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  • De la "década infame" al terremoto de 1944 (1934 – 1944)

    » El Zonda

    Fecha: 03/08/2024 13:19

    1. La Década Infame en San Juan En San Juan, la "década infame" comenzó con retraso a partir de la caída del segundo gobierno del Dr. Federico Cantoni en febrero de 1934. Un movimiento contrarrevolucionario de los sectores conservadores lo terminó arrojando del poder -previo atentado contra su vida- y dejó el camino allanado para la intervención federal a la provincia. La intervención ya había sido reclamada al presidente general Agustín P. Justo por una delegación del Partido Demócrata Nacional veinte días antes. Curiosamente, esa delegación estaba presidida por el zar del azúcar: Robustiano Patrón Costa, cuyos intereses comerciales chocaban con la iniciativa cantonista de crear la "Azucarera de Cuyo" en la provincia cuyana. Los "revolucionarios" sanjuaninos que asumieron la responsabilidad sobre los violentos sucesos, pertenecían a las fuerzas conservadoras, socialistas y radicales antiyrigoyenistas, que en todo el país conformaban la "Concordancia" (transformada en "Contubernio") e integraban la corte "democrática" del "régimen falaz y descreído" que en septiembre de 1930 había vuelto al poder, a través de un golpe a las autoridades nacionales legalmente elegidas y constituidas representadas por el Dr. Hipólito Yrigoyen, paradójicamente con el apoyo del catonismo; al año siguiente había derribado al dictador de turno José Félix Uriburu; y con la proscripción del radicalismo yrigoyenista, le había otorgado la presidencia al general Justo. La plena coincidencia entre las nuevas autoridades provinciales y nacionales quedó evidenciada en la visita que tiempo después -ya desalojado del poder Cantoni- realizó el presidente Justo a la provincia, y en los discursos de los funcionarios oficialistas locales que expresaban el beneplácito por la nueva situación. Luego de 20 días convulsionados bajo la mira del "veedor" del P.E.N., general Juan R. Jones (el mismo apellido del mandatario asesinado en 1921), el domingo 25 de febrero de 1934 arribó a San Juan el interventor federal, contralmirante Ismael Galíndez, que en su breve gestión puso en marcha el plan "revolucionario": esto es, atender las demandas de los grandes bodegueros, viñateros y comerciantes, disminuyendo considerablemente el presupuesto provincial (que había significado la punta de lanza del gobierno cantonista en su acción social y económica reparadora) y llamó a comicios, primero para diputados nacionales para el 11 de marzo y luego para autoridades provinciales el 22 de julio de 1934. En los primeros comicios se produjo un amplio triunfo de los candidatos del Partido Demócrata Nacional (PDN) sobre los candidatos bloquistas, resultando elegidos diputados nacionales Santiago Graffigna y Honorio Basualdo. En las elecciones provinciales generales fue consagrada la fórmula conservadora del PDN: Juan Maurín - Oscar Correa Arce. En aquellas circunstancias, la única novedad que trajeron los comicios respecto al pasado conservador en la provincia (anterior al cantonismo), estuvo representada por la elección de Emar Acosta, la primera diputada mujer de toda la Argentina y América Latina en el marco de la Constitución de 1927, no derogada por el gobierno conservador. En las condiciones políticas, económicas y sociales planteadas por el nuevo gobierno, San Juan se acoplaba a los subterfugios de la "década infame". Consecuencia de esa política y de esas conductas serían la impugnación en la Legislatura de los diplomas de cuatro de los seis diputados cantonistas, impidiéndoles que se incorporaran a la Cámara. Como lo reconoció hasta el propio diario oficialista (Tribuna), la maniobra "no tenía nada que ver con la legalidad del origen de los diplomas sino con la calidad de sus poseedores" (eran cantonistas). El otro episodio acorde con la década fue la quema del edificio donde funcionaban la sede del Partido Bloquista y los talleres y redacción del diario La Reforma. La reducción de impuestos a los más pudientes y el pago de salarios con letras del Tesoro completaba el cuadro. Fue entonces que los viñateros organizaron un mitín solicitando la devolución de los impuestos cobrados a la uva por seguro obligatorio contra el granizo -refieren Peñaloza y Arias-, y