? Alejandro: —Mi papá, que vivía arriba de casa. Un vecino justo pasó por el lugar, vio el accidente y le dijo a mi papá: “Tenés que venir. Hay un problema con tus nietos”. Fuimos con mi papá y desde lejos veo el auto de Silvia, volcado. Llegamos a esa esquina y era un caos. —¿Todavía estaba Antonella? Alejandro: —No, no. Silvia tampoco. Nos dijeron que las llevaron al Vilela y nos fuimos al hospital. —¿Y ahí? Alejandro: —Uno está medio anestesiado: no entiende qué pasó y qué no pasó. Hasta hacía una hora estábamos comiendo todos juntos, como un domingo más... No pensé que era para nosotros hasta que llego a la Guardia y la veo a ella. Y ves el cuadro. Y ves la cara de los médicos, y te das cuenta de que no va bien. Lo vas sintiendo. —¿Cuánto tiempo estuvo viva Antonella desde el accidente? Alejandro: —Alrededor de cinco horas. Silvia: —Y nosotros ahí nos empezamos a preguntar: “¿Quién nos va a ayudar? ¿Qué necesita? ¿Algún trasplante? ¿Algo que, si se le rompió, se lo arreglan?”. Alejandro: —Y nos preguntábamos: “¿Va a ser la misma?”. Antonella era tan especial que uno no podía imaginarla distinta. —¿Cómo era? Alejandro: —Antonella donó vida en vida. Yo llegaba a casa y era la primera que, con un inmenso abrazo, me decía “Te quiero”. Porque lo decía. “Antonella, cuando abraza, abraza”, decía una amiga. Era un ser muy inteligente, no solamente lógico matemático, sino también emocionalmente. Antonella se relacionaba con vos desde el lugar que lo necesitabas. Silvia: —Antonella era la que un poco nos sostenía a todos: era como el comodín. Llegaba y le daba el mate al papá. Venía conmigo y se ponía un banquito para ayudarme a secar los platos. Con Nicolás, que le gustaba jugar a la pelota, era la que atajaba. Y con Agustina, que le gustaba jugar a la maestra y de hecho hoy es docente, era la alumna. —En el hospital, ¿qué les dicen los médicos? Alejandro: —Que la situación es muy grave, que está complicado. Dos veces nos dejan entrar a verla, y uno ya piensa que eso no es normal: en una terapia (intensiva) no te dejan entrar tanto. Hasta que en un momento nos dan su diagnóstico de muerte cerebral. El resto de sus órganos estaban intactos. Silvia me dice: “Vamos a donar los órganos. Si nosotros necesitábamos, ¿quién nos iba a ayudar? Y si ahora otro necesita, nosotros podremos ayudarlo”. Silvia: —Todo fue muy rápido. Nos dicen: “Vamos a llamar al CUDAIO (Centro Único de Donación, Ablación e Implante de Órganos de Santa Fe) para que les hagan la entrevista”. Alejandro: —Y lo primero que hicimos fue hablar con sus hermanos: les contamos que Antonella había muerto y que íbamos a donar sus órganos. Y no recuerdo si fue Nicolás o Agustina quien preguntó: “¿Y si los necesita después?”. Ahí le tuvimos que decir que no los iba a necesitar más, porque Antonella no iba a estar más en su cuerpo. —¿Nunca hubo dudas sobre donar los órganos? Alejandro: —No hubo ningún tipo de duda. Silvia: —Y partió de nosotros: les dijimos a los médicos. En las cinco horas anteriores, cuando yo necesitaba que ayudaran a que mi hija siguiera viva, en esa desesperación de mamá, pensaba: “¿Por qué no permitirle a otra mamá que también siga abrazando a su hija o a su hijo?”. —¿Cuántos órganos de Antonella se pudieron donar? Alejandro: —No lo sabemos. Nunca lo preguntamos. Lamentablemente Antonella murió y sus órganos ayudaron a otras familias, en lista de espera, a transitar mejor por este mundo. Pero Antonella no está ahí, no está en esos órganos. Alejandro Trivisonno le dijo a su hija Agustina que no podían culpar a Antonella por no poder volver a ser felices. Siento más tu muerte que mi vida “En nuestra familia, el shock inicial se fue haciendo anestesia. Y se fue haciendo el desgano y el cansancio. Y la pesadez y la pesadumbre. Y el alma gris -continúa Silvia-. Nos costaba mucho salir de eso y que los chicos volvieran a la escuela. Y había que atender a un bebé de 10 meses que quería empezar a hablar. Pero si vos no tenías ganas de hablar, ¿cómo le enseñás las palabras?”. —¿Son creyentes? Alejandro: —Sí. —¿Y en ese momento se enojaron con Dios? Alejandro: —No. Siempre dije que no soy tan importante para que todo me pase a mí. Las cosas suceden, y yo caí en el medio. Y si bien tratamos de no hablar de la parte negativa, teníamos un culpable. Era una persona que tenía causas cajoneadas, que ya había hecho otras cosas conduciendo. —¿Costó mucho que los chicos salieran adelante? Alejandro: —Cuando Patricio iba a cumplir un año, buscamos fotos para hacer un book de fotos y poner en el cumpleaños. Y no había fotos del bebé sonriendo. ¿A quién iba a copiarle la risa? Entonces compramos un libro de chistes y nos obligamos a leerlo mientras comíamos con los chicos, para contarnos un chiste y reírnos. La decisión fue esa: no podemos echar la culpa a otro de no poder volver a ser feliz. —Y había sido Agustina la que ese día, diciéndote eso... Alejandro: —Sí... Te sacude. Había perdido una hija, y mi otra hija no quería vivir. ¿De qué estamos hablando? Primero me tenía que rescatar yo. Mirarme al espejo cuando me levantaba en la mañana y decir: “Me quiero