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  • Los Frankensteins de la política argentina

    » La Nacion

    Fecha: 30/08/2024 16:16

    Escuchar El doctor Johann K. Dippel, científico de Baviera del s. XVIII, afirmaba haber inventado un elixir que permitía vivir hasta los 135 años. Hoy, con una expectativa de vida promedio de 80 o más años, habría prometido al menos 200 años de sobrevida. Fue uno de los ilusionistas que inspiraron al personaje Víctor Frankeistein, un obsesionado estudiante de ciencias suizo que en busca de la fórmula de la inmortalidad crearía un humanoide monstruoso para su desgracia. En los siglos XX y XXI, la Argentina lo ha imitado gestando a sus propios monstruos con idénticos resultados. En la novela “Frankeistein”, Víctor diseña y opera una máquina electro galvánica probada en experimentos del científico amateur Andrew Crosse (ser endemoniado según sus exorcistas). Así “inventa” una caricatura de vida en el cuerpo de una repulsiva y peligrosa imitación de la persona humana. Ante el avance científico sin límites morales los románticos de principios del siglo XIX intuyen futuras tragedias horrorosas de la modernidad. La energía nuclear en vista del poder bélico mundial incubará el holocausto atómico del siglo XX, que hoy proyecta su amenaza en el XXI. La política en manos de irresponsables, despóticos y omnipotentes genera cataclismos. La literatura crítica de la “ilustración” en el marco del movimiento romántico de fines del s. XVIII y primera mitad del XIX, exalta la libertad individual expandida por las revoluciones burguesas y la revolución industrial, pero advierte el peligro de transformar al hombre artesanal en mera pieza de una maquinaria que desprecia los sentimientos humanos y el ideal de la vida en comunidad. Esa deux máquina es prefigurada por Víctor, “semidiós” omnipotente que anima despiadadamente un cuerpo inerte. Cuando su horrenda criatura –que encierra un cerebro exhumado en un engendro cadavérico con su cabeza y miembros atornillados– despierta estremecida por los shocks y descubre espejada su desgracia, clamará por amor y protección filial. Víctor, horrorizado y arrepentido de su obra diabólica, huye del laboratorio y lo deja librado a su suerte. Su “hijo” putativo, Frankeistein, se rebela contra su orfandad y el rechazo de la sociedad, asesinando a familiares, amigos y a la misma prometida del pater que lo creó pero lo privó de la felicidad humana. Saga del horror que alerta sobre “geniales” experimentos de la soberbia humana causantes de sufrimientos ajenos. Que a la corta o a la larga, se vuelven en contra. Y deja una moraleja sobre la condición humana: el grave peligro de ambiciones desmedidas y la falta de responsabilidad ante nuestras creaciones. Por testigo, nuestra historia de 1930 a 1983. Un vaivén entre democracias acosadas y semilegítimas vs. dictaduras ordenancistas y despóticas que, con algunas pocas excepciones, pavimentarán el camino hacia la subsecuente degradación nacional. A aquel último año de júbilo por la plena recuperación democrática, lo siguieron 40 años de pendulares gobiernos constitucionales, estallidos violentos y líderes mesiánicos. Hasta que el hartazgo ante dirigentes ambiciosos y enriquecidos, el repudio a las dinastías familiares y clientelares, y el odio a la corrupción empobrecedora y farandulesca, fue emergiendo con fuerza y desesperación junto con la descomposición del tejido social. En el transcurso de esa decadencia, la política criolla se transformó en el refugio de los más diversos e impunes delitos. La novela gótica de terror de Mary Shelley, “Frankeistein o el moderno Prometeo” (1817), considerada el primer relato moderno de ciencia ficción, fue su obra inmortal. Su madre, Mary Wollstonecraft, feminista pionera y autora de una “Vindicación de los derechos de la mujer” (1792) proponía “educar a las mujeres como a los hombres”. Pero calmaba a los varones de arraigada tradición conservadora: “No deseo que tengan poder sobre ellos, sino sobre sí mismas”. Bella aspiración que echará en saco roto el último presidente kichnerista de la Argentina. Mary, Junto a su amigo Lord Byron y su marido Percy –militante del anarquismo individualista– participa del movimiento romancista de la época. “Frankeistein”, un producto de sus