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  • Cuentos de un excéntrico

    » La Prensa

    Fecha: 25/08/2024 01:32

    Dos relatos indefendibles Por Lord Berners Serapis. 108 páginas Gerald Hugh Tyrwhitt-Wilson, Lord Berners (1883-1950), fue uno de esos excéntricos típicos que animaron la vida cultural inglesa de fines del siglo XIX y principios del XX. Heredero acaudalado, aficionado a varias artes, homosexual, bromista desopilante, a la vez magnánimo y caprichoso, un consumado anfitrión social y también una víctima de frecuentes brotes depresivos. Intentó sin éxito la carrera diplomática y fue pintor, músico y escritor. Compuso piezas para piano y orquesta, una ópera y varios ballets. Su obra literaria incluye cuatro tomos de autobiografía y una serie de novelas breves o cuentos largos como los que ahora la editorial rosarina Serapis reunió bajo el título de Dos relatos indefendibles. Abre el volumen “El señor Pidger”, de 1939, al que sigue “Percy Wallingford”, de 1914. Pese a la distancia temporal, los dos escritos comparten el mismo ambiente aristocrático y unas referencias históricas y sociales que se corresponden con las de la vida del autor. En ambos casos, son mejores el comienzo y el desarrollo que los desenlaces. El “Pidger” del primer título es un perro pomerania y la posesión más preciada de Millicent, esposa de Walter Denham, sobrino y posible heredero del tío Wilfred, un “viejo excéntrico” que proclamaba a los cuatro vientos un “violento odio por los políticos y por los perros”. Invitados por el anciano antipático, los esposos deben acudir a la opulenta mansión que podría corresponderles en herencia. Pero contra toda sensatez cometen el error de viajar hasta la residencia llevando a escondidas al perrito insoportable. El final previsible, que incluye una divertida vuelta de tuerca, importa menos que la gradual anticipación de la catástrofe. En el caso de “Percy Wallingford” se trata de la historia del ascenso y caída de un ídolo de juventud del narrador, quien en primera persona y con liviana ironía va relatando las alternativas de esa curiosa parábola vital. Wallingford había sido un estudiante modelo, un deportista admirado y una estrella en ascenso de la diplomacia británica hasta que se casó con una muchacha que, en apariencia, no estaba a la altura de su jerarquía. A partir de entonces, y por un motivo misterioso, este hombre idealizado se hundió en el ostracismo y la decadencia para sorpresa de su chismoso círculo social. Todo esto el narrador lo sabe a partir de lo que escucha en las fiestas y comidas organizadas por una dama autoritaria y ahorrativa, uno más entre los personajes secundarios que alimentan buena parte del encanto del libro. La aclaración del enigma, que bordea lo fantástico, imprime un brusco cambio de tono a una narración que hasta entonces se movía en la atmósfera ligera de la vanidad de clase y las habladurías más o menos inofensivas. Agustín González ha sido el responsable del prólogo y de la traducción en un español rioplatense que no siempre resulta grata.

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