levantar”. Al principio estás anestesiado: no sabés qué está pasando. Pensás que estás soñando. —Mientras el mundo sigue girando. Alejandro: —Y estás esperando que todo el mundo se dé cuenta de que vos estás destruido... Silvia: —El primer año fue muy muy difícil para mí. Estuve muy mal, porque encima yo había sido parte del accidente. No podía volver a salir a la calle en un auto. Entonces, ese año él asumió toda la fortaleza dentro de la familia, con los abogados, con el juicio. El segundo año arranqué yo: “Tenemos que hacer esto”. Y ahí arrancamos de nuevo. Alejandro: "Honremos la vida de Antonella y de todos los donantes, no por su muerte, sino por lo que aportaron en vida". Honrar la vida En las vísperas del primer aniversario de la tragedia, y después de la oscuridad de la cripta de esa parroquia que contradecía la luz de Antonella, Silvia y Alejandro se comunicaron con el CUDAIO. “Nos pidieron que, si queríamos, los acompañáramos en las charlas que ofrecían. El testimonio de alguien que donaba los órganos de una hija recién fallecida, sin esperar nunca nada a cambio, fue realmente muy conmovedor para los otros -recuerdan-. Queríamos hacer algo para que la historia de Antonella ayudara a otras familias“. —A partir de ahí, ustedes empezaron a trabajar muy activamente para ayudar concientizar. Silvia: —Cuando nos preguntan si Antonella vive en otro, decimos que no: ella fue donante de vida en vida, y después donó los órganos. La donación de órganos hace que una persona pueda mejorar la calidad de vida de un paciente en lista de espera. Pero con la donación que Antonella nos hizo en vida, nos hizo mejores. Y su vida, vive en nosotros. Con su actitud, se había dado muchísimo permiso para ser feliz, para disfrutar un montón, para aprovechar todas las oportunidades que se le presentaron. Y eso quisimos copiar: permitirnos, y permitirles a nuestros otros hijos, tener las mismas oportunidades que tuvo Antonella. —Por un lado está todo lo que tiene que ver con concientizar sobre la importancia de la donación de órganos. Y por otro lado, el Día Nacional de la Persona Donante, para homenajear a quien partió. Alejandro: —A los 20 años de su fallecimiento impulsamos esa ley para honrar, al menos una vez al año, a las personas donantes. Antonella no se murió porque donamos los órganos; donamos los órganos porque se murió, porque un inconsciente hizo una locura. Y Antonella vivió antes de su muerte: tuvo una vida plena y feliz. Honremos esa vida, honremos esa posibilidad que tuvo Antonella y todos los donantes. Si acá traemos a otras familias, van a hablar de lo mismo: de la vida, de lo especiales que fueron nuestros seres. Silvia: —El 30 de mayo, que es el Día de la Donación, se hace un homenaje a la persona que donó, porque murió. Pero quienes hayan perdido a algún familiar me va a entender perfectamente: no te acordás de ese momento. Vos te acordás de los abrazos, de los besos... Vos tenés el hueco. Nosotros nos relacionamos con la vida de Antonella. El homenaje no va porque murió y donó sus órganos. El homenaje va por su vida, va por lo que nos abrazó y nos donó en vida. —Por quién fue Antonella. Silvia: —Exacto. Y por quien nos hizo. Y de qué forma nos hizo. Alejandro: —Antonella fue feliz. Fue plena. Lo que nosotros extrañamos son nuestras expectativas sobre la vida de Antonella: su cumpleaños de 15, su graduación... Pero el tiempo en que ella estuvo, disfrutó la vida de una manera que nos motorizó a darnos cuenta de que la vida debe ser vivida hoy. —¿A partir de eso sentís que hay una obligación de ser feliz? Alejandro: —No hay una obligación: hay una necesidad. Uno no viene a complicarse la vida. La vida se complica sola. Uno puede ser feliz; tiene que pelearla, es un trabajo. —Después vinieron dos hijos más. Alejandra: —Pensábamos agrandar la casa porque el proyecto de familia era que hubiera un hijo más. Y una noche volvimos a casa con una hija menos... A pesar de esto lo charlamos, lo pensamos, lo discutimos y dijimos: “No sabemos cuándo vamos a estar bien para...”. Silvia: —Queríamos que entre Patricio y el que viniera después no hubiera demasiado tiempo porque nos parecía que, en los próximos años, nunca íbamos a estar bien como para tener otro hijo. —¿Y en cuánto tiempo vino? Silvia: —Mariano llegó antes del año. Y cuando Mariano cumplió un año, quedé embarazada de Tadeo. —¿Hay algo que no hayamos hablado y que sientan que quieren decir o compartir? Silvia: —La donación es una forma de vida, es una actitud de todos los días. Eso es lo que nos define como donantes. Y eso es lo que nos enseñó Antonella: dar lo mejor de cada uno de nosotros. Ella nos daba lo que necesitábamos. Si vos hoy te llevás un buen recuerdo, una buena imagen, una frase, una palabra o un abrazo, de esa manera yo puedo vivir dentro tuyo. Y yo soy donante. Te di lo mejor que tenía. Alejandro: —Es lo que dice Silvia. La donación no se trata de sangre, órganos o tejidos. Se trata de que lo mejor de mí, pueda vivir en vos. Silvia y Alejandro Trivisonno con Tatiana Schapiro en Infobae

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