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  • DAVID RICARDO

    Concepcion del Uruguay » La Calle

    Fecha: 25/08/2024 06:35

    David Ricardo nació en Londres el 18 de abril de 1772 y murió en Gatcombe Park el 11 de septiembre de 1823. Perteneció a una familia judía sefardí que se asentó en Inglaterra procedente de Holanda. Fue uno de los economistas liberales clásicos más influyentes, junto a Adam Smith y John Stuart Mill. Juan Carlos De Pablo nos dice que “fue el único, de los padres fundadores del análisis económico, que no fue alumno ni profesor universitario; no obstante lo cual, fue el más riguroso de todos” 1. Como le sucede a buena parte de los economistas clásicos, los creadores del verdadero pensamiento liberal, sus ideas son a menudo mal interpretadas o tergiversadas. Por es bueno recurrir a los comentarios de economistas que rescatan su pensamiento, y que destacan la vigencia de su doctrina en muchos aspectos. Enrique Feás 2 sostiene que “cuando David Ricardo leía «La riqueza de las naciones» de Adam Smith reparó en un párrafo que decía: «la renta de la tierra, considerada como el precio pagado por el uso de la tierra, es naturalmente un precio de monopolio. No está relacionada en absoluto con el desembolso del propietario para la mejora de la tierra, o con lo que éste puede permitirse aceptar, sino con lo que el agricultor puede permitirse ofrecer». Ricardo imaginó entonces una región extensa, como la del Nuevo Mundo, donde agricultores inmigrantes ocupaban las tierras fértiles que deseaban, sin pagar renta alguna por ellas. E imaginó después una segunda fase, en la que las mejores tierras ya habrían sido ocupadas, y en la que los inmigrantes tendrían que conformarse con ocupar y cultivar tierras menos fértiles. Si en ese momento el dueño de alguna de las tierras iniciales decidiera ceder su terreno para labrar, podría exigir como renta la diferencia entre la producción que se podía obtener en su tierra y la que se podría obtener en una de las tierras de segunda calidad. Hoy los terrenos agrícolas no son tan importantes, pero el razonamiento se puede aplicar a los inmuebles urbanos y sus tres elementos más importantes: «location, location, location». Y es que pocos bienes como los inmuebles urbanos vinculan tanto su precio a su ubicación y a la proximidad de otros bienes similares e infraestructuras disponibles”. Más adelante Feás asevera que “quizás porque la ciencia económica se desarrolló sobre todo en Estados Unidos, donde había pocos problemas de escasez de suelo, o porque la tecnología permitió que beneficios y salarios aumentaran a la par que las rentas de la tierra, lo cierto es que cuando los economistas pensaban en capital, tendían a pensar en bienes de equipo, y no tanto en inmuebles, en cuyo valor influyen el valor de la edificación, y sobre todo el valor del suelo determinado por su ubicación. Hay una excepción: Henry George, quien a finales del siglo XIX insistió en la necesidad de imponer un impuesto sobre el suelo o su ubicación (y no sobre los edificios, ya que eso distorsiona la inversión en mantenimiento). Para George, este impuesto sobre el valor de la tierra era en realidad el único impuesto imprescindible, ya que los restantes impuestos sobre el trabajo o el capital serían distorsionadores”. Finalmente, el mencionado autor concluye que “sin embargo, lo cierto es que pocos impuestos hay en la teoría económica que hayan sido tan unánimemente defendidos como los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria: son fáciles de recaudar, difíciles de eludir (a diferencia de aquellos sobre el capital mobiliario), recaen sobre el valor del activo (reduciendo su precio por el valor actual de los impuestos futuros) y poco distorsionadores del ahorro y del crecimiento (Arnold et al., 2011). No sólo los defendían Adam Smith («nada puede ser más razonable»), David Ricardo o Henry George, sino también desde Churchill («el terrateniente no contribuye en nada al proceso del que se deriva su enriquecimiento») hasta Stiglitz («puede llevar a una mayor renta y menor desigualdad»), pasando por gente tan poco sospechosa como Milton Friedman («el menos malo de los impuestos»), la OCDE («es el menos perjudicial para el crecimiento»), el FMI («es mucho mejor que otros impuestos en términos de crecimiento a largo plazo») o The Economist”. Eduardo Conesa 3 señala que “se trata de reivindicar, al menos en parte, al factor tierra como factor de nuestro desarrollo. Para ello se debe volver a la idea de David Ricardo sobre el impuesto al valor de mercado de la tierra libre de mejoras. En este trillado tema, la vieja escuela liberal clásica se cubrió de gloria ante de los estudiosos de la economía y las ciencias sociales y políticas. En efecto, el impuesto al valor de mercado de la tierra libre de mejoras debió ser la base de un sistema impositivo destinado a liberar las energías sociales, promover la eficiencia y el crecimiento, sin distorsionar la asignación de los recursos, y por sobre todo ello, tendiente a la materializar un ideal de justicia distributiva”. Agrega Conesa que “muchos políticos y economistas en nuestro país impulsaron las ideas de Ricardo y Henry George sobre el impuesto a la tierra libre de mejoras, especialmente los conservadores progresistas de principios del siglo XX como por ejemplo el presidente Roque Saenz Peña…”. David Ricardo planteó sus teorías haciendo hincapié en la renta del suelo rural, agrícola, como era natural a principios del siglo XIX. No obstante, sus ideas han sido revalorizadas por economistas contemporáneos como marco téorico general para entender las dinámicas de los mercados de suelo urbano, y para fundamentar mecanismos de recuperación de la valorización del suelo generada por la inversión pública en infraestructura para financiar esas mismas inversiones. Es así que en una publicación del BID 4 se señala que “el marco conceptual de la captura de plusvalías se basa en la idea de usar la valorización del precio del suelo producida por la urbanización para financiar la infraestructura y servicios que la hacen posible. En la medida en que la demanda por suelo es una demanda derivada y su precio depende de lo que se pueda hacer con él, elementos clave del desarrollo urbano como la transformación del uso del suelo de rural a urbano, la instalación de infraestructura o la densificación, permiten incrementar los beneficios potenciales derivados de un terreno o propiedad. Esto a su vez resultará en mayores precios del suelo. Esta valorización, llamada ‘plusvalía’, es susceptible a ser ‘capturada’ para el beneficio de la comunidad en la medida en que los factores generadores que la producen sean consecuencia de decisiones o acciones públicas. La idea original tiene una amplia tradición en el estudio de la economía, siendo proponentes de algunos de sus elementos base autores como Henry George y David Ricardo”. A más de 200 años de su muerte, las ideas de David Ricardo nos pueden seguir iluminando.

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