Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Nostalgia pop - Episodio 3: El origen de las secuelas y el mito de las continuaciones

    » Infobae

    Fecha: 05/07/2024 16:48

    Marlon Brando como Vito Corleone en 'El padrino' (Youtube) Episodio anterior: Episodio 3: El origen de las secuelas y el mito de las continuaciones En 1974 estrenó la primera secuela “prestigiosa” de Hollywood, que cambió las reglas del juego para siempre. El Padrino 2 era, a la vez, también una precuela de la obra maestra de Francis Ford Coppola, narrando la llegada a Norteamérica del joven Vito Corleone. En aquel entonces no se acostumbraba a continuar las películas -como es moneda corriente ahora- y mucho menos una con el sello de su director tan presente. Sin embargo, la segunda parte de El Padrino no solo apuntaló el mito de su protagonista, sino que además fue la primera vez que dos actores distintos ganaron un Oscar por el mismo papel. Con la llegada de la nueva ola de cineastas conocida como “el Nuevo Hollywood” (otro día hablaremos de eso), la industria fue virando hacia un panorama donde la visión de jóvenes autores como Martin Scorsese, Brian De Palma o George Lucas era lo más buscado por los grandes estudios. En este contexto, aparece un estudiante de cine con ideas tan innovadoras que era capaz de convertir un simple telefilm en una obra de arte. La histórica Universal Pictures detecta este talento rápidamente y le encarga una producción millonaria, destinada a convertirse en la película más exitosa hasta el momento: Tiburón (1975). Crédito: Getty Images Un desconocido Steven Spielberg rompe la taquilla estadounidense gracias a su visión e ingenio, sentando las bases para un nuevo modelo de negocio: el blockbuster de verano. Con un presupuesto de apenas 9 millones de dólares (excedidos de los 3,5 originales), la película alcanza la impresionante suma de casi 500 millones en recaudación mundial, un hito hasta entonces nunca antes visto. Esto no solo le da al buen Steven la libertad y financiación para producir una de sus obras más memorables -Encuentros cercanos del tercer tipo (1977)- sino que además cambia las reglas de Hollywood para siempre. Ese fue, a grandes rasgos, el disparador del modelo de las sagas audiovisuales, que los estudios explotaron a más no poder y eventualmente evolucionaría hacia lo que hoy conocemos como franquicias. Pero no nos adelantemos. En 1977, un joven y prometedor George Lucas -que venía de escribir y dirigir sus dos primeras películas independientes con coproducción de Francis Ford Coppola- sorprende al mundo con una ópera espacial, que muchos pronosticaron sería un rotundo fracaso. En cambio, Star Wars se convierte en el éxito comercial más grande de todos los tiempos, superando a Tiburón y dando inicio a un enorme fenómeno cultural sin precedentes. Kino. Zurueck In Die Zukunft, Back To The Future, Zurueck In Die Zukunft, Back To The Future, Christopher Lloyd, Michael J. Fox Dann wird es ernst: Marty (Michael J. Fox, r) landet mit Dr. Browns (Christopher Lloyd) Zeitmaschine im Jahr, 1955. , 1984. (Photo by FilmPublicityArchive/United Archives via Getty Images) Así llegamos a la década del ochenta, donde el modelo de sagas cinematográficas se establece como una de las prácticas más comunes de la industria hollywoodense. Los ejemplos sobran, pero basta con nombrar un par para comprender la magnitud del asunto: Indiana Jones, Cazafantasmas, Volver al futuro, Un detective suelto en Hollywood, Duro de matar, Locademia de policía, Arma mortal (y pueden seguir nombrando mentalmente el resto). Cuando parecía que el modelo estaba a punto de agotarse y el público acuñaba la máxima de que “las segundas partes nunca son buenas”, apareció un cineasta que volvió a revolucionar todo: un tal James Cameron. Terminator 2: el juicio final (1991) ganó cuatro premios Oscar y se convirtió en el hito cultural que todos conocemos bien. A partir de entonces, la creencia de que las segundas partes podían ser superiores a la primera también se instaló entre el público y, de hecho, se convirtió en una búsqueda constante por parte de los realizadores. Ahora bien, una cosa es romperla con un presupuesto millonario y explotar a más no poder el potencial de una historia espectacular (sin restarle ningún mérito a las proezas previamente nombradas) y otra muy distinta es hacerlo con una historia de personajes, íntima, contenida y bajada a tierra, con presupuesto muy limitado. Eso fue lo que hizo la película que esta semana cumple dos décadas de su estreno y nos da la excusa para hablar de sagas cinematográficas. Una producción independiente que se la jugó en un terreno dominado por los grandes estudios, reclamando su propia secuela. Antes del atardecer (2004) llegó nueve años después de Antes del amanecer, el drama romántico que consagró a su director Richard Linklater como una de las voces más interesantes de una nueva generación. Sin embargo, esta continuación se dio por razones muy ajenas a lo comercial y más cercanas a esa visión de autor que se fue perdiendo por el camino. El director volvió a juntarse con la guionista Kim Krizan, pero con la diferencia de que esta vez sus protagonistas, el estadounidense Ethan Hawke (La sociedad de los poetas muertos, Generación X) y la francesa Julie Delpy también participaron en la escritura del guion. Sus personajes, Jesse y Celine, los marcaron para siempre, igual que a todos los que tuvimos el placer de verlos enamorarse en pantalla. La magia de esta secuela es que sus creadores dejaron que la historia se cuente sola, que los personajes se escriban a sí mismos y evolucionen naturalmente hacia lugares inesperados. Richard Linklater filmando Antes del atardecer Aunque en ese momento, cuando se anunció que Antes del amanecer (1995) iba a tener una secuela, el miedo a arruinar su final virtualmente perfecto se instaló en el corazón de todos. La segunda parte -que eventualmente también tuvo tercera y no podemos descartar una potencial cuarta entrega- no solo retomó la historia de esos dos jóvenes con un naturalidad inusitada, sino que además los hizo evolucionar. Al reencontrarse y redescubrirse, la relación entre ellos tomó el tono realista -y medio cínico- que adoptamos en la adultez, cuando el ímpetu, los sueños de la juventud y la facilidad para enamorarse se desvanecen. Si algo nos demuestra todo esto es que las sagas, las franquicias y la explotación de historias y “propiedades intelectuales” no son un mal en sí mismo, sino que necesitan indefectiblemente de la visión de un artista detrás. Sin un realizador comprometido, las infinitas secuelas, precuelas y refritos se convierten en productos vacíos de una industria sin alma. En cambio, nuestros artistas favoritos tienen la capacidad de convertir la idea más básica y ordinaria en una obra extraordinaria, de esas que nos apasionan y le dan brillo a la existencia.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por