Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Damián Ortega y su memorial vivo a un dinosaurio automotriz

    » Clarin

    Fecha: 05/07/2024 18:14

    Un conjunto de hechos personales y de fenómenos globales provocaron la explosión creativa que partió en mil pedazos el Escarabajo Volkswagen. Aún desembrado, el auto se identifica perfectamente en Cosmic thing (1997), la pieza más famosa del artista mexicano Damián Ortega. La instalación ocupa toda una sala en Proa, como parte de la exposición Espejos de México, y concentra el germen de su poética generacional del final del siglo XX, cierta nostalgia por las tecnologías que se adivinaban ya obsoletas, junto a las ideas de comunidad que la globalización venía a disipar. Ahora mismo en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México se exhibe Pico y elote, una retrospectiva de Ortega, la primera en 30 años que, habiendo girado por el globo, llega al país de origen. Alrededor de Cosmic thing se puede aventurar una hipótesis del arte contemporáneo mexicano: en la época en que se abandonaron Nueva York y las ciudades europeas como mecas excluyentes del arte, en una apertura que creó bienales y motivó el viaje de los artistas, un grupo de jóvenes formaron un taller de experimentación alrededor del multifacético artista Gabriel Orozco, apenas mayor que Ortega y el resto de los compañeros e hijo del gran muralista. Damián Ortega. Escarabajo, 2005. Película de 16 milímetros transferida a archivo digital. Si algo de Cosmic thing se encuentra en la fantástica pieza “DS” (el Citröen de Orozco, cercenado al medio y reensamblado como unipersonal que dio vuelta al mundo), Abraham Cruzvillegas puede contar desde su lugar las mismas historias pues también participaba del “Taller de los viernes”. Con Julieta Aranda y Rafael Lozano-Hemmer, los otros dos artistas de esta atractiva muestra, comparte ese espíritu cosmopolita de los contemporáneos. “Tenemos un vínculo generacional”, cuenta Ortega a Ñ en la previa a la inauguración de la muestra. De su obra, además incluye bocetos y un video en súper8 de la performance ritual en la que enterró su “Vocho”. Así llaman al icónico Escarabajo, que supo ser todos los taxis del Distrito Federal, pero también gran parte de los vehículos circulantes. –Tu pieza más famosa, Cosmic thing, habla mucho de México desde la referencia cultural, pero ha recolectado lecturas diversas. –Yo le llamo la “cosa cósmica” para mexicanizarla. Es un fenómeno muy extraño el del Volkswagen, un automóvil alemán diseñado para la guerra, que se desplazó hacia un auto popular, más joven, más hippie y de auto-reparación. Se volvió un auto con una complicidad muy especial para quienes lo reconocen: hay un viaje nostálgico, en los ojos de los espectadores lo puedes ver. –Pero tu operación también es crítica de la idea de México como factoría de los EE.UU. –Son muchas lecturas, muy nutridas y en distintos sitios. Por un lado, la que yo más buscaba era la de deconstrucción de una composición social, un sistema. Cómo cada elemento juega una posición importante, y cada pieza tiene un diálogo con las demás, se acopla, se complementa, cada una con sus virtudes. Que nada es superfluo, todo es esencial. Una gran oda a la colectividad, a esta estructura social cómplice; también a la individualidad ante el sistema. Se vio además como un cuestionamiento de la reintegración de las dos Alemanias. Sin embargo, entre mis referencias primaba la idea de un dinosaurio, como en el Museo de Historia Natural de Nueva York, donde ves este fósil de la cabeza hasta la cola en el fondo del edificio, una cosa que ya dejó de existir y es memoria de un período. De una belleza genial y que, sin embargo, no es una referencia al arte sino a algo biológico o científico, arqueológico. Como la disección de un escarabajo. Boceto para Cosmic Thing 4, 2016 –Como el niño que desarma el aparato para ver qué tiene adentro... –Esa es la otra. Todo niño juega con esta curiosidad de abrir