pesadillas, también podría prefigurar hoy una futura y apocalíptica rebelión de la IA robótica, contra la estupidez de la humanidad. Es decir, un freno a la destrucción del mundo por la codicia. La pretensión de inmortalidad del afiebrado creador del dislocado y forzudo muñeco cadavérico –a quien se lo ha dotado de consciencia pero se le ha negado el goce de sus “sentimientos humanos”– no recibirá el castigo de Zeus como ocurrió con Prometeo, titán de la mitología griega. En su ambición de ser también él un dios, robó el fuego reservado a los dioses del Olimpo y terminó mal. En cambio, el castigo de Víctor provino de su propia creación contra natura. Carente de nombre propio que no fuera el de su creador, el furioso Frankeistein huye hacia el confín nórdico y helado del mundo donde desaparece. El engendro arrastrará a la muerte a su padre putativo. Intentando sin éxito alcanzarlo y destruirlo, Víctor caerá agotado. Luego de relatar su desgracia al capitán de un barco que lo acoge, fallece en el frío extremo del Ártico. A principios del siglo XXI, casi 200 años después de la publicación de “Frankeistein”, manda en Santa Cruz, confín sureño y también muy frío del mundo, una futura pareja presidencial. Nada tienen de alucinación científica pero sí una inmensa codicia y la ambición prometeica de ser titanes con inmenso e indestructible poder. Corre el 2002 cuando, al iniciar su cruzada como líderes de la política nacional durante dos décadas (salvo un lapso de 4 años), van a engendrar su propia creación estrafalaria. Alberto, alias el “Beto”, un sicofante de cualquier poder político al paso y apellido idéntico al de Cristina Fernández (de Kirchner). Años más tarde, durante la segunda presidencia de ella, AF la criticará ácidamente para luego pactar el premio mayor de la lotería: el sillón de Rivadavia a cambio de renovar la hegemonía populista sacando provecho del fracaso de M. Macri. Ya presidente sicario (2020/23) y en medio de sus tropiezos, será ninguneado por su vicepresidente CFK y perderá todo apoyo por incapaz de gerenciar su impunidad judicial. Previendo la posible derrota en 2023, su madrastra lo abandona cruelmente a su suerte como si hubiese nacido de un repollo. Tal como había hecho Víctor con su horripilante vástago, la jefa ya no se reconoce creadora de la bestia, inútil hasta para los mandados. Será sólo un muletto de ocasión en la debacle de la progresía populista. Y hoy se sabe, fingido paladín del feminismo discursivo. Demandante de un respeto y cariño nunca recibidos de CFK y adláteres –una deslenguada diputada lo apodaba “mequetrefe” y “okupa”–, AF terminará sus últimos años de mandato refugiado en la poligamia festiva a expensas de un poder efímero y sin gloria. La Casa Rosada, Olivos y Puerto Madero, parecen haber sido escenarios de sus escarceos amorosos. ¿O la ocasión del intercambio de favores mutuos? Lo público y lo privado como bulines indistintos, sin la presencia molesta de una esposa indefensa, amedrentada y recluida. Fulminada su aspiración reeleccionista luego del “Olivosgate” y su fracaso electoral legislativo, el desprecio y agresiones de AF a su mujer (en tanto la justicia lo pruebe) ¿pudo haber sido el analgésico machista de su frustración? La crueldad ejercida sobre Fabiola (si se probara en la causa) podrá engrosar una historia real de terror doméstico. La inventora del Frankeistein que gobernó a su encargo ¿no sabía que su pollo era machirulo? Arrepentida (como Víctor), ¿podrá zafar del desastre causado por su fallido sustituto? Eventual misógino violento llevado a juicio, provoca vergonzosas autojustificaciones de testigos y “feministas” culposas de abandono a una mujer que pedía ayuda, o declaraciones dejando a salvo la pureza de la ideología revolucionaria camporista frente a meros “errores” de Alberto, o el “arrepentimiento” de sicofantes mediáticos y beneficiarios privilegiados de su presidencia. Como Frankeistein, un cuasimodo pero consciente en la novela de Shelley -llevada varias veces al cine en el s. XX- AF sufre en la soledad más ominosa la ofusca conciencia del triste papel asignado por su perversa gestora: chivo emisario del detritus cristinista. Ayer catapultado a la conducción del Estado y hoy destinado a la muerte política. Y lo más significativo: la violencia marital (condenable en caso de acreditarse en tribunales) más la infiel frivolidad grabada en la Rosada -sin perjuicio del riesgo de ser imputado de corrupción- pondría en entredicho la herencia política de su madrastra y acólitos sumidos en la perplejidad y simulada amnesia. Ya se oye el: “Yo? Argentino/a!”