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  • Donde el verano es un castigo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 25/08/2024 05:21

    La vida con 700 euros al mes, más que dura, es imposible, y en verano lo es aún más. Esa es la renta media per cápita en los barrios de Las Moreras y Las Palmeras, los más pobres de Córdoba y entre los más desfavorecidos de España. Para sus habitantes, el verano, más que un periodo de descanso, es un castigo. Viven en casas en pésimas condiciones, sin servicios públicos, parques adecuados ni aire acondicionado. La situación económica de la mayoría les impide incluso ir a una piscina pública. «Lo poco que ahorro es para ayudar a mi hijo, que está en paro; nada de vacaciones», cuenta uno de los vecinos. «Por aquí apenas pasa Sadeco, y eso que estamos en uno de los jardines exteriores», explica Manuel, mientras se agacha para sortear las ramas de los árboles. Este jubilado llegó a Las Moreras hace más de sesenta años, «cuando aún eran casas de chapa», y ha visto el desarrollo de la zona; aquí todo el mundo lo conoce. Baja al bar, camina sereno y con los brazos atrás mientras recorre los soportales. Habla con los vecinos para entretenerse durante estos meses. Charla sobre sus problemas diarios, rememoran anécdotas o discuten temas triviales. «El verano aquí es muy complicado para todos», concluye. Emilio cuenta con una pescadería en Las Moreras y hace años que no puede irse de vacaciones. / RAMÓN AZAÑÓN Vacaciones, un imposible Manuel llega a uno de los garitos situados en los patios exteriores. Allí se encuentra con Antonio y Rafa, propietarios de ambos bares. Han estado tras la barra desde los doce años y coinciden en que ha habido épocas en las que la situación estaba mejor, pero «hace años que es imposible irse a ningún lado», explica el primero. Rafa ha logrado tomarse un par de días de descanso, aunque los aprovecha para ayudar en el negocio de su hermano y en la casa. Inmediatamente redirige la conversación hacia la situación de los empresarios de la zona y critica el descontrol existente, «los que hacemos las cosas de forma legal y pagamos nuestros impuestos sufrimos mucho. Nos abren en un bajo cualquier negocio y ahora, ¿qué hacemos?». Panorámica que refleja el estado de uno de los patios de Las Moreras. / RAMÓN AZAÑÓN Emilio, pescadero del barrio, vive una situación similar. Su mujer se ha quedado en paro y «la cosa está cada vez peor», por lo que le es imposible tomarse unos días libres. Confiesa que otros veranos «nos hemos ido a la playa» y que, cuando descansa, le gusta participar en pruebas de palomos deportivos. Emilio nos atiende mientras despacha a Antonio, un vecino «de toda la vida». «¿A dónde me voy con 800 euros al mes?», se pregunta. Denuncia la falta de ayudas a las familias y explica que, para matar el tiempo, va a uno de los bares a juntarse con sus vecinos y jugar al dominó. Por su parte, Carmen, jubilada que limpia las zonas comunes para ganar un dinero extra, asegura que «sobrevivo al verano quedándome en casa y cosiendo para matar el tiempo, si no es imposible». Carmen está jubilada, pero limpia las zonas comunes para ganarse un dinero extra. / RAMÓN AZAÑÓN Algunos sí pueden tomarse un pequeño respiro, como Soledad y Juan, también jubilados, «vamos y venimos a la playa algún que otro día». El resto del verano lo aprovechan para pasear por las mañanas, aunque principalmente están en casa, «el calor es insufrible». Eduardo, por su parte, asegura que hace alguna que otra salida a Málaga, aunque fundamentalmente emplea estas fechas en su verdadera pasión: improvisar rap en los patios. Mientras recorremos el barrio José se acerca a hablar con nosotros. Es pintor y critica los desperfectos de las fachadas. «Cuando vienen a arreglar los pisos, hacen chapuzas, ya veis cómo está todo», asegura. Su mujer está desempleada y no pueden irse de vacaciones. De hecho, el poco dinero que consigue ahorrar «es para mi hijo, que acaba de montar una peluquería en el barrio». Enumera las dificultades de alguien de la zona para encontrar empleo fuera de ella y se muestra esperanzado con el negocio de su hijo, tanto que afirma vehemente que «si hace falta, para que salga adelante, me descalzo». Virginia (d), una trabajadora del ultramarinos de Las Palmeras, junto a una clienta. / RAMÓN AZAÑÓN «Antes se hacía vida normal» La situación no mejora al oeste de la ciudad. En Las Palmeras, la suciedad y los desperfectos en la vía pública son aún más acusados. Jaime y Manuela, ambos jubilados, hablan desde la terraza del bar Los Arcos, que Juan regentó durante 38 años y que ahora lleva su hijo, «aquí paso gran parte de mi verano, hablo con todo el mundo y, por supuesto, ayudo a mi hijo», explica. Él, al igual que Manuela, llegó al barrio «cuando aún había casas portátiles» y confiesan que «ha habido épocas muy buenas y muy malas». Para ellos, el verano no se entiende sin Las Palmeras, aunque este año Jaime ha aprovechado para irse una quincena a Torrox (Málaga). Manuela rápidamente toma la iniciativa de la conversación mientras sujeta su carrito de la compra. «Cuando llegué hacíamos mucha más vida en los patios, dejábamos las puertas abiertas... como en cualquier otro sitio», recuerda con cierta nostalgia. Para ella, el punto determinante fue la llegada de la droga. «Eso destruyó todo», dice, aunque matiza que «en los últimos años la situación ha mejorado un poco». Eduardo se entretiene en verano haciendo alguna que otra escapada e improvisando rap por los patios. / RAMÓN AZAÑÓN Paqui, a la que no le gustan estas fechas por las altas temperaturas, le da la razón a Manuela al recordar la tranquilidad que había años atrás y cómo eso se traducía en que «antes la gente se recogía más tarde, había mucha más vida de barrio». Jaime, en el bar que regentó durante 38 años y que ahora lleva su hijo. / RAMÓN AZAÑÓN Falta de parques Virginia, una trabajadora entusiasta del ultramarinos, también ha podido irse unos días a Valencia. Mientras va a toda velocidad de un lado a otro del mostrador, comenta que cuando no está en la tienda, el resto del tiempo lo pasa «en la calle, en el merendero y con los hijos, que se entretienen como pueden». «No hay columpios, ni toboganes ni nada parecido; para ellos es complicado», añade. Rafael, que regenta una tienda de chucherías, comparte su opinión. No tiene tiempo para descansar porque «hay que sacar adelante a la familia como sea». Sus pequeños se juntan con otros chicos del barrio y «se van con los patinetes o la bicicleta» porque «otra cosa no hay». El único momento de disfrute en familia es cuando van a la piscina de Almodóvar, la cual, asegura, es la más barata, aunque, eso sí, «solo vamos un par de veces, más en imposible». Donde el verano es un castigo. / RAMÓN AZAÑÓN La vida en los patios de Las Moreras y Las Palmeras alcanza su apogeo a partir de las 20 horas y hasta rebasada la medianoche. Es en ese periodo cuando jóvenes, y aquellos que no lo son tanto, bajan a los patios. Allí charlan, se toman algo, cantan y ríen aprovechando el respiro de las temperaturas. Es entonces cuando ambos barrios laten con más fuerza. Por un instante, se olvidan de la falta de servicios, de las rencillas y problemas que golpean el día a día de muchos de ellos. Es el único momento en el que el verano vive en ellos. Suscríbete para seguir leyendo

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