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  • Un emocionante homenaje al Negro Rafael Ielpi, en la voz de su mujer, colegas y amigos

    » La Capital

    Fecha: 07/09/2024 21:52

    ¿Cuántos Ielpi caben en un Ielpi? Muchos. ¿Cómo sintetizar, entonces, la multiplicidad humana, artística y gestora de una figura tan relevante como la de Rafael Ielpi? El jueves 5 de septiembre, en la jornada inaugural de una nueva edición de la Feria Internacional del Libro, ese desafío fue asumido por una mujer (la Mujer con mayúsculas que para Ielpi fue Dora Suárez) y tres hombres (Eduardo D’Anna, Sebastián Riestra y Perico Pérez), que desde el amor y la amistad sintetizaron algo de todo eso que fue Ielpi, el ciudadano ilustre de Rosario, el diez-años-concejal, el director de ese mismo espacio que ayer fue escenario para el homenaje que logró recordarlo con luminosidad: en la sala Angélica Gorodischer del Cultural Fontanarrosa, Rafael Ielpi se hizo presente en textos, en anécdotas, en la emoción de su familia y en el busto creado por el escultor Marcelo Castaño , pieza central del altar que resumió en objetos la enorme humanidad del Negro Ielpi. Como algunos de los mejores rosarinos que dejaron huella en esta ciudad, el Negro no era rosarino: se hizo rosarino. Nació en El Maitén, y tuvo una infancia itinerante producto del trabajo de su padre ferroviario. A los 10 años fue cuando comenzó a hacerse, definitivamente, rosarino. Junto a sus hermanas y hermanos, encontró en Echesortu el barrio de la infancia. A los 17 años dejó la casa de abuela y abuelo paternos y comenzó a recorrer la ciudad a la que dedicaría vida y obra. Muchos años después, Rosario lo reconocería como uno de sus ciudadanos ilustres. Las biografías puras dirán que nació en 1939 y que murió un miércoles 31 de julio de 2024 en Rosario. La muerte se lo llevó antes de que pudiera acompañar, con su calma habitual, una nueva Feria del Libro. Sin saberlo (o sí, quién sabe), Ielpi estuvo desde el inicio, en la noche del jueves. Recordado, honrado, leído y, también, leyéndose a sí mismo en pantalla : la proyección de un fragmento del documental inédito que desde hace seis años construye el realizador rosarino Pablo Romano permitió volver a escuchar a Ielpi para darle cierre a un homenaje merecido y emotivo. Un homenaje que, como narró Perico Pérez (su amigo y editor, desde Homo Sapiens) comenzó a construirse desde el momento mismo en que Ielpi dejó este plano: “El día del velorio del Negro nos encontramos varios, entre los que estaban Federico (Valentini, secretario de Cultrura) y Pablo (Javkin), y empezamos a pensar en este homenaje. Después nos juntamos con las responsables de la coordinación por parte de la Municipalidad, Paula Imhoff y Fernanda Trébol. Nos juntamos y Paula recordó que ya habían pensado en hacer un homenaje en vida al Negro, pero muchas veces no se llega (y habría que acostumbrarse a hacerlo cuando todavía están con nosotros). Así que nos juntamos con su mujer, Dora, y naturalmente surgieron los nombres para que estuvieran presentes en este homenaje . Y salió el tema del altar, de mirar la muerte desde otro lugar. Y surgió que Marcelo Castaño, después del velorio, hizo ese busto que forma parte del altar. O Pablo Romano, que estuvo seis años con Rafael haciendo un documental recorriendo diferentes momentos de su vida. Se fueron juntando muchas cosas para homenajearlo al Negro, sobre todo en este lugar, este Centro Cultural que tanto defendió . El Negro era una persona muy generosa y muy querida. Era un enamorado de Rosario, que escribió desde la divulgación y no desde la academia. Y se convirtió en el historiador más emblemático de la ciudad. Con mucho rigor, pero además escribía bien, sabía cómo decirlo”. “Con el altar tratamos de tomar esta idea del altar tipo mexicano, que celebra la muerte con alegría, con alguien que dejó toda una obra, amistad, cariño, amor —agregó Perico Pérez—. Ahí está reflejado un poquito de cada cosa. En estos días estuvimos con Dora armando este homenaje y fue un placer, porque tiene un sentido del humor admirable, contagioso. Fue un honor, un placer”. Romance de Ielpi y Dora Rafael Ielpi conoció a Dora Suárez