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    » Diario Cordoba

    Fecha: 10/09/2024 02:17

    El 28 de octubre de 1982, una coalición de fuerzas afín a los Principios Fundamentales del Movimiento gana las elecciones con un 51,1% de los votos. Esto es lo que proclama la Junta Electoral Central, un reservorio del aparato franquista que intenta recuperar la proclama de todo atado y bien atado del dictador. Gran parte del país está en estado de shock, y los socialistas tienen copias de las actas electorales que demuestran haber obtenido más de diez millones de votos. Sin embargo, ante las inventivas de la Coalición gobernante, todos los mecanismos del Estado se confabulan para neutralizar las legítimas aspiraciones del PSOE. Después de varios días oculto en una Embajada iberoamericana, el Presidente venezolano Luis Herrera Campins ofrece asilo político a quien todos los indicios demoscópicos apuntan como verdadero ganador de las elecciones: Felipe González Márquez. La ucronía será un burdo puzle de aproximación a la realidad, pero se convierte en un avispero para espabilar conciencias. No habría que ofenderse con el marxismo primigenio. Sus cartas estaban boca arriba y la «dictadura del proletariado» no era una frase hecha. Lo más cínico es el burdo papel de celofán con el que dictadores contemporáneos intentan envolver en una democracia de la marca Acme todas sus satrapías. Desde Putin a Daniel Ortega, pasando por las cutres astracanadas de Maduro -los cubanos no entran en esa pantomima, acaso por la pereza de las Antillas o concienciados de que los disimulos son una pérdida de tiempo-. De aquella intelligentsia, que era una izquierdosa revuelta del calcetín al despotismo ilustrado, se escindió la socialdemocracia. Incluso lo hizo el eurocomunismo, aunque algunos de sus elitistas herederos tilden de fascistas a los que no boten con sus postulados. Pinchan definitivamente en hueso en el mapa venezolano, pues incluso dirigentes tan poco sospechosos de pinochetazos, como el Presidente chileno Gabriel Boric, tienen la mosca detrás de la oreja con ese pucherazo. Al igual que las cadenas de favores, no necesitamos ni siete personas para conocer a un venezolano que haya sufrido los desmanes del chavismo. La gente no huye, ni pasa fatigas o una ausencia crónica de medicamentos para confabular con el ultraliberalismo. A Edmundo González no podemos pedirle que haga el Quo vadis? de San Pedro, pero este exilio es un regalazo para la dictadura chavista. La diplomacia es un minué de intereses internacionales, y el Gobierno español está jugando unas cartas que quizá, lo más cortos de vista, no sepamos apreciar. Más difícil incluso es encajar el silencio cómplice de Zapatero, a quien posiblemente no le perturbe el sueño de remontarse a un Felipe González en el exilio en una hacienda caraqueña. Ya saben, al enemigo, puente de plata. ¿Qué digo plata? Platino. *Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor Suscríbete para seguir leyendo

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