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  • ¿Cómo era el ´80 del siglo XIX?

    » El Eco Tandil

    Fecha: 07/07/2024 16:24

    Fuente: archivo El Eco. Recibí las noticias en tu email Recibir newsletter Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022). 7.816 habitantes tenía el pueblo del Tandil, 115 años atrás, en 1880. La Plaza Independencia, que hasta poco tiempo antes había sido un potrero, asilo de vizcacheras, donde pastaban los animales, contaba ya con ocho jardines. Y un vecino del pueblo de S San José de Flores -Vicente Silveyra- acababa de donar mil plantas para ser ubicadas en las 180 varas de frente por 220 de fondo que comprendía el lugar, donde ya un molino había reemplazado a la bomba de mano en la tarea de sacar agua para el riego. Las casas de juego y tolerancia, habían invadido, par aquel entonces, la aldea. Y con ellas habían llegado las orgías y los desórdenes, que escandalizaban al vecindario. La autoridad municipal -a cargo entonces de Tristán Gómez, sucedido en el mandato por Juan Bautista de Molina-había prohibido las primeras, no pudiendo hacer lo mismo con las otras, por razones fácilmente imaginables. Pero no todo era negativo. Se desarrollaban en lo que es hoy la plaza 25 de Mayo -ex Monte de las Romerías- las primeras romerías españolas. El acontecimiento social más alegre y esperado por muchos años. Y lo que es más importante, se habían abierto once nuevas escuelas: cinco comunes y seis particulares, entre ellas una de niñas y tres rurales. El doctor Eduardo Fidanza -uno de los primeros médicos que conoció la aldea- por aquella época, no sólo prestaba servicios en el primitivo hospital del Asilo San Juan -creado a la sazón por la sociedad "Hermana de los Pobres", surgida bajo el patrocinio de la logia masónica "Luz del Sud"- sino que se hacía tiempo para bregar, también, desde su periódico "El Ferrocarril", por la llegada de las vías férreas a Tandil. Se suministraban medicamentos, entonces, a los pobres de solemnidad, por cuenta de la Municipalidad. Desde luego que sin las colas, las penurias y humillaciones insoportables de esta época en la que, teóricamente, deberíamos ser más civilizados. Dos boticarios respondían al llamado a licitación comunal para cumplimentar ese objetivo. Manuel Ruibal proponía satisfacer el servicio por 800 pesos mensuales y los específicos, con un diez por ciento de mensuales y utilidad descontando los gastos. En tanto Flaminio Maderini -el mismo que donó el primitivo pararrayos de la Movediza- proponía vender medicamentos según la tarifa farmacéutica aprobada por la Sociedad de Farmacia Argentina, con una deducción del 25 por ciento, con específicos al costo, aumentando sobre éstos el flete. Justino Sabaria, que acababa de construir la iglesia, se presentaba pidiendo 11.900 pesos para arreglar calles y puentes, en tanto los estancieros ribereños del arroyo Tandil, solicitaban que se diera libre curso a las aguas, detenidas a la sazón por las obras de un puente. Se postergaban las tareas propuestas por el mismo Sabaría y se le encomendaba un trabajo prioritario: el arreglo de la pieza que servía para la guardia y presos del Juzgado, que se hallaba en estado deplorable. Por aquella época la autoridad máxima del pueblo -Tristán Gómez- hizo un viaje a Buenos Aires y contrató por su cuenta al escultor Carlos Charrié para que, mediante un pago de 12.000 pesos, hiciera una imagen para ser colocada en el frente del templo recientemente inaugurado, en medio de las dos torres. Debió de haber consultado antes a la Corporación Municipal; pero, no lo hizo, por entender que el costo sería cubierto con donaciones del vecindario y multas que percibiría el Juzgado a su cargo por faltas a las ordenanzas policiales. No obstante ello, fue advertido del procedimiento erróneo, aunque los munícipes avalaron finalmente la inversión, haciendo suya la obligación. Allá por julio de ese año, las relaciones con el cura José María Cambra y Rivas, no eran de las mejores. Los integrantes de la Corporación comunal le habían pedido la rendición de los dineros percibidos por derechos de sepulturas. Y el sacerdote, no sólo había hecho oídos sordos al reclamo, sino que seguía cobrando y embolsando dinerillos, indebidamente. Pero no era ése el único problema que debían afrontar las autoridades comunales. La Provincia les debía, desde cuatro años atrás, la tercera parte de las obras públicas realizadas, además de un diez por ciento de la contribución directa y patentes cobradas en el partido. Y las penurias se multiplicaban. Porque se había otorgado la concesión de alumbrado público a un tal José Vítori, quien interrumpió el servicio al cabo de dos semanas, aduciendo que... no tenía kerosene ni fondos para comprarlo. En este acontecer pueblerino, con sus marchas y contramarchas, con sus penas y alegrías, con su calma y sus malestares, surgió la idea -como ya veremos- de construir un monumento conmemorativo de la emancipación política del país, para reafirmar la veneración, la gratitud y la voluntad progresista de los gobernantes de entonces. NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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