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    » LaVozdeMisiones

    Fecha: 08/09/2024 16:33

    Nadie oyó hablar de Helmuth Pudor en Bonpland. Tampoco parece haber rastro en el pueblo del apellido de esa familia de colonos alemanes que anotó su nombre en la efeméride de una de las operaciones militares más grandes en la historia de la guerra moderna: la Operación Barbarroja. Helmuth tenía 23 años, la madrugada de aquel domingo 22 de junio de 1941, cuando las fuerzas alemanas invadieron la Unión Soviética, sin saber que estaban sellando el destino del Reich de los Mil Años, que había fascinado al joven colono desde la (a esa hora, lejana) adolescencia en Misiones. Llevaba dos años en la guerra. Había combatido ya en todos los frentes, en una unidad de fusileros motorizados en la invasión de Polonia, el 1 de septiembre de 1939; en el ataque a Francia, al año siguiente; como operador de radio de la Lutwaffe, la fuerza aérea alemana, había volado en misiones de bombardeo en la invasión de Creta y los Balcanes, y luchado contra cazas ingleses, en 1941. Incluso, había sido condecorado por esas acciones con la Cruz de Hierro de Segunda Clase, que llevaba en el pecho esa noche de junio, volando como parte de la tripulación de uno de los cientos bombarderos Dornier (Do) 17, que se dirigían a atacar los primeros objetivos soviéticos, en una operación que se prolongaría por otros tres largos años de combates sangrientos y épicas batallas, que inscribirían también sus nombres en la historia. Sin rastros No queda rastro de Helmuth en el Bonpland de hoy, que discurre apacible entre las verdes serranías y apenas conserva unos pocos edificios de la época en que la familia del joven soldado de Hitler se instaló allí. Imposible saber si la madrugada de la Operación Barbarroja, cuando volaba sobre la inmensidad de la estepa rusa en un avión cargado de bombas, el joven colono alcanzó a pensar siquiera por un instante en la selva misionera y sus sonidos, reproduciéndose en su interminable ciclo a miles de kilómetros de distancia. Según el historiador Julio B. Mutti, en su libro Nazis Argentinos que pelearon en la Segunda Guerra Mundial, los Pudor era una entre las miles de familias de colonos alemanes que llegaron al país en 1925, a bordo de un barco famoso en la época: el Monte Oliva. Los Pudor: Adalbrecht, de 46 años, y su esposa Hanna, de 35, llegaron a Misiones con tres hijos, Helmuth, Ekkhard y Sabine, de 10, 4 y 2 años. “Los Pudor echaron raíces en el pueblo de Bonpland, no muy lejos de Oberá, en la actual provincia de Misiones y, según los archivos de la Unión Alemana de Gremios, de la cual Adalbrecht era miembro, se dedicaron casi de inmediato a la agricultura”, escribe Mutti. “Helmuth Pudor tenía apenas 10 años cuando vio por primera vez a la inmensa e inacabable geografía argentina, con sus insondables campos apenas poblados por un puñado de hombres y mujeres de orígenes y nacionalidades heterogéneas”, relata el autor. Mutti, cita una publicación de la revista de la Unión Germánica en Argentina, Der Bund, donde se señala que a los 14 años, en 1929, el mayor de los Pudor, nacido el 13 de mayo de 1915 en Berlín, ya formaba parte del entonces incipiente movimiento nazi en el país, cuatro años antes de que Adolfo Hitler llegara al poder en Alemania y terminara incendiando el mundo. “Debemos entender que había ingresado en las clásicas actividades juveniles de la comunidad alemana de época, inspiradas o casi iguales a las Juventudes Hitlerianas de Alemania”, escribe el historiador. Por otros registros, es posible también saber de múltiples eventos de grupos juveniles alemanes en varias localidades misioneras, como Oberá, Eldorado, San Javier, entre otras, a la par de la circulación de publicaciones alemanas editadas en el país, que reflejaban la época que se vivía en la “madre patria” con el ascenso de los nazis al poder. De hecho, en 2020, el Centro Simón Wiesenthal hizo pública una lista de 12.000 nazis argentinos que contribuyeron al esfuerzo de guerra de Hitler, desde antes, incluso, de la creación del Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán, en Buenos Aires, en 1931, entre los que se cuentan muchos colonos alemanes radicados en la tierra colorada. Decidido a regresar a Alemania, Helmuth dejó Bonpland en 1932, a los 17 años. En su libro, Mutti compara el viaje con una “odisea” y reconstruye el itinerario, de casi dos años, del muchacho de inconfundibles rasgos germánicos, criado en Misiones. “Primero, se dirigió a San Javier y cruzó la frontera hacia Brasil, donde trabajó de panadero y en varios otros empleos para abrirse camino hacia el océano Atlántico”, escribe Mutti. “Pasó por Santos y Ríos de Janeiro”, agrega el historiador. Señala que al cabo de unos meses en la capital carioca, en 1934 se embarcó como cocinero en otro trasatlántico famoso entonces, el Monte Sarmiento, que lo desembarcó en Hamburgo, el puerto de donde había salido con su familia hacia la Argentina nueve años antes. Cuenta Mutti, que en Berlín, Helmuth, probó incierta suerte en diversos oficios, hasta que, llevado por el clima de fervor nacionalsocialista, se alistó en el ejército, que se entrenaba a la par del rearme alemán para la guerra que se avecinaba. Lápiz volador La noche de la Operación Barbarroja, Helmuth, estaba a cargo de la radio del avión, un bimotor pequeño apodado “lápiz volador”, y cuyo bautismo de fuego había sido en la Guerra Civil Española, en 1937. Señala Mutti, que el avión de Helmuth integraba el 8° Escuadrón, del III Grupo de Bombarderos de la Lutwaffe, la fuerza aérea alemana. “Pasaron los primeros días de los confusos y mortales combates entre las fuerzas bolcheviques y alemanas”, relata el historiador y añade: “La batalla estaba en los más álgido y no había descanso, cada día y casi a cada hora había una misión de bombardeo tras las líneas enemigas”. Por tierra, el avance alemán se abría paso dificultosamente, en una encarnizada lucha contra los elementos y un ejército rojo que peleaba el terreno palmo a palmo, con absoluto desprecio por la propia vida, en escenas dignas de la hazaña. A esas tempranas horas de la invasión, iba quedando claro que lo que Hitler imaginó como un paseo hacia Moscú, otro blitzkrieg de fuego de su afán de conquista, iría finalmente a estrellarse con la heroica resistencia soviética que ya se hacía sentir. Cuenta Mutti, que a las 9,30 de la mañana, del 24 de junio de 1941, el avión de Helmuth fue alcanzado por la artillería antiaérea rusa: “El avión siguió volando, malherido, envuelto en humo y amenazando con desplomarse al suelo”, escribe el autor. Dice que en medio del caos, el comandante de la nave instó al joven Helmuth a que saltara en paracaídas. “Helmuth abrió la escotilla y miró hacia abajo”, escribe Mutti. El avión había perdido altura y volaba al alcance de los disparos de armas livianas que rebotaban por todo el fuselaje. Helmuth, saltó cerca de Stopce, Eslovenia. El joven colono de Bonpland no tuvo suerte esa mañana: el paracaídas no se abrió y Helmuth murió estrellado contra la estepa eslovena. Cuenta Mutti, que sus padres en Misiones tardaron tres meses en recibir la noticia de la caída en combate de su hijo.

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