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  • Ataúdes personalizados y a medida, impresos en 3D: así un cordobés busca revolucionar los rituales de la muerte

    » La voz

    Fecha: 06/07/2024 15:26

    Un ataúd hecho a medida, tradicional o, quizá mejor, personalizado con los colores y motivos que honren las pasiones que en vida tuvo quien acaba de morir; hecho en plástico biodegradable y con impresoras 3D, a pedido, en unas seis horas (valga la expresión: con el cuerpo aún tibio). Esto planea hacer el cordobés Juan Pablo Leo, emprendedor nato y adicto recuperado, quien acaba de presentar su idea con la que piensa revolucionar los rituales de la muerte y expandir su imperio asentado sobre cimientos de PLA, el plástico del futuro. Pero, primero, el personaje. Nacido y criado en barrio Cupani, esa lonja de 24 manzanas que corre en paralelo a barrio Observatorio, a pocas cuadras del Centro, Juan Pablo Leo montó un imperio de PLA, las siglas del bioplástico hecho a base de almidón de maíz o de caña de azúcar que es el insumo de las impresoras 3D. Los filamentos de PLA nutren las máquinas que reproducen prótesis médicas, partes de aviones y barcos, y ahora ataúdes con las formas y los colores que honran al muerto. “Por ejemplo, si a un fanático de autos lo quieren despedir con un ataúd en forma de auto, lo hacemos en seis horas y con bioplástico”, dice Leo. El universo de diseños y de colores es infinito. Juan Pablo Leo, emprendedor que desarrolló los ataúdes impresos en 3D. (gentileza) Hace dos décadas, Juan Pablo Leo se inició en el mundo de las fotocopiadoras, y a los pocos de años ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. No lo hizo como alumno, sino como empresario: Derecho es una verdadera maquinaria de imprimir apuntes. Luego llegó Arquitectura y sus ploteos. Oro en papel y en tóner. Cobijó, con changas en alguna fotocopiadora y en un bar que tuvo en Nueva Córdoba, a decenas de estudiantes universitarios de su misma edad. Con el tiempo, algunos se hicieron políticos. A varios de estos los inició en otro ritual: Jiménez, en el Sargento. “Si yo te contara”, amaga: dice que los nombres y algunas anécdotas se los llevará a la tumba. La Real Academia Española dice que suerte es el “encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito o casual”. La definición encastra con los hechos que relata Juan Pablo Leo: poco convencido, compró una fábrica de bolsas que fue proveedora de Cotreco, para lo cual se relacionó con una multinacional cordobesa a la que le compraba residuo de nailon. La multinacional, cuenta, lo “obligó” a comprarle 40 toneladas de PLA, operación que en ese momento no tenía ningún valor estratégico para Leo. En el galpón de la fábrica de bolsas de residuos, quedaron las bobinas de PLA, de uso en el empaquetado de productos alimenticios de exportación, hasta que “de casualidad, viendo Instagram”, oyó que lo que él almacenaba era “el plástico del futuro”, con un valor de mercado en Argentina de 20 dólares el kilo. “Y yo lo había comprado en 50 centavos de dólar al kilo. Entonces, reventé el mercado a siete dólares el kilo”; todo producido en una planta de Camino Interfábricas. Eso fue antes de la pandemia. 2020 lo cambiaría todo. No sólo por la explosión en la fabricación de insumos descartables, sino también porque hubo, al menos durante un momento, una conciencia plena de la fragilidad del mundo. El “plástico del futuro” tuvo una expansión del 6 mil%, con un aumento exponencial de la inversión en investigación que llevó a proyectar un incremento de la demanda de 9 mil% en los próximos años. Entonces, Leo vendió su casa en un recoleto country de Córdoba y extendió su horizonte a Estados Unidos, donde abrió dos plantas, y a Barcelona, su actual base de operaciones, además de montar dos años después centros de distribución en México y en Londres. “Y ahora acabo de hacer una patente de una amalgama con la que esperamos revolucionar una forma de vida: fabricar ataúdes de PLA, biodegradables, ecológicos, hechos a medida y con el motivo y el color que la familia del muerto quiera”, dice Leo. Y remata: “Se acaba la tala de árboles para fabricar cajones de muertos, porque el PLA se obtiene del rezago del maíz o de la caña de azúcar, renovables cada seis meses y no cada 20 años, como un árbol”. Su empresa –GST3D– tiene plantas en Córdoba –”más vale”–, en Barcelona y en Estados Unidos y un centro de distribución en México y en Europa. Con la mirada puesta en China, y de la mano de los revolucionarios ataúdes y otros productos, planea una expansión global. En su escritorio en Granollers, el municipio catalán donde está la planta industrial en la que él hace base, tiene desplegado un mapamundi con flechas y fechas, un TEG de los negocios. La fórmula para fabricar la amalgama que se usará en la impresión de ataúdes fue presentada ante las autoridades comerciales de Estados Unidos. Él la esconde como si fuera la fórmula de la gaseosa cola. Si el plan de Leo prospera, desplegará su negocio hacia China, donde viven 1.409 millones de personas y cada año mueren 7,37 cada mil. Juan Pablo Leo, emprendedor que desarrolló los ataúdes impresos en 3D, en una reunión con la canciller argentina, Diana Mondino. (gentileza) Antes, mucho antes, Juan Pablo Leo fue adicto. Dice que lo sacaron de un departamento al filo de la muerte, “con espuma en la boca”, pero logró tratarse y sobrevivir. “La ‘junta’ que te mete en las drogas se borra, sólo te queda la familia. Pero, aunque te ayude como me ayudó a mí, de ahí se sale en soledad, con la voluntad de uno”, dice de aquella experiencia. Y recuerda los días de abstinencia: “Es tremendo. Inexplicable. Porque es luchar contra uno mismo por algo que se quiere todos los días. Y hay un clic en la cabeza. Cuando es adicto, se miente a uno mismo ‘hoy es el último día’, pero es una mentira porque al otro día lo volvés a hacer. Hay que decir ‘hoy no’. Y tiene que ser nunca más”. Hay algo de resiliencia poética en aquel moribundo que sueña con revolucionar la industria de los ataúdes. Cosas de la vida. En la videollamada para esta nota, Juan Pablo Leo mostró su planta en Cataluña, un recorrido didáctico y orgulloso. Así como al pasar, alejada de la línea de producción, apareció casi fuera de cuadro una parrilla de esas que se usan para las “barbacoas”. Al levantar la tapa asomó un asado que parecía tierno y jugoso, destinado a compartir la vida con los empleados de la planta donde se fabrica el plástico del futuro. Es que después de esta no hay otra.

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