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  • Casi un siglo en verde

    » La arena

    Fecha: 06/07/2024 06:18

    El “Vivero Petruzzi” tiene 98 años de trayectoria, un lugar que nació de la mano de un inmigrante italiano y que hoy sigue vigente de la mano de Doris, una emprendedora que vive rodeada de esas plantas que esperan por un lugar donde crecer y desarrollarse. “Hoy no hay una casa que no tenga una planta, aunque sea en un lugarcito, en un rincón, hay alguna”, afirma con seguridad de experta mientras lidera la recorrida por cada uno de esos espacios y rincones que están tan rebosantes de colores como de naturaleza. Y también de tradición, porque el Vivero Petruzzi nació hace casi 100 años, y hoy de la mano de Doris y su familia sigue como uno de los comercios más emblemáticos de la ciudad. “Yo lo quiero mucho al vivero, es toda una vida la que llevo acá y además me hace bien, me mantiene activa, con ganas. Es un negocio en el que hay que estar, atender, prestarle atención”, dice Doris Petruzzi y ni un solo detalle de su presencia da crédito a lo que sea que diga su documento respecto a la edad, un secreto que guarda como si fuese la fórmula del “Dibu” Martínez para atajar penales. Y es que la vitalidad se le cae por cada poro. Y en su hábitat, rodeada de plantas, luce aún mejor. “Mi papá era Eugenio Petruzzi y cuando tenía 17 años la familia le dijo que abandone su pueblo en Italia porque no quería que termine en el frente de batalla”, cuenta Doris sobre lo que fue el mejor consejo para ese adolescente porque el mundo salía de la truculenta Primera Guerra Mundial y poco tiempo después se iba a desatar la segunda, despedazando a la Europa de mediados de 1940. “La familia le buscó el primer barco que salía del puerto, no importaba hacia qué destino, y lo subió. Así llegó mi padre al país, sin absolutamente nada más que el instinto de hacerse una vida y a partir de su conocimiento y sus ganas de trabajar la tierra. Primero estuvo por Catriló y después por un contacto llegó acá, en donde lo designaron para ser el cuidador de la cancha de bochas del club Belgrano”, rememora Doris justamente enfrente de la entidad del barrio de Villa Alonso, en donde nació y se desarrolló el vivero, en la esquina de Tucumán y la avenida Belgrano. “Con el tiempo acordó con René Parada comprar en cuotas este terreno, en el que no había nada y a él le gustaban las plantas, mientras hacía su trabajo en el campo. De a poco fue creciendo lo del vivero y así se desarrolló porque instaló un tanque de agua de 100 mil litros para regar toda la zona. Fue un acierto de su parte esa idea. Hoy lo usamos como pileta, es un tanque australiano que tiene bomba sumergible a 60 metros de profundidad, si no sería imposible llenarlo. Y más pagarlo”, describe Doris con una sonrisa. Sólo plantas. Don Eugenio amplió no sólo su negocio sino que en 1941 se casó con Oliva Bruschi, que había llegado desde la península itálica como él, y con el tiempo nacieron los hijos. “Mi papá falleció joven, tenía 52 años, y yo hacía poco que me había casado (con Félix Beascochea). Mi mamá era muy emprendedora, le encantaban las plantas así que mantuvo todo lo que se hacía porque en ese momento lo que llegaba para vender eran eucaliptos, pinos, álamos y otras especies que se traían de Buenos Aires y que acá no eran nada comunes. También muchos vegetales de la huerta, esa fue siempre la característica porque el Vivero no vende flores, sólo plantas”, deja bien en claro Doris en su charla con LA ARENA. Doris menciona a sus tres hijos, a sus siete nietos, a sus empleados. Agradece cada presencia y remarca: “Hemos pasado épocas malas, pero siempre pudimos salir adelante. En un momento el negocio estaba realmente mal, pero se levantó de nuevo y en eso ha sido absolutamente fundamental toda la familia. Yo hace 30 años me puse al frente porque había que ordenar cosas, darle un marco de resurgimiento y todos fueron ayudando. Hoy lo hace mi nieto Román y aunque cada uno tiene sus profesiones o están estudiando, todos están siempre dispuestos para dar una mano”. Tendencia. Doris tiene su casa pegada al vivero. Ambos lugares se comunican por una puerta de tejido y la propietaria del tradicional negocio va y viene durante todo el día. Invita a recorrer cada espacio en donde habitan plantas de distintos tamaños, plantines, masetas, verduras y también muestra la nota enmarcada que este diario le hizo en 2009, donde contaba el presente de ese entonces de Petruzzi. “Tengo que hacer mención especial a la gente, a nuestra clientela, que siempre nos apoyó, incluso con quienes viven en otras localidades e igual vienen hasta acá para comprar sus plantas”, destaca. - Hoy existe una tendencia muy marcada a valorizar y cuidar las plantas ¿eso se nota en la demanda en el Vivero? - Sí, sin dudas. Hoy no hay casa que no tenga una planta. No importa si tiene un espacio grande, si es un departamentito, en todos lados hay una planta, aunque sea una chiquita en la terraza. Es que cambia el espíritu del lugar, tener una planta y cuidarla es tener vida. En “Petruzzi” no se quedan sólo con la venta sino que ofrecen un muy completo servicio de asesoramiento, un aspecto clave en un negocio donde justamente es usual que se requiera información, consejos y buena atención. “Somos un emprendimiento de índole bien familiar que ya va por su tercera generación, pero si hay algo que siempre nos caracterizó es la mejor atención, nos brindamos por el cliente y le dedicamos tiempo, porque es clave que no se quede con ninguna duda y que pueda recibir recomendaciones sobre qué es lo más adecuado a la hora de ubicar una planta y de qué especie”, destaca Doris. Vigencia. En “Petruzzi” avanza la tarde y el movimiento es constante. Llegan personas de distintas edades y los empleados se dividen las tareas. Aunque el lugar tiene todas las características de un remanso rodeado de naturaleza, el trajín no se detiene. Y Doris sigue todo al detalle. “Estoy atenta a cada cosa que va pasando, si llegan los camiones con los pedidos y hay que descargarlos, escucho a los empleados y a los clientes. Es un trabajo muy lindo y yo lo disfruto, por eso mientras me dé el cuerpo acá voy a estar”, asegura mientras se disculpa porque está en el medio de la organización de los festejos por los 20 años del Centro Umbro de La Pampa, la asociación de cultura italiana que preside y en la cual resalta todos los condimentos de esa tradición que su padre, solo en un barco, trajo desde su patria de nacimiento. “Siempre pusimos el hombro entre todos y pudimos salir adelante. En su momento agrandamos y reacomodamos todo para iniciar una nueva etapa. Todo se revitalizó y por eso estamos contentos de abrir las puertas cada día”, dice con sencillez una mujer que si de un tema sabe, es de vitalidad. De energía y empuje para levantarse ante cada golpe. Como una planta que no se marchita y que, por el contrario, regala vida.

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