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  • 5 de julio de 1683. Fundación de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca: los primeros años.

    » El Ancasti

    Fecha: 05/07/2024 13:27

    Conmemoramos en el día de la fecha la fundación de la ciudad de “San Fernando Valle de Catamarca”. Ésta era la más importante de las fechas cívicas, según Bayle (1952), “la fiesta de la ciudad, el cumpleaños de su vida y el reconocimiento de su fidelidad al monarca”. El gobernador y capitán general de la Provincia del Tucumán, Don Fernando Mendoza Mate de Luna, una vez constituido el Cabildo, y luego de hacer reconocimiento de sitio el día 5 de julio de 1683, en cumplimento de la Real Cédula de 1679 funda la ciudad de San Fernando Valle de Catamarca, según reza el acta correspondiente “y en señal de possesión se puso el árbol de justicia… asistiendo los vecinos que le han de poblar y edificar… a que asistió el Cabildo, Justicia y Regimiento de dicha ciudad… elegido por el Señor Gobernador este sitio intitulado San Fernando”. (Acta Capitular, Tomo I, f.17) La ciudad fue instaurada en base a los antecedentes legales de las antiguas ciudades de Londres establecidas en el oeste, la primera de ellas fundada en 1558, de vida efímera como consecuencia de las sublevaciones de los indios calchaquíes. La instalación de los españoles en el nuevo mundo se hizo exclusivamente en forma de colonización urbana. La ciudad, por lo tanto, comportaba una base humana, constituida por los pobladores y otra base jurídica conformada por el Cabildo, institución encargada del gobierno de la ciudad y su jurisdicción. (Zorraquín Becù 1959). Lo actuado por el Cabildo o Ayuntamiento quedaba registrado por escrito en actas llamadas Capitulares, las que constituyen una fuente de consulta ineludible. San Fernando Valle de Catamarca fue la única ciudad colonial fundada por disposición de una Real Cédula, las demás fueron creadas por iniciativa de particulares al amparo de una capitulación, o por virreyes, presidentes de Audiencias y Gobernadores. Constituido el Cabildo en la recién fundada ciudad, sus integrantes establecieron como fecha de reelección anual de sus miembros cada 1º de enero, respondiendo a lo estipulado en las Reales Ordenanzas. A falta de Casa Capitular, las reuniones se efectuaban en los primeros años, en la vivienda de un vecino importante y luego en la morada del teniente de gobernador don Ignacio de Agüero, ubicada en Las Chacras. Según se desprende del acta de enero de 1688 las reuniones se realizaban “los jueves de todas las semanas” y a partir del año 1690 se determinó realizar dos Cabildos por semana. Estos eran los cabildos ordinarios o de tabla y los cabildos extraordinarios, según la Recopilación de Indias de 1680, debían realizarse solo en caso urgente e imprevisto. La institución catamarqueña no contó con escribano público, por lo tanto las actas fueron redactadas por los propios cabildantes. En Catamarca integraban el Cabildo miembros de la élite compuesta por los descendientes de los conquistadores y primeros pobladores. Su poder político se basaba fundamentalmente en el ejercicio de los oficios capitulares, mientras que en lo económico se apoyaban en la posesión de tierras y en el usufructo de la mano de obra indígena. Así en nuestra ciudad, como en las demás del antiguo Tucumán, el Cabildo era un órgano integrado por los vecinos principales. En sus primeros años el Cabildo se abocó a resolver problemas de jurisdicción planteados por las ciudades de la Rioja y Santiago del Estero. En cumplimiento de la Real Cédula de 1679, que determinaba la jurisdicción de la nueva ciudad, el Cabildo realizó su deslinde. Éste fue ejecutado por el alcalde José Luis de Cabrera y el alférez real Nicolás de Barros Sarmiento en 1684. El auto correspondiente está fechado en la Sierra de Guayamba el 20 de marzo de 1685. En ejercicio de sus funciones, el Cabildo realizó el reconocimiento y aceptación de títulos de los Tenientes de Gobernador designados para