cuando coincidieron en la revista “Boom”. Él a cargo de la sección Cultura, ella como periodista de automovilismo. El romance fue contundente. Comenzó, entonces, la mejor época de su vida, tal como lo distinguía, algunos años atrás, en la revista Barullo: “Mi edad de oro fue cuando me casé, tuve mis hijos”. Ciudadano ilustre, concejal por una década, director por más de quince años del Centro Cultural Bernardino Rivadavia (y, con él al frente, reconvertido en Centro Cultural Roberto Fontanarrosa), divulgador de la historia rosarina, poeta: todo eso es y seguirá siendo Rafael Ielpi, que en la noche del jueves fue recordado, por su mujer, como hombre: “A ese hombre lo conocí el 22 de septiembre de 1970. Nos presentó Svend Segovia, y nos casamos el 21 de octubre de 1970. Tuve la suerte de estar 54 años al lado de una buena persona, de ‘un gran tipo’, como muchos resumieron cuando escribieron sobre Rafael. Fue un tipo sencillo, sensible, leal y democrático. Tan democrático que consideró que la cultura no era patrimonio de nadie en especial, era de todos. Puso en práctica eso que tanto se dice, y que yo también puse en práctica cuando era docente, que era la igualdad de oportunidades. Le brindó igualdad de oportunidades tanto a los que hacían cultura como a los que tenían que recibirla. Rafael llevó la cultura a todos los barrios y cada uno tomó lo que entendió, lo que quiso, lo que gustó. Eso es muy importante y marca que Rafael fue alguien que disfrutó la democracia y entendió que cuando uno tiene poder, no tiene que pensar por el otro, tiene que pensar en el otro”. Luminosa y emotiva, Dora Suárez conmovió al auditorio al recordar al hombre de su vida: “Rafael era un enamorado de su familia. Adoraba a sus hijas, veía crecer a sus nietos y estaba orgulloso. A Rafa lo va a recordar mucha gente, por diferentes causas. Algunos lo van a recordar por su obra literaria, otros por su paso por la gestión cultural. Pero hay otra gente que estoy segura que nunca leyó nada de Rafael, que tampoco escuchó las canciones, que no sé si alguna vez fue a la Feria de Colectividades o escuchó La Forestal. Pero hoy, cuando crucé a la señora que abre la puerta de los autos en Santa Fe y Sarmiento, que se llama Virginia (y me enteré de su nombre porque Rafael charlaba con ella), pensé en nombrarla. Porque cuando murió Rafael, Virginia se cruzó con una de mis hijas, se acercó y le dijo: ‘Qué buen hombre que era tu papá...’ Muchos van a recordar al Ielpi escritor. Otros, como Virginia, van a recordar al señor de anteojos que vivía en el Palacio Fuentes. Como los empleados del supermercado, para quienes era El Rafa: “¿Qué va a cocinar hoy El Rafa? ¿Por qué no vino a hacer las compras?’. Creo que ese es el sello fundamental de Rafael. Y quiero terminar con una frase que le corresponde a un barcelonés, Carlés Soler, que dice ‘lo que sobra no reemplaza lo que falta’: en mi casa está sobrando una silla, una copa y un plato. Pero falta el padre de Ximena, Eleonora y Luciana. Falta el abuelo de Sara, Delfina, Sofía y Santiago. Y falta Rafita, que me decía, y me dijo durante 54 años: ‘Hasta mañana, gorda, que descanses’ y ‘buenos días, gorda, ¿cómo amaneciste?’ Lo que sobra, no reemplaza lo que falta”. Lucrecia Mirad, tiene nueve libros publicados como escritora. Nació y vivió en Casilda hasta los 16 años, pero es, como Ielpi, rosarina por adopción. Como parte del homenaje, la autora asumió la responsabilidad de seleccionar, entre la vastedad de la obra de Ielpi, algunos textos que, como ella misma explicó, permiten encontrar allí a Rafael. En su voz sonaron los versos de “Foto de familia III”, poema incluido en “Fotos de familia”, el libro editado en 2018 por Homo Sapiens y que significó el regreso de Ielpi a la poesía después de veinte años; y, luego, fragmentos de su narrativa como divulgador. Letras de Ielpi donde encontrar a Ielpi. “Rosario es una ciudad autogestiva y el Negro es un historiador autogestivo, que no historiaba sobre lo que pasa arriba, sino sobre lo que pasaba acá abajo. El Negro era un gran componedor de escenas, un enamorado del cine, que componía muchas veces desde allí”, destacó Mirad. Entre una y otra serie de textos, llegaron