el gobernador Maurín les contestó que encararía la difícil cuestión, pero señalando a la vez que desbordaba la capacidad financiera de la provincia. Era el callejón sin salida al que llevaban en San Juan las políticas conservadoras y la economía liberal de la Argentina oligárquica, que no podía satisfacer sino a los poderes concentrados, en detrimento de todos los demás. Juan Maurin. A mediados de 1937 hicieron crisis las disidencias dentro del partido gobernante, y el 31 de julio de ese año el grupo maurinista constituyó el Partido Demócrata Nacional Reorganizado, en contraposición al Partido Demócrata Nacional graffignista, que finalmente aparejó otra intervención a la provincia. Durante casi cuatro años, desde el 9 de abril de 1938 al 15 de enero de 1942, San Juan fue privada de su autonomía. Finalmente, y después del paso de varios comisionados federales, en 1942 hubo nuevas elecciones de las que surgieron, con aires de conciliación entre los sanjuaninos, Pedro Valenzuela gobernador y Horacio Videla vicegobernador. En esta oportunidad también, la provincia recibió la corta visita del entonces presidente Ramón S, Castillo, oportunidad que permitió a los gobernantes locales expresar sus coincidencias y solidaridad del gobierno local con la política del funcionario nacional. Pedro Valenzuela. De esta breve gestión, cabe destacar la terminación del pabellón de Clínica del Hospital Rawson y su montaje, al igual que la Sala de Primeros Auxilios del distrito de Barreal, aumentándose de esa forma en cerca de 200 camas la capacidad hospitalaria de la provincia. Se creó asimismo la Escuela de Enfermeros. La vieja Dirección General de Irrigación y Desagües fue transformada mediante ley en el Departamento de Hidráulica. En el orden financiero -refieren Peñaloza y Arias-, "en base a la ley 12.134 sobre régimen de unificación de impuestos internos", las deudas anteriores fueron traspasadas a la Nación. Finalmente, como un símbolo de la gestión, dando un paso atrás respecto a su estructura estatal, se transformó el Banco Provincial de San Juan en una entidad mixta, tal cual lo conoceríamos hasta la década del 90, en la que fue directamente privatizado. En definitiva, coincidimos en su conclusión con Susana T. Ramella de Jefferies: entre 1934 y 1943 "el poderoso sector vitivinícola se libró de los pesados impuestos y volvió a tener la hegemonía de la provincia como antes de 1923, pero no pudo destruir el legado de este movimiento populista (el Cantonismo), la legislación social, que perdura hasta hoy, ni las obras de infraestructura que quedaron para siempre, como testimonio de esta época violenta y de gobiernos progresistas". El 4 de junio de 1943 concluyó para todo el país la larga década caracterizada por la mishiadura, la entrega económica, los negociados y el fraude electoral. San Juan no había constituido una isla, salvo en el período del gobierno cantonista entre 1932 y 1934. Diez años después -el 15 de enero de 1944- un tremendo y devastador terremoto encontró a San Juan tratando de reconstruir lo que la imprevisión de otros tiempos había permitido. A pesar de eso, comenzaba otra época revolucionaria, pero esta vez a nivel de todo el territorio nacional. San Juan sería testigo y protagonista de un nuevo proceso transformador, nacido de sus propias ruinas. 2. La Revolución de 1943: una revolución bisagra El término revolución se ha aplicado en la Argentina a fenómenos que comportan muchas veces todo lo contrario: es el caso de la porteña y separatista "revolución" del 11 de septiembre de 1852; la "revolución" del 90 a fines del siglo XIX, "típico golpe porteño" contra un gobernante constitucional que venía del Interior; la "revolución" de 1930, que derrocó a Hipólito Yrigoyen elegido por el voto universal, obligatorio y secreto; o la "revolución libertadora" (ni revolución ni libertadora), que derrocó el gobierno constitucional del general Juan Perón. Aquí, en cambio, utilizamos el concepto de revolución definido por nuestro comprovinciano Octavio Gil en "Tradiciones Sanjuaninas". Como sabemos, para Octavio Gil "el vocablo revolución significa el cambio radical y repentino de las instituciones fundamentales del Estado o de la sociedad, que se produce por el pueblo, valiéndose de la fuerza". Aunque también advierte enseguida el escritor que las revoluciones "propiamente dichas" son las "de abajo", sin descartar que haya auténticas revoluciones "desde arriba", provocadas con el propósito "de un cambio fundamental de régimen". No hay duda de que la revolución de 1943 se encuadra entre las revoluciones "desde arriba", que venía a producir "un cambio fundamental de régimen" (de un régimen entreguista, hambreador y fraudulento), y que, respondiendo finalmente al clamor de "los de abajo" (expresado claramente el 17 de octubre de 1945), en 1946 -apenas tres años después-, entregó democráticamente el gobierno a las mayorías populares. Algunas referencias históricas seguramente darán sentido y contenido concreto a estos conceptos. Los idus de junio Junio 4, hay ruido de sables; / Un soldado ha retado a la historia; / Atrás queda la "década infame", / Nace una de Grande Memoria… La revolución de 1943 se inició produciendo el desconcierto de las minorías conservadoras y de la Embajada Británica, justo el 4 de junio, día en que la Convención del Partido Conservador se había autoconvocado para proclamar la candidatura a la presidencia de la República de Robustiano Patrón Costa, zar del azúcar e instigador de la contrarrevolución y derrocamiento del Dr. Federico Cantoni en 1934, suceso que terminó, entre otras, con las posibilidades de la "Azucarera de Cuyo", impidiendo la diversificación económica de San Juan en la década del 30 del siglo XX. Para ser la de 1943 solo "una revolución autoritaria", como pretendían o pretenden algunos, lo cierto es que "con un debate ideológico acentuado por motivos internos y externos, con una sociedad en transformación", aquella revolución creó más expectativas que desencantos entre sus contemporáneos tras "la búsqueda de distintas soluciones políticas que permitieran salir de los dilemas en que la opción escogida a comienzos de la década había colocado a la Argentina", como bien dice Fernando J. Devoto en su reflexión sobre este suceso. Si bien el grupo de revolucionarios no era homogéneo y estaba dividido en torno a diversas cuestiones, entre ellas la posición que debía adoptar el país frente a los bandos contendientes en la Segunda Guerra Mundial, dentro de él convivían los que defendían la neutralidad, coincidente a la vez con los que tenían claras simpatías con las fuerzas del Eje (pro alemanes) y grupos vinculados al nacionalismo católico, al lado de los aliadófilos, generalmente de orientación probritánica, junto a algunos de orientación liberal (Page, 1983). Raúl Scalabrini Ortiz, que desconfiaba de esos militares, de los que tampoco se sabía mucho, se orientó a creer en un principio que era un golpe pro norteamericano para romper la neutralidad. Por su parte, FORJA (Fuerza de Orientación Radical para la Nueva Argentina), conducida por Arturo Jauretche, declaraba en la ocasión con más optimismo que Scalabrini -con la firma de Jauretche y Oscar Meana-: "FORJA declara que contempla con serenidad no exenta de esperanza la constitución de las nuevas autoridades". Por su parte, diarios nacionalistas como "Cabildo" también celebraban alborozadamente la revolución en la que veían "el triunfo del espíritu nuevo" que había abolido al gobierno de "la plutocracia sin patria". En su gran mayoría, como dice Pablo Buchbinder en "Los cambios en la política social argentina y el impacto del terremoto de San Juan (1944)", "los militares que impulsaron el golpe compartían una perspectiva crítica de los gobiernos que habían ejercido el poder desde 1930", cuestionando para empezar, "las prácticas fraudulentas en términos electorales que habían permitido que dichos gobiernos se mantuviesen a lo largo de este extenso período, su supuesta corrupción y la falta de moral en términos administrativos, pero también se los acusaba por su falta de sensibilidad en los aspectos sociales". Así también, la perspectiva de los militares del 43 estaba impregnada de las preocupaciones por la situación social ("mishiadura") y la situación de un mundo en guerra (1939 – 1945), preocupaciones que se agravarían a los siete meses de iniciada la revolución con el terremoto de 1944 en San Juan. Las propuestas en danza para superar "la década" -señala Devoto- variaban entre: "una mezcla de fraude masivo y populismo" (tesis de Fresco: gobernador fraudulento de la provincia de Buenos Aires); "la permanencia en el limbo del fraude y de la