las cosas a ver cómo funcionan, qué hay adentro y cómo operan. –La deconstrucción tiene un sentido novedoso que apunta a lo personal, de los mandatos y las ideas, sobre todo en los varones... –Mira, con el auto empecé haciendo pinturas de un manual de cómo reparar el coche, pero la primera pieza que hice con un objeto desglosado fue una linterna de mano de mi papá. Separé las baterías, los resortes, la tapa, el foco y el sistema de filtros y los puse en un corredor de casa. Lo expuse hace unos años en la casa de Sigmund Freud, en Londres, y un doctor llegó a interpretar las obras en base al psicoanálisis. Fue un ejercicio gracioso porque no era mi intención pero me dijeron que Freud siempre interpretó la luz como la presencia de lo paternal, el patriarca que carga con la antorcha, y la obra era una deconstrucción de la figura paterna, de la masculinidad. Apareció algo que es síntoma del tiempo. El "Vocho" de Damián Ortega en Proa. Uno siilar está en exposición en Ciudad de México. Foto: Ariel Grinberg. –La deconstrucción es una manera muy actual de mirar las cosas, desde la cocina molecular a la segmentación. Pero además trabajás en grandes dimensiones. ¿Por qué? –Esa fragmentación es interesante como signo histórico de este momento, de la transformación del todo, que venía de un gen, un átomo, un byte, una molécula o un píxel. Los grandes cambios comienzan en una escala menor, la más pequeña que existe. Y en ese sentido, me tocó también el momento histórico en que pasamos de lo análogo y lo mecánico a una digitalización global internacional. Para mí esta pieza es un render tridimensional pero hecho con herramientas totalmente clásicas, piezas que cuelgan, que tienen un peso, se perciben al tacto, tienen una temperatura, se deshidratan: son objetos reales y muy físicos en un momento en que empezaba a jugarse en la computadora, con esta imagen que podías digitalizar y contemplar por todos lados. –¿Qué cuerda te ata a la tradición del arte mexicano? –Fíjate que hay un principio de ruptura. No quise entrar a la universidad a estudiar lo que se estaba impartiendo ahí, asumiendo que eso debe ser el arte. Para mí era importantísimo encontrar un camino alternativo porque no sabía hacia dónde iba a ir, pero sabía adónde no quería. No quería hacer pintura ni arte gestual, ni arte representativo. Cosas intuitivas. Y por fortuna encontré un equipo de trabajo y aprendizaje, fue un proceso muy generoso. Un ecosistema interno (N. de la R: El taller de los viernes), donde todo el mundo aportó. La figura central, Gabriel Orozco, era un poco más grande que nosotros y él llegó a influir mucho en la forma de pensar y estructurar la obra, y de generar, más que una escuela, una dinámica de trabajo. Estábamos un poco al margen de lo que sucedía, pero se estaba cocinando algo. Fue un momento muy emocionante. Moby Dick, 2004 Video transferido a archivo digital 9’ 42’, de Damián Ortega. –¿Y qué quedó del arte mexicano? –Me acerqué a Gabriel porque su papá había sido muralista y para mí era el camino. Ya sabía que no quería hacer arte burgués convencional sino estar en el espacio público y retomar ese diálogo del muralismo con la arquitectura. Esa cosa de experimentación plástica y humor. Entré a hacer caricatura y a estudiar pintura con Gabriel, y eso nos llevó a la escultura. El muralismo es un arte de sitio específico que dialoga con las funciones del espacio y con las relaciones históricas de ese espacio, y eso tenía que ver con la instalación, que era una nueva aproximación al arte de ese momento para mí. No era tan divorciado. Mucha gente decía que era algo extranjerizante, sabes, pero yo insistía en el vínculo. Ahora lo digo con más ligereza, porque se ve a través de los años, lo que en ese momento fue una intuición un poco confusa, caótica. -Ahora mismo en Ciudad de México se exhibe Pico y elote, una retrospectiva de tu obra. ¿Qué te sugiere ver la obra en su conjunto?

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por