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  • David Edwards: “La escuela pública es el lugar donde podemos entender al otro”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 27/07/2024 03:04

    David Edwards está en Buenos Aires porque el próximo lunes 29 de julio comienza el 10° Congreso Mundial de la Internacional de la Educación, que reunirá a más de 1200 sindicalistas de 150 países (Fotos: Gastón Taylor) David Edwards es el secretario general de la Internacional de la Educación (IE), la federación que nuclea a los principales gremios docentes de todo el mundo: representa a 33 millones de profesores de 178 países. Está de visita en Buenos Aires porque este lunes 29 de julio empieza en la ciudad el 10° Congreso Mundial del organismo, que reunirá a más de 1200 sindicalistas de la educación de 150 países. Dentro de la IE, los docentes argentinos están representados por CTERA, CEA y Conadu. Antes de incorporarse a la IE, Edwards fue director asociado de la Asociación Nacional de Educación, el sindicato más grande de Estados Unidos. Es doctor en Política Educativa y Liderazgo por la Universidad de Maryland; empezó su carrera como profesor de escuela secundaria pública. Considerado uno de los máximos referentes globales del sindicalismo docente, Edwards conversó con Infobae sobre la escasez de maestros en el mundo, el rol de los gremios en la política educativa, la legitimidad de los paros como mecanismo de protesta y los desafíos que presenta la inteligencia artificial para la profesión, entre otros temas. –En algunas jurisdicciones de Argentina faltan docentes para cubrir los puestos necesarios, y el fenómeno se replica a nivel global. ¿Por qué no resulta atractiva la profesión? ¿Hay algún país que haya podido resolver el problema? –Desde la Internacional de la Educación venimos alertando sobre este problema desde hace unos 15 años. En febrero de 2024, un Grupo de Alto Nivel sobre la Profesión Docente convocado por la Secretaría General de las Naciones Unidas hizo un análisis global de la escasez de docentes y sus causas, y elaboró 59 recomendaciones para asegurar la valoración y el respeto al profesorado. La Unesco estimó el año pasado que hay un déficit de 44 millones de docentes en todo el mundo. No estamos hablando de refuerzos adicionales: son los docentes que hacen falta hoy para poder cumplir con la meta de garantizar educación primaria y secundaria para todos antes de 2030. En África es grave, faltan unos 15 millones de docentes; en América Latina y el Caribe, 3,2 millones. La crisis se profundizó con el COVID-19, pero viene de antes. La situación es crítica en mi país, Estados Unidos, pero también en Suecia o Canadá. Si uno mira los países donde no hay escasez de docentes, en general son lugares donde un maestro gana lo mismo que cualquier profesional con un nivel similar de formación. En Finlandia o Singapur, un docente gana básicamente lo mismo que un médico. Los sistemas producen aquello para lo que fueron diseñados: si cambiás el sistema, podés obtener otros resultados. Creo que Singapur es un buen ejemplo. Ellos decidieron que la docencia iba a ser la profesión más importante del país. Tienen becas desde la secundaria para incentivar a los chicos a que estudien para ser docentes. La formación inicial es gratuita, la formación continua también. Los docentes con más experiencia hacen mentoría y seguimiento de los más nuevos. En una mesa le preguntaron al ministro de Educación de Singapur cómo hacían para financiar todo eso. Él respondió: “Son las personas que están encargadas de formar el futuro. Es la mejor inversión que podemos hacer”. –¿Hay una dimensión material, vinculada con el salario, y una simbólica, relacionada con el prestigio y la valoración social? –Lo simbólico se transfiere a lo material. En Singapur construyeron un sistema para levantar el perfil de la profesión. No solo en el pago, sino también en la forma en que la sociedad trata a los docentes. Me parece que durante la pandemia muchas familias se dieron cuenta de que la tarea docente es difícil y entendieron la importancia de la profesión. Pero después, eso no se tradujo en ninguna acción. Este año desde la IE hicimos una