república conservadora" (tesis de Castillo – Patrón Costas); una tercera surgía de "la solución Justo: acuerdos en las cúpulas para un retorno del mismo Justo (en especial mediante un acuerdo con Alvear), ahora elegido democráticamente en 1944, con el decisivo apoyo radical en alguna versión de «unión democrática" (la muerte de Justo y Alvear eliminó de cuajo esta "posibilidad"); sin dejar de lado lo que Devoto llama "el tacticismo del gobierno de Justo en 1936, de sustituir la lista incompleta por la completa en las elección de electores para Presidente y Vice a la muy extrema de Rodolfo Moreno de suprimir el voto secreto"; la cuarta opción era precisamente esa: "la modificación de la ley Sáenz Peña"; una quinta era la línea Ortiz (el presidente de 1939): "una transición gradual de la república posible a la verdadera", o sea a la república oligárquica de siempre. Como se ve, todas las propuestas de la clase política de entonces se inclinaban por la conservación del estatus quo de la "década infame" (1930 – 1943). Eso convirtió aquel levantamiento militar en una verdadera revolución "desde arriba", de cuyas entrañas surgiría democráticamente una verdadera y amplia revolución "desde abajo": el peronismo. 3. El terremoto de 1944 Eran las 20.55 del sábado 15 de enero de 1944. Nueve grados de intensidad en la Escala Mercalli esparcieron la noticia de que la tierra se había sublevado… Las viejas paredes, las veredas angostas y las altas cornisas asaltaron la ciudad con furia destructiva, poniendo en evidencia que Dios perdona siempre; los hombres, a veces; la naturaleza, nunca. Terremoto de San Juan de 1944. Apenas siete meses después de la sublevación de los coroneles que puso fin a la "década infame" (1930 – 1943) se habían derrumbado casi todas las estructuras de adobe en la que se sostenía la ciudad de San Juan. "El desastre había puesto en evidencia –según el decir de Mark Healey, autor de una exhaustiva investigación histórica sobre el terremoto de 1944-, que la prosperidad de la provincia se había construido sobre la injusticia y la imprevisión". De hecho, para el investigador, aquel desastre era "una condena al viejo orden y una invitación a construir algo nuevo". En la mañana siguiente al terremoto, en una provincia intervenida por el gobierno militar como todas las demás, pero dadas las catastróficas circunstancias locales, se decretó la ley marcial, y el coronel José Humberto Sosa Molina, comandante regional, reemplazó al interventor Uriburu. Ese mismo día, el flamante secretario de Trabajo de la Nación anunció por cadena nacional una colecta general de ayuda a las víctimas. La colecta movilizó a decenas de miles de argentinos y resultó ser un éxito de proporciones, que lanzó al mencionado secretario, el coronel Juan Domingo Perón, a una carrera política de gran magnitud. "Fue el primer paso en la formación de la perdurable alianza de Perón con los pobres", dice el investigador citado, para quien el peronismo nació entre las ruinas del terremoto y los primeros pasos para la reconstrucción de San Juan. Tres acciones marcaron el tono inicial de la respuesta e involucramiento nacional del gobierno militar por la tragedia: la colecta nacional de ayuda a las víctimas que organizó Perón al día siguiente de la tragedia, la visita del presidente Ramírez a San Juan dos días después del desastre, y la misa especial por los muertos celebrada el 25 de enero en Buenos Aires. En efecto, la ayuda voluntaria y espontánea había estado precedida por la acción oficial. Desde Buenos Aires, el presidente Ramírez había impartido órdenes a los organismos pertinentes para que hicieran llegar en forma urgente auxilio a la ciudad devastada; el ministro de guerra Farrel había dispuesto que las tropas de San Juan, Mendoza, La Rioja y Catamarca, al mando del coronel José Humberto Sosa Molina, operaran y cooperaran fehacientemente en la zona afectada; el coronel Perón, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, había tomado a su cargo la organización y coordinación de la ayuda social a los damnificados, que se contaban por miles; por su parte, el Gral. Perlinger, ministro del Interior, llegaba a San Juan en un avión que traía a la provincia cuyana sangre, cirujanos, traumatólogos y equipos completos de material sanitario para prestar asistencia a las hasta ese momento