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  • Dieta y aceite de oliva en el mundo antiguo (XII)

    » Diario Cordoba

    Fecha: 09/09/2024 07:26

    A partir del siglo I d.C., ante la crisis de la producción en Italia y las necesidades crecientes de aceite por parte de la población y del ejército del limes Norte (frontera con los bárbaros), los emperadores romanos iniciaron una política oficial activa de incentivación de la plantación y el cultivo del olivo, tras haber incorporado el zumo de la aceituna como una de los productos cuya distribución quedaba a cargo de la Prefectura Annonae: institución de ámbito estatal -a la manera de un «Ministerio de Abastos», en palabras de J. Remesal-creada por Augusto entre los años 6 y 8 d.C., con el encargo de hacer llegar de manera gratuita el trigo y el aceite conseguidos mediante el pago de impuestos o por compra, al ejército y a la plebe, base en último termino del poder imperial. Esto les permitía el consumo de alimentos que de otra manera les hubieran resultado prohibitivos y muy probablemente inalcanzables, al tiempo que se regulaban los precios y el mercado. Algunas fuentes parecen sugerir que la incorporación sistemática del aceite a los repartos annonarios no tendría lugar hasta tiempos de Septimio Severo (s. III d.C.); pero su presencia, cuando menos ocasional, en los suministros estatales de víveres a la plebe está atestiguada como mínimo desde el siglo I a.C., como demuestra un texto bien conocido (Dión Casio 43, 21, 3; Suetonio, Iul. 38), según el cual, como parte de la celebración de uno de sus triunfos, César «dio a la plebe un banquete y grano y aceite en mayor cantidad que la medida habitual». Se conocen varios documentos que hablan de algunas iniciativas estatales al respecto en el Norte de África, seguramente extrapolables al resto del Imperio; entre ellas dos de época de Adriano, el emperador bético que tan acostumbrado debía estar desde niño a contar con el aceite de oliva en su dieta diaria: la lex hadrianea de rudibus agris et iis per X annos continuos inculti sunt, y el Rescriptum sacrum de re olearia. Este último establecía el compromiso por parte del Estado de comprar y comercializar al menos un tercio de su cosecha a los productores de aceite; mientras la primera concedía la exención del impuesto anual (1/3 de la cosecha) durante diez años a aquellos agricultores que pusieran en cultivo tierras incultas o abandonadas, garantizándoles, si así lo hacían, la propiedad de por vida y la posibilidad de transmitirlas en herencia a sus descendientes; siempre, a partir de la primera cosecha. Se explica así que a partir de mediados del siglo I d.C. Baetica se convirtiera en la principal abastecedora de aceite de oliva al imperio romano, al adquirir el Estado enormes cantidades del mismo procedente del Valle del Guadalquivir para el aprovisionamiento del ejército y la propia Urbs. Fue tan grande el volumen de este comercio, que los desechos de las ánforas con las que se trasportó el aceite a Italia conformaron el primer basurero «ecológico» de la historia, hoy conocido como Monte Testaccio, objeto de excavación desde hace años por parte de una misión española que dirige precisamente J. Remesal. Se localiza junto a la margen derecha del Tíber, al Sudeste de Roma, dentro de los Muros Aurelianos y a los pies del Aventino, en una zona portuaria y de grandes almacenes próxima a los horrea Seiana, destinados al almacenaje del aceite oliva. Todo ello mantiene hoy para el barrio el nombre genérico de Testaccio, preñada la colina de ánforas y de todo tipo de leyendas y vicisitudes históricas, al haber desempeñado un papel de enorme interés en la vida de la ciudad. Suscríbete para seguir leyendo

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