encuesta global a docentes para entender las razones por las que se están yendo de la profesión. Básicamente, lo que más se repite en las respuestas es “respeto”. La mayoría percibe falta de respeto, falta de apoyo y de recursos. En Singapur trabajaron sobre las dos dimensiones. Ellos entienden que la pedagogía es algo serio, en términos de evidencia y de investigación. Entienden que los docentes deben tener tiempo para investigar qué método usar con qué estudiante, tiempo para planificar con sus colegas, para colaborar y ver qué están haciendo otros. Singapur y Finlandia tienen una visión más profesional de la docencia. En Finlandia, los profesores enseñan 4 horas por día; las otras 4 horas son para colaborar con otros colegas, trabajar sobre el currículum, reunirse con las familias. En esos países, la población valora a los docentes por encima de los médicos. Y muy por encima de los políticos. Edwards empezó su carrera en el sistema educativo público de Estados Unidos, donde fue profesor de secundaria y llegó a dirigir la NEA, el mayor sindicato nacional. Está casado con una argentina –La IE está impulsando una campaña global por la escuela pública y en contra de los recortes. ¿Perciben una amenaza global sobre la educación pública? ¿Cuál es hoy su valor distintivo? –La escuela pública es democracia, es conexión con la comunidad. Es la posibilidad de que un chico de clase media conozca a otro chico de raíces humildes, de otro grupo étnico o de otra religión. La escuela pública es el lugar donde podemos entender al otro, reconocer sus derechos, jugar y aprender juntos. Todos los organismos internacionales, el sector privado y las fundaciones les están diciendo a los gobiernos que inviertan más en educación. Venimos de décadas de buscar soluciones baratas para problemas complejos. Hubo reformas que hicieron mucho daño: en Kenia o en Uganda, por ejemplo, hubo intentos de enseñar sin docentes calificados, dándoles iPads a los estudiantes. Pusieron a cargo a personas que no estaban preparadas, chicos de 18 años. Los resultados fueron desastrosos: se perdieron años de aprendizaje, en algunos casos extremos dañaron a los alumnos, hubo violaciones. Otras reformas se basaron en grabar al mejor profesor de una materia y usar ese video en todas las escuelas. Pero la evidencia también mostró que eso no funciona, porque el docente debe conocer a su comunidad. Hoy en el sector de EdTech (tecnología educativa) se habla mucho de personalización: solo el docente sabe si el chico comió o no, a qué le tiene miedo, cómo interactúa con otros. Estas reformas fueron oportunistas: detrás de ellas siempre había alguien con una visión financiera, alguien que buscaba ganar dinero con los fondos públicos destinados a laptops en vez de docentes. Ninguna de estas reformas puede mostrar resultados. En cambio, sí tenemos evidencia que indica que el docente es la mejor inversión que se puede hacer en el sistema educativo. Tenemos un grupo de expertos de la ONU que analizó esa evidencia y formuló 59 recomendaciones. Allí no hay lugar para ideas “disruptivas”. Tiene que haber TIC, claro, pero los docentes necesitan autonomía para elegir cómo utilizar la tecnología con fines pedagógicos. Otra de las recomendaciones plantea que los gobiernos deberían crear comisiones nacionales que incluyan a representantes de los docentes para evaluar y afrontar el déficit de docentes calificados. Para cambiar el sistema, hay que entender el burnout de los maestros, mejorar sus salarios, reconstruir la confianza y el respeto. En unos 15 países ya se formaron esas comisiones, entre ellos Indonesia, Mongolia, Inglaterra y Australia. En Argentina todavía no, pero espero reunirme con el secretario (Carlos Torrendell) y acercarle estas recomendaciones. –Teniendo en cuenta estas experiencias con la tecnología, ¿cómo ves el impacto de la inteligencia artificial en la profesión docente? –Cuando pensás en tu profesor favorito, pensás en alguien que te inspiró, te entendió, te protegió. Yo conozco docentes en Ucrania que durante la guerra ayudaron a los chicos a cruzar la frontera. Pusieron el cuerpo. Conozco docentes en Gaza que están ahí cuando caen las bombas: enseñando en