incontables víctimas del terremoto. En Albardón y Caucete, a pocos kilómetros de la ciudad capital, los efectos del sismo alcanzaron también las proporciones de un desastre, generando numerosas víctimas, en tanto las familias que habían quedado sin hogar en la capital y sectores afectados, comenzaban a ser refugiadas en las carpas instaladas por el Ejército. En Calingasta, no había que lamentar daños. Por su parte, en Rivadavia, aprovechando los daños sufridos por el edificio de la cárcel de Marquesado, numerosos presos habían logrado fugarse. La solidaridad de Mendoza, Buenos Aires y Chile El terremoto de San Juan desató la solidaridad de las provincias vecinas. Desde alimentos y abrigo hasta médicos y enfermeras fueron llegando a un San Juan en ruinas. Conocida particularmente la noticia en Mendoza, las autoridades hicieron un llamado a los médicos, enfermeros y practicantes radicados en la vecina provincia, los que acudieron prontamente a integrar las comisiones de auxilio que debían partir presurosamente para San Juan. Aparte de los médicos, diversas personas e instituciones de la vecina provincia pusieron manos a la obra para conseguir la ayuda que San Juan necesitaba. Una de ellas fue la señora Catalina Ferrari de Vargas, que encabezaba la Comisión de Ayudas para recolectar ropa, medicamentos, camas y muebles para los millares de personas que habían quedado en absoluto desamparo. Por su parte, la organización de los Canillitas de Mendoza cedió el local de su dependencia para atender a los heridos que llegaban de San Juan, para lo cual los asociados facilitaron camas y algunas ropas. Así, al extraordinario número de personas que ofrecían sangre y a tantas comisiones de auxilio que partían en la madrugada del día 16 para llevar ayuda a la provincia en ruinas desde Mendoza, se fueron agregando minuto a minuto nuevas caravanas de vehículos que transportaban toda clase de elementos de sanidad, víveres, agua potable, frazadas, ropa, etc. Se podría decir que no quedaron particulares ni instituciones oficiales ni privadas que no acudieran de alguna manera en socorro del pueblo sanjuanino. Los panaderos mendocinos, por nombrar otro ejemplo, pedían que se les enviara toda la harina disponible en la provincia, porque era su propósito trabajar sin descanso a los efectos de elaborar pan destinado a la población sanjuanina. Desde el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, a partir de la misma madrugada del 16 de enero de 1944 se comenzó a reunir la sangre para San Juan de numerosos dadores que acudían al llamado de las autoridades del hospital. En esa patriada de solidaridad, como ocurrió en otros tantos centros de salud del país, "tanto los médicos y practicantes del hospital, como el personal de enfermeros donaron espontáneamente su sangre. A ellos se unieron numerosos socios del Club de Dadores Voluntarios y otras personas que, como los agentes de policía, acompañantes de enfermos y transeúntes, concurrieron al hospital con el mismo objeto". El parte del Instituto de Transfusiones rezaba así: "Con el fin de formar una considerable reserva de sangre y plasma, ante la posibilidad de nuevos pedidos, el Instituto de Transfusiones seguirá trabajando continuamente durante el día de hoy", disponiéndose de inmediato el envío de la sangre reunida a San Juan, según informaba el diario Crítica al día siguiente del terremoto. Y no podía faltar Chile, la antigua cabecera de la Capitanía que San Juan, Mendoza y San Luis habían integrado en sus primeros doscientos años de vida. Del otro lado de la cordillera llegaba en horas de la tarde un avión transportando gran cantidad de sulfamidas en polvo e inyectables, gasas y otros elementos de asistencia enviados en nombre del pueblo chileno por parte de su presidente Ríos, que dejaría marcado nuestro mapa urbano con el nombre de la enfermera Medina, el capitán Lazo, el mecánico Mella y el doctor Hugo Bardiani, entre otros, fallecidos en un accidente aéreo cuando venían en nuestra ayuda desde Chile vía Mendoza, donde perecieron al despegar su avión. Como en las grandes batallas de la Patria Grande, la tragedia había logrado unir los brazos, la sangre y el corazón de todos, sin distinción de ninguna clase. Ese fue el espíritu que sobreabundó en aquel enero de 1944, a pesar de la desgracia. No obstante, a medida que la gratitud