ejercer su mandato en el ámbito de la ciudad y su jurisdicción. Las relaciones de la institución con los primeros tenientes de gobernador, a saber, Pedro Bazán Ramírez de Velazco, Diego Navarro de Velazco, Ignacio de Agüero y Bartolomé de Castro se enmarcaron, por lo general en un clima de tranquilidad y respeto. Si advertimos roces entre los capitulares en dos ocasiones, que no pasaron de ser más que recelos por honra y etiqueta o intereses familiares, situaciones que fueron resueltas con prudencia. Fueron escasas las disposiciones del Ayuntamiento con respecto a la situación de los indios. Uno de los temas más debatidos fue el traslado de los indios de Londres al Valle de Catamarca, el que no se concretó ya que los indios permanecieron en el valle de Londres. En cuanto a los indios de Choya -en cuyas tierras se había fundado la ciudad- continuaron prestando servicios personales para sus encomenderos, a pesar de las restricciones establecidas en las Ordenanzas de Alfaro y algunas disposiciones emitidas por el Cabildo local. Si se designaron en su beneficio, alcaldes indios en varias oportunidades, aunque las actas no refieren sus nombres. En 1688, el Cabildo se abocó a realizar el empadronamiento de los indios a fin de conocer sus condiciones de vida y las prestaciones laborales que desarrollaban en tierras de los encomenderos, dando cumplimiento a lo ordenado en la Real Cédula de ese mismo año. La ciudad fue instaurada en base a los antecedentes legales de las antiguas ciudades de Londres establecidas en el oeste, la primera de ellas fundada en 1558, de vida efímera como consecuencia de las sublevaciones de los indios calchaquíes La ciudad fue instaurada en base a los antecedentes legales de las antiguas ciudades de Londres establecidas en el oeste, la primera de ellas fundada en 1558, de vida efímera como consecuencia de las sublevaciones de los indios calchaquíes En cuanto a lo actuado por la Institución en relación con la vida de la ciudad es de advertir que los recursos para acudir a los gastos del “común” fueron siempre exiguos. A ello debemos agregar la escasa información que nos brindan las Actas sobre el tema. Las rentas de propios y arbitrios (bienes y recursos con que contaba la ciudad para solventar los gastos públicos) fueron soportadas en gran parte por los vecinos, ya sea por colaboración voluntaria o prorrateo. Es una constante las referencias a las necesidades de la población en cuanto a “la suma pobreza a que ban viniendo sus bezinos por lo sumo que le cuestan las cosas necesarias”. (A. Capitular, f.91r). En abril de 1689 se creó el sello con el que se gravarían peso y medida de los géneros que ingresaran a la población para ser aplicados para propios. El nuevo sello está conformado por las iniciales de la ciudad, el que se reproduce en el acta correspondiente (A. Capitular f.108 r). Eran asignados como propios los impuestos a las compraventas, las ventas en remate público (pregonería), las operaciones al peso (romana), al vino que se introducía (mojonera), los derechos de sellos, los pesos y medidas que debían utilizar los comerciantes, carnicerías, carretas, cancha de bochas, mercedes de agua, el reparto de pulperías, entre las más comunes. También, por voz de pregonero y para que llegue a todos la noticia (1688) se fijaron precios a los productos de la tierra, bajo pena de pagar, el que no lo cumpliere, la cantidad que vendiere y comprare “aplicada por terzias partes cámara de su Magestad gastos de obras publicas y propios de la ciudad” (A. Capitular f.95 r.). El abastecimiento de la ciudad fue una preocupación permanente de los capitulares. Cabe destacar, en ese sentido, la labor de los Procuradores Generales que en cumplimiento de su función debían realizar las peticiones de interés colectivo, ya ante el Cabildo o ante las demás autoridades por cuanto eran los defensores de los derechos de la ciudad y del bienestar de la población. Se legisló fijando precios a los productos de la tierra, regulando el abastecimiento de