. Falta el: “¡Por algo será!”. Como Frankeistein, condenado al extravío y ostracismo eterno en los hielos árticos, si AF fuera convicto de lastimar a su mujer, con o sin el “plu” de eventuales delitos de corrupción, un helado viento antártico congelará su alma camino a la celda. Ha escrito Héctor M. Guyot en LA NACION: “El Alberto presidente fue una extensión de la voluntad de Cristina Kirchner. Ella lo usó para darse a sí misma una segunda vida y desmantelar las causas de corrupción que pesan sobre sus hombros… [Pero] carecía de voluntad para todo aquello que no fuera darse una vida de lujos y placeres al amparo del poder”. Sobre la decisión de ungirlo mascarón de proa detrás del poder gastado de CFK, pesaba para sentarlo a la diestra del mandamás la temprana adopción de su marido. A falta de mejores títulos “nacional populares”, habría bastado su conocimiento y vínculos con un periodismo progresista e izquierdoso light, listo para intercambiar favores mediáticos por una cuantiosa “pauta”. La fundación de la Argentina “populista y progresista” en 2003, campeona en fortunas mal habidas, contó con un maestro del cinismo político, Néstor Kirchner. Al incorporar al joven Alberto Fernández como jefe de campañas, socio en operaciones mediáticas y titular de la jefatura del gabinete, blanqueó a un vástago de la fiesta menemista y de su padrino Domingo Cavallo. En la que NK había participado sin sonrojarse recaudando regalías, mientras su mujer simulaba apretar por izquierda. La colaboración con la dictadura de los 70 había sido borrada de sus CV. El “Pingüino” -pater adoptivo de AF- lo tendrá de edecán de campo en la compra de voluntades por izquierda, centro y derecha (sin hacer asco a impresentables políticos disponibles al mejor postor), y para cooptar por sumisión fiscal a caudillos del interior (sin perjuicio de méritos o prontuarios), más otras artes del “compre o aprieto”. También en la idea del bastardeo a un general, haciendo de soldado “furrier” bajando cuadros de Videla y Bignone sobre un banquito, como íconos del desprecio y desguace de las Fuerzas Armadas. Y con igual fin, designando embajador a un auto percibido “general democrático” que en los 90 pidiera perdón por el terrorismo de Estado en nombre el ejército mas nunca por su propia actuación como subjefe y jefe de tropas en Campo de Mayo y Corrientes, entre 1978 y 1982. Todo comprado hecho, y barato, barriendo la basura debajo de la alfombra. Y como broche de oro, la derogación de las “leyes del perdón” de los 80. Más la anulación “tuerta” del indulto de los 90, sólo para uniformados pero no para guerrilleros. Hoy puestos en la picota histórica y judicial por la vicepresidente Victoria Villarruel. Conservada para la posteridad la copia de una carta que, en los orígenes del kichnerismo, le fue enviada al candidato presidencial NK durante la campaña en Santiago del Estero del 2002, ella contiene una premonición cuya actualidad no deja de sorprender. Mencionando en plural el apellido de Alberto Fernández, la misiva de marras fue un postrer intento para que NK no siguiese convalidando su despótica soberbia en las provincias. “Espero que no lo rodeen muchos Fernández, ni ahora ni cuando llegue a la presidencia, como a pesar de todo, sigue siendo nuestro anhelo, porque de ser así no le auguro un final feliz, ni usted ni a ningún compañero que lo siga…ni mucho menos a la Argentina…” Su autor, Antonio Calabrese, abogado oriundo de la ciudad de Buenos Aires, entonces afincado en Santiago del Estero, donde era diputado provincial por el peronismo disidente –autor de libros de historia política y constitucional argentina–, desarrollaba con recursos escasos y viajes semanales a la casa de Santa Cruz porteña, una tenaz militancia al frente de agrupaciones santiagueñas que ya apoyaban la candidatura de NK cuando aún no superaba el 3% de intención de votos. A septiembre del 2002, el candidato presidencial acompañado por AF y su equipo concurrieron a dos actos en la “madre de ciudades”. Uno y