del momento se fue disipando, "el desastre reveló y profundizó las fisuras sociales dentro de San Juan"; "Gran parte de la elite local se había marchado o se había volcado afanosamente a la defensa de sus intereses"; "Para muchos, la tragedia no hizo sino terminar de desacreditar a las elites locales y reforzar la autoridad de los pocos que, como Cantoni (uno de los pocos médicos que se quedaron en San Juan durante aquella adversidad), habían demostrado merecer la confianza de la gente". Un hijo de la propia elite dominante, Juan Maurín Navarro (hijo de quien había sido gobernador de San Juan entre 1934 y 1940), hacía una observación concluyente sobre una profunda realidad que salía a la luz con la tragedia: "El extraordinario desenvolvimiento industrial que ha servido para transformar portentosamente el cuadro de los demás valores, ha sido hasta ahora incapaz de hacer nada en favor de nuestro valor hombre". La intrínseca contradicción del sistema económico vigente –la economía primaria agroexportadora en el país y el monocultivo vitivinícola en la provincia, sin industrialización ni diversificación económica ni justicia social-, había contribuido de hecho, en forma notable, a la desvalorización de los hombres y mujeres de trabajo (en su mayoría peones de campo), abonando la razón de ser del cantonismo y del movimiento nacional que pronto aparecería entre las ruinas de San Juan. Con diez mil víctimas, toda la ciudad destruida y los sobrevivientes viviendo a la intemperie, tratando de auxiliar a las víctimas, buscando a sus familiares enterrados o desaparecidos y rescatando y enterrando a sus muertos, se imponían decisiones políticas, sanitarias y sociales de emergencia. Al dejar al descubierto la estructura social de la provincia, el terremoto puso también en evidencia el grado de empobrecimiento de todo el país, después de una larga década que José Luis Torres bautizó con el nombre y apellido de "Década Infame". Se imponían, además de las soluciones humanas y sociales, la inmediata reconstrucción material de San Juan. El alcance de la destrucción, el descrédito paulatino de las clases gobernantes durante la década que llegaba a su fin, e incluso la impotencia de las autoridades locales para enfrentar tremendo desastre, perplejas ante la vehemente polémica iniciada sobre el lugar más conveniente para reconstruir la ciudad, llevaron a hacer de la reconstrucción una cuestión nacional que, en esas circunstancias, aparte de compleja, no dejó de ser complicada. 4. La reconstrucción de San Juan: un proceso complejo y complicado A partir del terremoto de 1944, el gobierno revolucionario de 1943 tuvo a su cargo dos gigantescas tareas a encarar: la consecución de la reconstrucción política, económica y social de la Argentina, para lo cual había venido, y desde el 15 de enero de 1944 además, por designio del destino, la reconstrucción de San Juan. San Juan había tenido una experiencia anterior apenas cincuenta años atrás. ¿Los sanjuaninos habían aprendido de una de sus máximas tragedia: ser una provincia altamente sísmica? No lo sabían al producirse el terremoto del 27 de octubre de 1894, cincuenta años antes, que dejó pocas víctimas, aunque importantes daños materiales y afectó incluso a la recientemente estrenada Casa de Gobierno frente a la plaza principal. Y como sabemos, la propuesta de reconstruir la ciudad en otro lugar y con nuevas técnicas de edificación, mejores materiales, juntas más fuertes, prohibición de fachadas altas (todas desplomadas) y amplias calles y veredas (proyecto de la segunda comisión que se formó en aquella emergencia), no fue aceptada por la Legislatura provincial, y San Juan fue reconstruida al finalizar el siglo XIX sobre el mismo damero –con calles y veredas angostas y altas cornisas-, utilizando las mismas técnicas y los mismos materiales de construcción de antes, que podían presagiar una catástrofe en el futuro, de producirse otro sismo de idénticas características, como ocurrió. En aquellos años de fines de siglo, con el auge de la vitivinicultura y la afluencia de habitantes del sector rural del interior provincial, la ciudad se extendió más allá de sus avenidas principales, hacia los departamentos aledaños al casco céntrico: Concepción, al norte; Santa Lucía, al este; Trinidad, al sur; y Desamparados, al oeste, departamentos que