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  • El último verano

    » Diario Cordoba

    Fecha: 04/08/2024 04:13

    Es difícil concebir cómo las realidades en las que vive el ser humano a veces se desmoronan en apenas unos días o semanas, dando paso a un escenario que solo se imaginó como una distopía o, todo lo más, como un mal sueño. Zweig escribió que era difícil contarle a la generación que estaba viviendo la II Guerra Mundial, «el optimismo y la confianza que nos animaba a los jóvenes -los de 1914- desde el cambio de siglo. Cuarenta años de paz habían fortalecido el organismo económico de los países… Había empezado un período de prosperidad… Las ciudades se volvían más bellas y populosas de año en año». Luego una guerra y después otra, pero antes «nunca Europa fue más fuerte, rica y hermosa». Aunque es más fácil reconstruir los hechos de una época que la atmósfera espiritual que se palpa en el ambiente, nuestro autor recuerda los días previos a la Gran Guerra, en los que de pronto aquel optimismo había dado paso al «emponzoñamiento provocado por años y años de propaganda de odio». Como una hidra venenosa se iba metiendo en la piel de unos y otros y en las tertulias, en los cafés, en los diarios, en el trabajo, ese veneno que nos hace irascibles cuando tomamos partido por la causa que sea frente a otros, cuando cerramos los oídos a los argumentos del adversario. La violencia verbal, el enfrentamiento dialéctico, las posturas irreconciliables por cualquier asunto, iban tomando cuerpo entre las gentes que aún vivían en una Europa de opulencia, diversión, viajes y calores veraniegos que daban color a unos días de verano vividos con la intensidad propia de la inconsciencia ante lo que había de venir. Seguro que ellos pensaron en la guerra como quien piensa en la muerte cuando se es joven: es una posibilidad segura pero muy lejana. Cuando el austríaco Zweig se despidió de su amigo francés en Ruán, le prometió en junio de 1914, como todos los veranos, que volvería al siguiente. Se despidió de Francia con «un adiós indolente, nada sentimental, como quien abandona su casa por unas semanas». Su verano había sido exuberante y hermoso, según sus propias palabras, que escribiría exiliado en Petrópolis (Brasil) en los primeros compases de la II Guerra Mundial, pocos meses antes de suicidarse frente a un mundo en guerra que no podía soportar más, a la edad de sesenta años. Describe el verano con la placidez del recuerdo de lo que nunca más volvió y con la zozobra que genera precisamente lo perdido. Sin embargo, había acontecimientos que en aquel verano estaban sucediendo a un ritmo frenético que en aquel entonces ni él, ni la mayoría, podían percibir. Por eso rememoraba en una frase todo aquello: «¿Qué tenía que ver el archiduque muerto y enterrado con mi vida? Era un verano espléndido y prometía serlo todavía más; todos mirábamos el mundo sin inquietud». Y había aún más en su recuerdo. Se cruzó cerca de Baden con un viñador en sus viñedos que le confesó que el verano había sido como nunca, con una magnífica cosecha. «¡La gente recordará este verano!». Y vaya que sí, «aquel viejo con delantal blanco de tonelero no sabía qué verdad tan terrible encerraban sus palabras». Unas semanas más de julio y Austria declaró la guerra a Serbia y de pronto, «se levantó un frío viento de miedo en la playa, que la barrió hasta dejarla completamente vacía. La gente, a miles, dejó los hoteles... se apresuraron a hacer las maletas». Acaban de asesinar al líder de Hamás en Teherán, hubo un bombardeo israelí en Beirut, Israel ataca también en Yemen, la guerra de Gaza paso a paso se va regionalizando. ¿Qué nos importa? Los números de este verano son imbatibles. El de turistas supera todas las cifras anteriores. La gente desborda playas, ciudades, aeropuertos... El consumo nos hace vivir con intensidad y despreocupación. Necesitamos abandonarnos a vivir la vida por unos días, al margen de todo lo que nos ha angustiado durante meses. Vivir como si fuera el último verano. Pero en este verano todavía están pasando cosas que alimentan el otoño y el invierno que ha de venir. Especialmente hay, en mi opinión, un elemento que va a ser crucial en nuestras vidas. Hay un pesimismo que me invade ante el resultado electoral que pueda darse en Estados Unidos el próximo noviembre. Confieso que la retirada de Biden me dio algo de oxígeno en estas tardes de solaz y cálido aturdimiento. La luz de Céline Dion interpretando sensacionalmente desde la Torre Eiffel ‘l’hymne à l’amour’ me reconcilió con la vida y la esperanza, pero los datos me vuelven a la realidad. Difícilmente Kamala Harris evitará la tragedia que supondrá el triunfo de ese ser despreciable que es Donald Trump. Con el triunfo del republicano, que ha fagocitado a ese partido, se aplicará algo que él oculta, pero que es su programa real para un mandato que pretende la destrucción de la democracia norteamericana desde dentro. Dice que dentro de cuatro años ya no tendrán que votar más. Se trata de la Agenda 47, por el número que le correspondería como presidente de los Estados Unidos. También circula el llamado Proyecto 25, más radical aún y del que ha dicho que no lo conoce, tratando de desmarcarse. En sus líneas fundamentales, en ambos se propone conseguir un fortalecimiento del poder del presidente frente a los otros poderes del estado controlando aún más el poder judicial, crear una «Comisión de la Verdad y la Reconciliación» con la que pretende controlar la disidencia, reemplazar a los funcionarios por personas designadas políticamente, cerrar varias agencias, poner en marcha deportaciones masivas, dejar a la Unión Europea a su suerte en la guerra con Ucrania y acordar un plan de paz con Putin, reforzar y endurecer la política nacional frente a China y en defensa de sus intereses en la región Indo-Pacífico, abandonar el Acuerdo de París, imponer los valores americanos en escuelas y Universidades o lo que es lo mismo imponer un determinado ideario y controlar la enseñanza, eliminado lo que denomina la ideología de género y la teoría crítica de la raza. Hay muchas más políticas que no puedo enumerar aquí, pero que van dirigidas a cumplir los objetivos del Proyecto 25: «restaurar la familia como pieza central de la vida estadounidense; desmantelar el Estado administrativo; defender la soberanía y las fronteras de la nación; y garantizar los derechos individuales otorgados por Dios para vivir libremente». Deseo que mis previsiones se incumplan y en enero haya una mujer en la Casa Blanca y, sobre todo, les deseo un feliz verano ahora y también en 2025. *Catedrático. Universidad de Córdoba Suscríbete para seguir leyendo

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