el más nutrido de población santiagueña, organizado por Calabrese, merecedor de elogios al regreso de la comitiva santacruceña. Y el otro, de menor cuantía pero con la parafernalia del catering exclusivo para dirigentes e invitados, organizado por el intendente de La Banda, Héctor “Chabay” Ruiz. Radical trotapartidos que tardíamente se había plegado a la candidatura de NK. Disponiendo de fondos públicos atrajo la atención privilegiada del “Beto” a cargo del armado de candidaturas. Indignado, al exigir respeto y correspondencia con el esfuerzo propio y de sus compañeros de a pie, Calabrese advirtió que discutía con un mercenario sin escrúpulos ni ideología, ajeno a toda militancia en la base social. Y renunció a su propia precandidatura, no sin dejar testimonio. Faltando 20 días para la elección provincial del 15 de septiembre de 2002, Calabrese le hace llegar su carta a NK. Este no lo recibirá nunca más. En cambio, sí lo llama AF para insultarlo. Ruiz, el socio político santiagueño del “Beto”, sería condenado en 2013 a tres años de prisión por abuso sexual agravado por acceso carnal en su despacho oficial. Huido de La Banda y oculto en Pinamar, accede a un juicio abreviado declarándose culpable y sólo permanecerá unos meses en prisión. A pesar de más denuncias análogas, será electo diputado provincial por segunda vez con la “ayudita” de la justicia provincial. Nada raro dada la frecuencia del delito de abuso sexual entre los políticos K, muy a pesar del cacareo como auto percibidos adalides de las políticas de género. Aquella carta, encendida por la pasión y consecuencia política frente a la impudicia de fariseos camaleónicos sólo leales al patrón de turno, era profética. Empoderar al “Beto”, ajeno a una ética de las convicciones sin la cual la política es pura casta (tal como el “Frankeistein” de Víctor era ajeno, no por su culpa, a los valores de la humanidad) era un grave error. Inútil reclamo de decencia. NK era “Víctor”. Tiempo después, CFK va a ser “Víctor II”. En otra parte se insistía: “Es necesario a nuestro criterio que Usted destruya este pacto entre un sector nefasto de su entorno y los causantes de este sistema perverso de exclusión que destruyó el país…y ruego que pueda liberarse de los Fernández para que el final no sea tan triste…”. La carta (cuya copia fue hallada entre viejos archivos) resultó un certero pronóstico sobre la oscura personalidad del “Beto”. El “presidente que no fue” (tituló Miguel Bonasso referido a Héctor J. Cámpora); el “presidente que no quiso ser” (tituló Silvia Mercado sobre A. Fernández). ¿O el presidente que no pudo ser por su propia demostrada sordidez? Fue sí una caricatura presidencial. Chivo expiatorio sindicado como único culpable de las derrotas del 2021 (que AF le indilgaba a Fabiola) y también la de Massa en 2023, otra fallida creación del kichnerismo en bancarrota. Para luego sumar el bochorno de los desaguisados domésticos y fiesteros. Frente a los cuales hoy se hacen los distraídos (“yo no fui”) quienes lo usaron y lo tiraron. Parafraseando la opinión de la crítica marxista clásica al “desvío” del ideario trotskista, como una inmadura y fracasada pretensión de superar y sustituir al superviviente (hasta 1989) comunismo ortodoxo, el kichnerismo representaría la “enfermedad infantil” del peronismo (de Perón). Y ninguno se hace cargo del frankeistein presidencial que crearon juntos y hoy miran impávidos enterrar. ¿Quiénes más conocieron o sospecharon el padecimiento de Fabiola y callaron la boca? Su tardía denuncia –propio del síndrome de auto culpa de las víctimas del maltrato psíquico o físico machista- la hace luego que el cónyuge, virtual victimario, hubo perdido el blindaje de la máxima investidura. Y quizás también por incumplir su palabra en algún pacto económico. La Argentina estuvo mucho tiempo, y todavía lo está, jaqueada por creadores y cómplices de frankeisteins. La frase inicial de la carta premonitoria del 2002 decía: “Le envío estas reflexiones desde la tristeza y desazón de la esperanza frustrada”. ¿Existe la posibilidad de una Argentina pletórica que no vulnere la justa felicidad de las nuevas generaciones? En 20 años más recién lo sabremos. _________________ El autor es sociólogo Gustavo Adolfo Druetta

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