carpas, protegiendo a los chicos. En Maryland, donde yo vivía, hubo un francotirador, todos en el pueblo estaban súper asustados. Recuerdo pasar por un colegio primario y ver que, cuando llegaron los buses escolares para buscar a los estudiantes al final del día, los profesores habían hecho un túnel con sus cuerpos para que los chicos pasaran por ahí y pudieran subir seguros. En todo el mundo los docentes hacen ese tipo de cosas. Creo que en ningún momento la tecnología podrá reproducir eso. Mary Futrell, que tiene 85 años y es la fundadora de la Internacional de la Educación, me dijo un día: “Cuando salió la radio, nos dijeron: ‘No los necesitamos más, pondremos una radio en cada aula’. Cuando salió la televisión, el VHS, la computadora, dijeron lo mismo. Pero convertimos esos recursos en herramientas, y los usamos para que los chicos aprendieran”. Creo que vamos a seguir haciendo eso. Obviamente la inteligencia artificial trae desafíos, como los sesgos, la cuestión de la privacidad. En Europa están avanzando más con la regulación de estos temas; en Estados Unidos y otros países es como el Lejano Oeste. Creo que los docentes tenemos que estar ahí hablando de qué es lo mejor para los chicos, para la sociedad y el mundo que queremos. Las preguntas claves, en este momento, son por qué y para qué. Tenemos mejores chances si los docentes están involucrados en el diseño de estas herramientas. La Internacional de la Educación está compuesta por 383 sindicatos que representan a 33 millones de docentes en 178 países y territorios. En Argentina la integran CTERA, CEA y Conadu –Mencionaste el sector privado en relación con la búsqueda de lucro. ¿No hay también un rol virtuoso del sector privado y las ONG? ¿Por qué los sindicatos docentes tienden a desconfiar de estos actores? –En Finlandia hay una iniciativa que se llama Edutopia, coorganizada entre el sector privado y los sindicatos docentes, enfocada en las nuevas tecnologías educativas. Ellos tienen un convenio y una especie “juramento hipocrático” basado en ciertos principios previos a la adopción de una nueva tecnología: por ejemplo, tiene que ser una herramienta para todos, equitativa, de código abierto. En Finandia y en otros países, antes de que se adopte una tecnología en las aulas, debe tener el aval del profesorado: ellos deben analizarla primero y ver si les sirve o no. Creo que el sector privado tiene un rol muy importante cuando realmente busca aportar a la mejora de la educación. Hay muchos sindicatos dispuestos a ese diálogo. Pero también tenemos un pasado en el que algunas compañías intentaron reemplazar a los docentes por iPads. Entonces debemos reconstruir la confianza. –Como representantes de los docentes, ¿cuál es el rol de los sindicatos en la política educativa? ¿Su función es velar por las condiciones de trabajo? ¿Por qué deberían estar sentados en la mesa de discusión política? –Para los profesores, la educación no es una cosa abstracta: es bien real. Son ellos los que están todos los días con los chicos en la escuela, los que conocen la realidad del día a día. Los sindicatos institucionalizan la sabiduría de la profesión docente: los gobiernos cambian, pero los docentes permanecen. En los sistemas educativos exitosos, uno ve coherencia entre las políticas y la capacidad de los docentes de hacerse escuchar. En Finlandia, los sindicatos negocian sobre el currículum y sobre todos los temas de la política educativa. El diálogo social, con reglas y tópicos claros, es muy importante. Algunos compañeros dicen: nosotros saldremos de la política cuando ellos salgan de nuestras aulas. Sabemos que si queremos tener la libertad de enseñar y ejercer nuestra profesión, tenemos que estar presentes en la discusión, porque hay muchas malas ideas, como las que te mencioné antes, que llegan y dañan a nuestros chicos, a nuestros colegas y al sistema educativo. Algunas de esas ideas son como zombies: cuando parecían muertas, vuelven. Por ejemplo, los vouchers. Hay mucha evidencia que señala que no funcionan, incluso Unesco y el Banco Mundial han mostrado que es una inversión ineficiente. En Chile lo saben. Ninguna persona que trabaja en política educativa a nivel global piensa que los vouchers son una buena idea. Pero siempre hay algún turista que llega y dice: “A mí me parece que...”