más tarde conformarían en conjunto lo que hoy se conoce como el departamento capital de San Juan. A comienzos de la década del 40, la capital y esos departamentos vecinos albergaban ya casi cien mil personas, poco menos de la mitad de la población de la provincia. Fue el caso más pronunciado de primacía urbana sobre la rural en toda la república. La ciudad de San Juan se había agrandado veinte veces más que las dos principales ciudades del interior provinciano: Jáchal (a 150 km) y Caucete (a 26 km). En esas condiciones, apenas cincuenta años después del anterior, sobrevino el terremoto de 1944. La nueva y la mayor tragedia sísmica de San Juan Después de la inmensa ayuda inicial en la que la Secretaría de Trabajo y Previsión (STP), a cargo del coronel Perón, tomó la delantera, fue el turno del Ministerio de Obras Públicas de la Nación (MOP) –a cargo del general Juan Pistarini-, quien desarrolló una amplia labor en la emergencia. Pero pasado un tiempo, la lucha de clases y política local -atenuada por la tragedia, aunque siempre presente a pesar de ella-, volvió al centro de la escena, anteponiendo intereses sectoriales y partidistas, para dejar en segundo lugar, tal vez sin quererlo, la urgencia e importancia de la reconstrucción de San Juan. En efecto, a pocos días de producido el terremoto, se planteó en la provincia una dura discusión por la reconstrucción de la ciudad entre "trasladistas" o "modernistas" que querían reconstruir San Juan trasladando la ciudad a otro lugar más conveniente y diseñar una nueva sociedad acorde con la oportunidad de cambio que surgía; y los "quedatistas" o "conservadores", que querían dejar la ciudad donde estaba y, sobre todo, no cambiar las estructuras sociales ni económicas de la provincia ni del país. Al no ponerse de acuerdo y presentar una grave disyuntiva para los que debían tomar decisiones, ese debate postergó la tarea de reconstrucción y obligó a las autoridades a concentrarse en la solución de los problemas más urgentes, como fueron, a un mes del sismo, levantar la cosecha y construir viviendas para los que seguían habitando en emergencia. En realidad, el transcurrir de los días había jugado a favor de los "quedatistas" o "conservadores", que respondían a las minorías que habían gobernado la provincia en los últimos años y defendían sus intereses privados sobre el interés público y colectivo. Ante el rechazo de las soluciones de fondo y el fracaso del Consejo de Reconstrucción local para conducirla, el secretario de Obras Públicas de la Nación –general Juan Pistarini- que había quedado a cargo de la reconstrucción de San Juan a partir de su llegada a San Juan el 15 de febrero de 1944 (justo un mes después del trágico sismo), se concentró en las soluciones urgentes mencionadas. Había que actuar primero sobre esa situación, amparando a los verdaderamente necesitados, porque "los ricos habían encontrado refugio en el campo o fuera de la provincia y los pobres estaban sin techo y sin protección". Pistarini encaró al mismo tiempo la cosecha, cuyo levantamiento era inminente y favorecería tanto a los sectores viñateros y bodegueros como a los trabajadores de viñas y a la provincia en general -más en estas circunstancias-, y también la construcción de viviendas de emergencia para los más necesitados. En términos generales, el operativo de viviendas de emergencia fue "un éxito impresionante": en sesenta días, el Ministerio de Obras Públicas (MOP) de la Nación hizo más de ocho mil quinientas viviendas, más que en un año promedio de construcción en Buenos Aires. El problema fue -señala Healey- que "las casas de mampostería, pensadas originalmente para los trabajadores, fueron a los adinerados; las estructuras de emergencia de los barrios más pequeños, a la clase media, y los edificios más austeros de los barrios más grandes, a los trabajadores". Hasta el diario Tribuna, propiedad de uno de los grandes bodegueros de entonces, escribía: "La ausencia de escrúpulos de que han dado repetidas muestras algunos pudientes ha causado gran daño moral a la sociedad y ha herido los sentimientos de la gente humilde, donde (…) el odio de clase está latente y presto a desarrollarse por el abuso y la injusticia". Del mismo modo, el odio de clase de los sectores de mayor fortuna –oponiéndose insistentemente a los que querían una solución integral