las voces de sus colegas poetas, de sus amigos de noches y letras y brindis compartidos, Eduardo D'Anna y Sebastián Riestra. Fue D'Anna quien enfocó en el valor de Ielpi como un cronista de la ciudad a la que retrató como nadie. “Sería imposible exagerar la importancia que tuvo la obra ?Prostitución y rufianismo? de Rafael Ielpi y Héctor Nicolás Zinni, que realmente da comienzo a la autorreflexión sobre Rosario. Apareció en 1974, en un momento en que los rosarinos no tenían la más mínima idea, ni ganas de saber, sobre su ciudad. Ese libro, oblicuo, que no se centró en las grandes instituciones, abrió las puertas a la investigación sobre Rosario. Apareció una especie de conciencia a la ciudad que apareció con esa obra. Fue como Pompeya, como desenterrar una ciudad tapada por el polvo, la tierra, el olvido. Le debemos la conciencia de lo que somos. Como dijo Dora, era un tipo pacífico, pero que peleó como nadie por la identidad de esta ciudad”, resumió D?Anna. Extrañar a Ielpi A su lado, Sebastián Riestra marcó el peso de una ausencia que se suma a otras como las de su padre (Jorge), como la de Hugo Diz o la del Turco Jorge Isaías. “Vamos a extrañar mucho al Negro. Para mí, hablar de él implica describirlo en la esfera personal, en la que éramos muy amigos, y su esfera como escritor. El Negro era muchos Negros, era muchos Ielpis. Era el periodista, el poeta, el funcionario cultural de destacadísima actuación, el dirigente político que presidió el Concejo Municipal, el narrador, el historiador. El amante y el padre de familia. El amigo. Cada uno de esos Ielpis tenía valor”. Al referirse al Ielpi poeta, Riestra tomó como punto de partida al iniciático “El vicio absoluto”, publicado en 1966 por la emblemática Editorial Biblioteca, de la Vigil. “Es un libro hermosísimo, que siempre me gustó mucho. Rafael era consciente de su dispersión, de esos muchos Ielpis que era. Pero también decía que quería ser recordado como poeta. Para mí ?El vicio absoluto? es una obra mayor”. “La ausencia del Negro implica la ausencia de una voz, de un saber, de una mirada ?remarcó Riestra?. Lo vamos a extrañar muchísimo. El Negro era un poeta del carajo. Yo lo retaba, como retaba a Gary Vila Ortiz, porque creía que no había escrito lo suficiente. Algo que tal vez conspiraba contra el poeta era que el Negro era un tipazo, un gran componedor, un gran político. Un gran jugador de truco. A veces no es tan conveniente para el artista la personalidad del hombre componedor, porque el artista tiene que plantarse desde lo absoluto, tiene que romper. Eso al Negro le costaba mucho, pero el talento estaba ahí, la impronta estaba ahí. Y hay que decir lo que hay que decir: las anécdotas y los recuerdos son increíbles, ni hablar lo que él era como tipo. Pero cuando todo sea polvo, los grandes poemas del Negro van a quedar intactos, van a resistir mejor que nada al paso implacable de los años. Eso acaso el Negro lo supiera y, al final de su vida, volvió a apostar fuertemente por la intensidad del lenguaje poético. Y lo logró: volvió a ser implacable”. El jueves 5 de septiembre, en el Centro Cultural al que dedicó buena parte de su labor como gestor cultural, Rafael Ielpi fue recordado en una Feria del Libro que es pública y gratuita. Una Feria posibilitada, como Rafael impulsó como gestor, por el Estado, en sus distintos niveles (el municipal y, desde este año, también el provincial). ¿Cuántos Ielpi hay en Ielpi? Muchos. Y la historia y las biografías y los recuerdos narrarán sus múltiples facetas para confluir, seguramente, en su condición de buen tipo. Y estará presente Rafael en cada anécdota, en sus libros, hecho voz en el registro del homenaje ahora resguardado por ese archivo imprescindible que es Sonidos de Rosario, en su figura protagónica en el documental que Pablo Romano terminará de construir con el peso de su ausencia. En la emoción de su familia. En los retratos que le dedicaron sus amigos dibujantes. En el busto de Marcelo Castaño. En una vela, chispeando, enigmática, cautivante, en un homenaje, en una noche de invierno, en una ciudad que será siempre la de Rafael Ielpi, el Negro.

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