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    » Diario Cordoba

    Fecha: 08/09/2024 03:44

    No puedo imaginarme viviendo en Afganistan; si lo intento, la angustia me ahoga. En tres años, sus mujeres y niñas han perdido todos los derechos que habían adquirido en los últimos veinte y, sobre todo, corren el riesgo de perder la esperanza. Desde que gobiernan los talibanes, han sido privadas del derecho a estudiar y han de abandonar la escuela a los diez años, no pueden trabajar más que en determinados puestos subalternos que ellas no deciden, llevar más ropa que el burka, disfrutar del ocio, pasear sin ser acompañadas de un familiar varón, ir a una peluquería (se han cerrado), elegir pareja, llevar perfume, acudir a un médico si no es una doctora quien la atiende y, por si todo esto fuera poco, se ha abolido la ley que erradicaba la violencia contra ellas. Hay más prohibiciones, pero la última medida dictada, hace apenas dos semanas, es la más espeluznante: prohibe su voz. Las mujeres no pueden hablar en público, cantar, recitar, ser oídas. Se les niega la palabra. Si, como dice Laila Basim en un espeluznante testimonio publicado en El País el pasado 18 de agosto, vivir bajo las leyes de los talibanes es «una muerte lenta», negarles la palabra, es sepultarlas en vida. Mientras tanto, ¿qué hacemos en el resto del mundo? Se han movilizado colectivos de mujeres, asociaciones no gubernamentales, pero no gobiernos. A pesar de que solo China y Nicaragua han reconocido el nuevo régimen, el resto no sostiene más que tibias críticas hacia la progresiva restricción de los derechos humanos en el país, especialmente con los derechos que afectan a las mujeres. La ONU ha comparado la situación en Afganistan con un apartheid de género, pero ha aceptado reunirse con una delegación de ese país sin que ninguna mujer estuviera presente. El gobierno talibán, sabiendo que Occidente cree necesitarlo para controlar el narcotráfico de la región y la lucha antiterrorista frente a ISIS (como si el talibán no fuera un gobierno basado en el terror), se siente invencible y sigue proclamando edictos que merman día a día los derechos de sus ciudadanas con total impunidad. La importancia de reconocer que las leyes dictadas contra los derechos de las mujeres constituyen un apartheid de género radica en que entonces podrían ser consideradas crímenes contra la humanidad, sus dirigentes perseguidos y juzgados, y las mujeres que pudieran salir recibirían asilo político de forma inmediata. En España, la asociación Mujeres con voz, Mujeres con derechos ha emprendido una recogida de firmas para pedir este reconocimiento. Para ello se insta a los gobiernos internacionales, y especialmente al nuestro, que denuncien, en el Tribunal Penal Internacional y como crímenes contra la humanidad, el trato que el estado talibán da a las mujeres y niñas afganas. En el momento de escribir este artículo han recogido más de once mil firmas.* ¿Podemos hacer algo más? Si Laila Basim en su artículo de denuncia dice: «Me han pegado, perseguido e insultado, pero voy a seguir protestando», no dejemos que nos quiten también la palabra, no caigamos en el silencio. Que la prohibición de los talibanes no nos alcance también a nosotros. Si no podemos hablar con las mujeres y niñas de Afganistán, hablemos de ellas. Tenemos que hablar, hablar, hablar. No dejemos que caigan en el olvido, no las sepultemos en el silencio. Suscríbete para seguir leyendo

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