de los problemas que había dejado a la vista la destrucción de San Juan-, impidió la verdadera, completa y necesaria reconstrucción de San Juan. Fue el momento "en que San Juan pasó de ser un caso testigo de reformas ambiciosas a un fracaso ejemplar". Los que le echan la culpa sólo al gobierno militar de aquel entonces, primero, y luego a Perón –antes y después de 1945-, de la lentitud y/o ineficiencia de su acción frente a la ciudad destruida, ven la realidad con un solo ojo y no admiten toda la verdad, no haciéndose tampoco cargo de las propias culpas o errores de los sectores o visiones que defienden y con las cuales simpatizan. Hubo varias razones que a nuestro sincero y leal entender empantanaron la reconstrucción de San Juan, y no solo fueron las persistentes, inoportunas y copiosas lluvias que cayeron por aquellos días para agravar la situación de los miles de damnificados. Entre esas razones aludidas podemos mencionar: 1. Demasiado cauto en sus acciones con respecto a tomar la reconstrucción de San Juan por su cuenta –reconstrucción que era motivo de una ardua polémica a nivel provincial- el gobierno militar dejó inconvenientemente en manos locales y de intereses sectarios la resolución de esas discusiones y las decisiones políticas y técnicas con relación a ella. 2. Los resultados de la acción gubernamental nacional, si bien promisorios hasta entonces, eran también limitados, pues las viviendas de emergencia, aunque muy apreciadas eran insuficientes, y hasta se habló de que su diseño no era el más apropiado (cosa esta última secundaria, por cierto, en semejante emergencia). 3. Aunque se habían construido 8.500 viviendas en total en solo dos meses (tanto de emergencia como permanentes), por mala administración y decisión del gobierno local que las distribuía, las mejores diseñadas y seguras habían ido a parar a los sectores pudientes (que podían construirlas con su propio peculio), cuando desde un principio estaban destinadas a trabajadores y sectores más humildes, lo que habla del poder vigente hasta entonces de los sectores acomodados. 4. Ante los problemas que habían surgido dentro del gobierno militar entre el ala ramirista y el ala peronista -cada vez más fuertes en pos del liderazgo y orientación de la revolución pendiente-, el triunfo político de Perón sobre Ramírez llevó a profundizar la acción política, económica y social en todo el país, mientras San Juan dirimía su presente y su futuro entre los grupos técnicos/profesionales, políticos, económicos y sociales, que habían tomado la reconstrucción como preocupación exclusivamente personal, sectorial y local. 5. La debilidad y permeabilidad del gobierno local –a cargo del interventor militar Sosa Molina-, que había dejado en manos de los sectores conservadores hegemónicos las decisiones sobre la administración de la tragedia y particularmente sobre la distribución y entrega de viviendas, terminó de agudizar el problema en lugar de resolverlo o darle curso de solución. 6. La oposición local contra el gobierno nacional, y particularmente contra Perón, se vio favorecida y fortalecida por la multitudinaria Marcha de la Libertad y la Constitución de mediados de septiembre de 1945 en Buenos Aires y la capitulación del gobierno nacional de Edelmiro Farrel frente a las presiones de esa oposición, que produjo la salida de Perón del gobierno y su encarcelamiento el 9 de octubre de 1945. El proyecto de reconstrucción integral de San Juan había fracasado porque, como dice su principal biógrafo, había sido derrotado por las clases dominantes sanjuaninas. Finalmente, el 17 de octubre de 1945 despejó todas las dudas sobre el rumbo que la mayoría del pueblo argentino, y en particular los trabajadores, querían darle a aquella revolución iniciada del 4 de junio de 1943. Aquel día histórico, Perón fue liberado de la cárcel de Martín García (trasladado en ese momento al Hospital Militar) a donde había ido a parar por la presión de los grupos conservadores, liberales y sociales oligárquicos. Es casi obvio agregar que éstos lo repudiaban causalmente y no casualmente por su gestión en la Secretaría de Trabajo de la Nación a favor de los trabajadores y de los sindicatos argentinos. Comenzaba una nueva historia. Comenzaba la gran década peronista. Notas Relacionadas

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