carne, impidiendo la saca de bastimentos fuera de la ciudad e imponiendo multas destinadas al ramo de propios a quienes no cumplieren con lo establecido. Puede decirse que en materia de abastos, el Cabildo actuó según lo imponían las circunstancias. Ya regulando precios, uniformando valores por tasas y aranceles, estableciendo a falta de metálico el uso de la moneda de la tierra y dictando normas para evitar la contratación de servicios al capricho o codicia de los particulares. En cuanto a las obras públicas, los documentos analizados demuestran que los primeros años de la ciudad se caracterizaron por la ausencia de obras de envergadura. La primera noticia sobre el tema es la que brinda el acta de 1685 en la que se designa al Alcalde de 2º voto Diego de Agüero para ejecutar la construcción del camino a Córdoba, pasando por Quilino. Se encargó al Alcalde de 1º voto Maestre Blas de Pedraza “limpiar la plaza, alinear los puentes y lo demás de las obras públicas” (A. Capitular f.57v). Por Auto de 1689 del Cabildo se decidió abrir los caminos del comercio hacia La Rioja, San Miguel de Tucumán y Córdoba. Por el norte “por ser el de más comercio se abra desde esta ciudad hasta la estancia de Pomán” (A. Capitular f.109). Asimismo, se inició hacia 1688 la reedificación de la cárcel, la reparación de la iglesia parroquial y el hospital. A fin de solventar los gastos que demandarían los arreglos, se contó con la colaboración de los vecinos. Lo cierto es que los menguados fondos del Cabildo contribuyeron, sin duda, a la inercia en materia de obras públicas. Las fiestas religiosas y populares nutrieron desde sus inicios a la población del Valle. La cristiandad de los conquistadores y primeros pobladores -herencia del pueblo español- se continuó en el Cabildo en su función de representante oficial de los habitantes. La actividad que en esta metería desarrolló el gobierno municipal junto a la Iglesia se tradujo en la organización de la fiesta religiosa más importante de la ciudad: rendir homenaje todos los años a la Virgen del Valle, factor de unión de los criollos e indígenas de la jurisdicción y de otros pueblos del Tucumán. Asimismo, intervino activamente en la organización de otras celebraciones religiosas importantes como la fiesta de los Santos Patronos de la ciudad, San Fernando y San Juan. También la ciudad tenía otras Cofradías a las que acude todo el pueblo, tal como la Cofradía de la Purísima Concepción de María, la fiesta de Corpus Christi y Semana Santa. Los días de fiesta, la ciudad se engalanaba, limpiando calles y haciendo arreglos necesarios en viviendas, iglesia y cabildo. En ellas el Ayuntamiento intervenía activamente, ya sea organizándolas o fijando pautas para la seguridad del vecindario. En la ciudad colonial, el orden de las calles en los barrios de extramuros y en la zona rural y sobre todo la moralidad y las buenas costumbres fue motivo de preocupación de las autoridades. En Catamarca las actas solo hacen referencia a algunos disturbios ocurridos en Londres (Belén) con motivo de realizarse la cosecha del algarrobo y con posteridad, en mayo de 1690, el Cabildo recibió un exhortatorio que contiene algunas causas que ha estado atendiendo el alcalde ordinario Juan de Castro y del Hoyo sobre “remediar y apartar algunos pecados públicos” (A. Capitular f.121v). Éstas son las únicas informaciones sobre orden público que nos brindan las fuentes que consideramos. Tampoco hay ordenanzas o disposiciones para pautar la convivencia de los pobladores de la ciudad. El análisis de las Actas Capitulares nos permitió conocer cómo actuó la institución rectora de la comunidad local frente a los distintos requerimientos que ésta presentaba. En suma, a través de las fuentes utilizadas pudimos recrear algunos aspectos de la vida de la ciudad de Catamarca en la segunda mitad del siglo XVII. No se trataron asuntos graves e importantes, simplemente los propios de una pequeña comunidad colonial pacífica y progresista.

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