. El papel del sindicato es defender a los chicos y a nuestros compañeros de esas malas ideas de los “turistas” de la educación. Tenemos que estar ahí debatiendo cuál es la evidencia y el objetivo de una determinada reforma. Hay muchos modelos, Argentina tiene el suyo. Yo pienso que el sindicato tiene que participar de la discusión sobre política educativa. Para Edwards, no hay ninguna posibilidad de que la inteligencia artificial reemplace a los maestros, pero sí existe el riesgo de que profundice las desigualdades –Hablaste del desprestigio de la profesión docente. ¿Cuánto inciden en ese desprestigio los paros prolongados, como los que se registraron en varias provincias argentinas en las últimas décadas? –En Chicago, los profesores hicieron huelga porque había hongos en las escuelas, porque los chicos no tenían suficiente tiempo para jugar porque debían prepararse para los exámenes estandarizados, porque las enfermeras que trabajan en las escuelas estaban muy mal remuneradas. Usaron el paro para mostrarle al público lo que estaba pasando dentro de las escuelas. Organizaron clases públicas en la calle, la televisión mostró las aulas con agua en el piso, sin electricidad. El desprestigio no fue para los docentes, fue para el ministerio de educación de Chicago, y el alcalde tuvo que irse. Todos los docentes que conozco prefieren estar enseñando y no en la calle. El paro es el último recurso, cuando no hay otra manera de ser escuchados. Hay gobiernos que piensan que políticamente les conviene recortar, que los docentes vayan a huelga y pierdan el apoyo de las familias. Pero tarde o temprano el desprestigio llega al propio gobierno, y el reclamo se termina fortaleciendo. Por otro lado, muchos países tienen buenas relaciones entre gobierno y sindicatos, y uno ve en esos países buenos rendimientos escolares y oportunidades distribuidas. Desde hace 15 años nosotros organizamos junto con la OCDE la Cumbre Internacional sobre la Profesión Docente. Seleccionamos a 25 o 30 países a los que les está yendo bien, invitamos al ministro de educación y a los presidentes de los gremios, y nos reunimos por dos días. Seleccionamos un tema, analizamos la evidencia. Este año fue en Singapur, la próxima será en Islandia. En esa cumbre, el ministerio y el sindicato representan a su país, están ahí pensando en sus alumnos. Cuando hablan, no están hablando en contra, sino juntos. Al final de la cumbre, tienen que ponerse de acuerdo sobre algún aspecto para cambiar. Y en la cumbre siguiente, deben volver y reportar si lo implementaron o no. Creo que sería bueno replicar este tipo de encuentros a nivel regional en América Latina; en África lo hicimos. Tenemos que encontrar la manera de reconstruir el respeto y la confianza en la discusión sobre educación. –Para terminar, ¿cómo ves la situación de la profesión docente en Argentina? –Me preocupa que se pierdan los avances que Argentina ha hecho en términos de equidad, de formación docente, de inversión. Me preocupa que el FMI presione para recortar los salarios del sector público y exija austeridad, como hizo en otros países donde causó daños terribles. Ya degradaron el ministerio de Educación a secretaría. Ya han dicho que no hay plata para los chicos, pero sí hay para viajes y para bajar algunos impuestos. Son decisiones que pueden poner en peligro el futuro de los chicos argentinos. Si no se pagan buenos salarios y no se respeta a los maestros, ¿quién va a querer ser docente en Argentina? Este año la Unesco y la OCDE estimaron el costo que supone para la economía global no invertir lo suficiente en educación: son 10 billones de dólares por año. Yo me casé con una argentina, amo este país. Sé que en el mundo siempre hay gente oportunista que ve la educación como un costo y no una inversión. Pero la educación pública argentina tiene una historia, es respetada mundialmente, no solo en América Latina. Estoy preocupado pero tengo esperanza, porque conozco a muchos docentes de acá y sé que el pueblo argentino va a poner un límite.

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