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    » Diario Cordoba

    Fecha: 07/07/2024 05:37

    Al principio del siglo XXI saltó una alarma sanitaria con la aparición de la encefalopatía espongiforme bovina, popularmente conocida como el mal de las vacas locas provocada por un nuevo agente infeccioso, una proteína denominada prión que, en última instancia, provocaba la muerte. Una vez más se puso de manifiesto la poca lógica del Homo sapiens. Animales diseñados para la herbivoría consumían subproductos procedentes de la transformación de cadáveres animales en piensos. La aparición de la enfermedad en los humanos convirtió el descubrimiento científico en un gran problema de salud pública. La respuesta de la Unión Europea fue hacer desaparecer los cadáveres de animales mediante la cremación. Se creó una nueva alarma, la posible desaparición de las aves necrófagas, algunas incluidas en categorías de amenaza como el quebrantahuesos, alimoche y buitre negro. La solución fue la instalación de muladares donde se controlaba el origen de los cadáveres, eso sí, bóvidos, ninguno. Se obviaba el gran poder reciclador de este grupo de aves que poseen un pH muy ácido que destruye cualquier agente patógeno, están diseñados para ello. Tuvo que pasar poco tiempo para que dos autores, Lemus y Blanco en 2008/09 advirtieran que habían encontrado elevadas concentraciones de antibióticos en sangre de pollos de buitre negro, que también habían detectado enrofloxacina y ciprofloxacina en el hígado de ejemplares muertos. Señalaron que la exposición a antibióticos podría incrementar las tasas de mortalidad y que pollos que habían consumido antibióticos mostraban depresión de su sistema inmune celular y humoral. Era indicio de que estaban consumiendo animales muertos tratados con estos productos veterinarios. En ese tiempo se aprendió que las aves necrófagas se alimentaban también en la naturaleza porque era imposible retirar los cadáveres, antes eran localizados por los buitres. Tras estos datos, había que conocer lo que estaba realmente pasando y se comenzaron a realizar analíticas en ejemplares muertos y en el medio natural de Andalucía. En el primer caso se encontró que el 22,5% de los individuos analizados arrojaron resultados positivos a la presencia de agentes veterinarios (antibióticos o antiinflamatorios). Como dato curioso puede citarse que en lana recogida de nidos de alimoche en Córdoba dio positivo a antibióticos y antiparasitarios. En el segundo caso los buitres leonados muestreados presentaban unos niveles absolutos medios o bajos en cuanto a la prevalencia y concentración de quinolonas cuando los comparábamos con los valores encontrados en otras comunidades autónomas. Los buitres capturados en Sierra Morena y Cazorla presentaron valores en torno a un 20-30% de prevalencia de quinolonas. Estos valores indicaban que entre los cadáveres consumidos existiría una proporción procedente de animales domésticos tratados con estos fármacos. Se encontraron diferencias entre localidades que sugerían cierta heterogeneidad espacial en la disponibilidad de carroña contaminada dependiendo de las especies ganaderas y su régimen de mantenimiento (extensivo-intensivo). En la actualidad, los fármacos son considerados contaminantes emergentes, incluyendo los antibióticos que son comúnmente utilizados en medicina veterinaria. La presencia de quinolonas y otros fármacos como antiinflamatorios y antiparasitarios podría tener consecuencias negativas para la salud de los individuos contaminados, como se ha puesto de manifiesto en artículos científicos. Recientemente, varios investigadores analizaron muestras de sangre y plasma de 657 ejemplares adultos de buitre leonado capturados en muladares de Aragón entre 2008 y 2011, además de 145 carroñas de animales domésticos (porcino, ovino, caprino y vacuno) aportadas en muladares entre 2009 y 2019 para estudiar el papel de los muladares como fuente de exposición a antibióticos en aves carroñeras. Los resultados muestran que el 12,9% de los buitres analizados presentaron residuos de quinolonas en plasma. Estas concentraciones no representarían un riesgo de toxicidad aguda para la especie, aunque se han descrito efectos en la microbiota oral en pollos de buitre tras la exposición a niveles similares en estudios previos. Sin embargo, el análisis de las carroñas aportadas en muladares revela una prevalencia total de quinolonas del 17,9%, detectándose en hígado y músculo de porcino y ovino, indicativo de un mayor aporte de ganado intensivo. Todos estos aspectos deben tenerse en cuenta para la gestión de las aves necrófagas. En el caso de Andalucía, debieran realizarse estudios que determinen unos niveles máximos de riesgo que permita identificar si realmente hay un problema de toxicidad de este tipo de sustancias en los buitres. Asimismo, sería necesaria la realización de muestreos periódicos (cinco años) en las áreas que se muestrearon en su día (Parques Naturales de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas y de la Sierra de Castril, Sierra Morena y las sierras de Cádiz), dado que ya existen valores de referencia. Suscríbete para seguir leyendo

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