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  • Deporte y salud mental

    Concordia » El Heraldo

    Fecha: 24/08/2024 08:04

    Digo casi porque es además fuente de múltiples aprendizajes y es crucial en el crecimiento, la socialización, y -necesariamente- es un campo constitutivo de la subjetividad, la salud, física y mental, que constituyen una sola dimensión humana, que se construye en los espacios barriales, los clubes, potreros, campitos y plazas. En efecto, activando la memoria, las primeras imágenes en ese sentido de relación con el deporte, son para mí, y muchos de mi generación, los compartidos, centralmente, con un gran Maestro de mi niñez: Juan López. Juan atendía un Kiosco en la Plaza y simultáneamente nos enseñaba- a los gurises del barrio- diversas formas de la actividad física, el atletismo y los deportes. Yo no sabría decir bien como habrá sucedido, pero sin retribución económica, ni estudios profesionales, Juan había comenzado a ser un Maestro de la gurisada del Barrio de la Plaza y aledaños. Tengo claro el recuerdo de que el deseo de sumarnos a sus propuestas, era más poderoso que las motivaciones para ir a la escuela. Y lo era porque se fundaba en la necesidad de encontrarnos afectivamente y en la potencia de la alegría y el placer que generan los juegos y la libertad de los movimientos, aquellos sujetados en la escuela al pupitre, a tomar distancia en las filas, a las marchas marciales de las celebraciones patrias. En fin, distintas miradas sobre el cuerpo, hoy siento que la disciplina que Juan proponía, no era un fin en sí misma como lo era en una época de autoritarismos, sino una preparación para una buena actividad física, dentro de otra multiplicidad de transmisiones, sobre todo de valores éticos y actitudes que configuraban una visión del mundo. Juan López que fue para generaciones de Concordia un Líder natural de la comunidad, usaba el deporte como un vehículo de formación cultural. En mi caso, para mis ojos infantiles, estuvo ahí ahí desde siempre, como la plaza, los amigos de la plaza, el kiosco, los árboles los juegos de las hamacas y el tobogán, de esa plaza España que era el patio grande, al decir de mi padre, privilegio de los que abríamos las ventanas y nos encontrábamos con ese paisaje florido y de fragantes aromas y verde frescura. Yo sentía y pensaba que Juan formaba parte, desde siempre, de ese patrimonio infantil que gozaba como de un universo eterno e inconmovible. Es notable, repasando estas experiencias, la riqueza cultural y las visiones del mundo que se transfiere vivencialmente a través de la actividad física y el deporte. Porque Juan enseñaba más con la vivencia que con la palabra, con el significado de la acción que con la teoría, que su hablar atropellado no favorecía, menos aun cuando en los planteos tácticos usaba términos antiguos y graciosos como el wing o el centrofoward, que nosotros ignorábamos, más aún urgidos por correr detrás de esa pelota cuya posesión fascinaba y nuestra ansiedad desordenaba. Era algo más, más profundo que Juan nos enseñaba, así, en los hechos. Un aprendizaje de la ética hecho cuerpo, un aprendizaje de los valores de la igualdad humana que deshacía prejuicios ,al integrarnos con los chicos de los barrios más pobres, aprendiendo en ellos a semejantes, cuestionando en nosotros, chicos de clase media, esas formas de la violencia más grave que era la discriminación. Juan nos enseñaba, a través de la actividad física y el deporte, valores humanos, el respeto al otro, al rival, el juego limpio, el valor relativo del éxito, la felicidad de las experiencias placenteras compartidas, siempre en grupo, comunitariamente. Una vez, no sé cómo, organizó Juan un partido de fútbol contra (para él era “con”) un Colegio de Nogoyá. Viajamos con nuestras familias. Nos explicó que no lleváramos botines, porque los tapones podían lastimar a los rivales. Finalmente nuestros contendientes tenían calzados con afilados puñales en sus bases, frente a nuestros inofensivos spores. Ni eso, ni una derrota por goleada, alteraron la alegría de Juan, la alegría del viaje compartido, del juego compartido, de la camaradería entre niños y jóvenes que éramos. De la misma forma perdimos la noción del resultado cuando en una Jornada memorable, compartimos fútbol con los chicos de Juan XXIII, a quien donó los premios de la carroza que construimos, participativamente, siguiendo a Juan, en los carnavales populares. Así, chicos con chicos, jóvenes con jóvenes, experiencias plenas de ternura, pilares de nuestra construcción subjetiva, de nuestra salud mental que no existe sin solidaridad y participación comunitaria. La salud mental, aquella que promueve decididamente el deporte, es como lo definía la O.M .S un estado de bienestar bio-psico-social y no solo ausencia de enfermedad. La salud mental constituye siempre un hecho colectivo. No existe la salud mental en términos individuales sino como expresión de la gratificación de las necesidades colectivas de una comunidad concreta. El deporte satisface necesidades esenciales del hombre, el placer, el juego, el afecto, la valoración personal, la confianza, la creatividad, la libertad, la socialización, la amistad y la construcción ética de la subjetividad, la ternura, que como dice Ulloa, es la forma en la que el cachorro humano va deviniendo sujeto ético, a través de los valores que el deporte bien orientado, edifica. Como necesidad humana el deporte, se configura en un derecho inalienable, al disfrute, a la vida social y al aprendizaje de una ética interhumana, que debe ser garantizado por el Estado de bienestar. Sobre todo en los tiempos de pretensión de privatización de los clubes, donde los valores se reducen al lucro, donde el hombre termina en mercancía, donde el derecho a la salud pública y mental se pervierte, donde el hombre se degrada. El deporte es un factor de promoción de la salud mental porque introduce el cuerpo en la lógica del principio del placer en un enlace libidinal y afectivo con el “otro”. Es fundamental revalorizarlo como encuentro afectivo, en un mundo en que prevalecen “soledades hiper-comunicadas” y cada vez más deshumanizadas, cuando el escenario de lo virtual nos aísla, nos separa, nos aleja y degrada el encuentro entre las personas y el placer del juego, a meras pantallas desafectadas, inmateriales, robotizadas, de los que emergen formas del sufrimiento que se expresan,-no casualmente- en el cuerpo, como consumos problemáticos, adicciones, psicosomáticas, autolesiones, pánicos, trastornos alimentarios y suicidios, como modalidades de tramitación de un dolor tramados por la pulsión de muerte, la violencia y una cultura de la mortificación. En este contexto el deporte y la satisfacción social de todas las necesidades humanas, son, literalmente, vitales. Agradezco la ilustración de este artículo al talentoso Elías Costen.

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