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  • Cosmopolitismo, nacionalismo y mundos reales

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    Fecha: 05/07/2024 10:39

    “La confrontación actual no es aislacionismo vs. internacionalismo, sino nacionalismo vs. cosmopolitismo”: esta es la conclusión a la que arriba Samuel Huntington, en su trabajo “Almas Muertas. La desnacionalización de la élite americana” (Dead Souls: The Denationalization of the American Elite. The National Interest. Nº 75, Spring 2004). Almas Muertas encabezando el título se refiere a la expresión del novelista y poeta Walter Scott, que, en 1804, se preguntaba si habría quienes no sentirían en el corazón el ardor por la propia tierra -la patria, podríamos decir- sino que deambulara su espíritu sin poder decir esta tierra es mía”. Para ese entonces, el también escoces Adam Smith -cuándo no Edimburgo- había establecido que los propietarios de las tierras pertenecen a la nación en que las tierras se ubican, pero no así los accionistas de empresas, que no necesariamente están adheridos a ninguna nación en particular. Esta afirmación de Adam Smith es de 1776. Alega Huntington que la respuesta contemporánea a Scott sería que, si bien en número y porcentajes mínimos, las “almas muertas” anidan en las élites económicas, intelectuales, políticas, sociales y profesionales que haciendo ostentación de “poder, títulos y dinero mal habido” (Scott dixit) contrastan con el patriotismo y el nacionalismo que identifica al resto del pueblo. Esta referencia, hoy día, adquiere carácter universal. El proceso de globalización supone una dinámica que impacta en individuos, empresas, gobiernos y ONGs, afectándolas de distinta manera conforme la propia fortaleza institucional y cultural de los Estados, las naciones, y el interés o peso específico de cada uno de ellos; importa también, como contrapeso, el “nacionalismo” o patriotismo de su clase dirigente. Puede admitirse la descripción de Huntington, que las ideas globalistas quedan comprendidas en tres espacios: el universalismo propio de las grandes potencias que se auto consideran únicas, excepcionales y universales, que se orienta a eliminar cualquier frontera real o ideal fuera de sí mismo. En segundo lugar, la dinámica del universo económico y financiero, que directamente tiende a abrogar toda frontera, conformando un espacio único en que las economías nacionales devienen partes de la economía global, derogando cualquier autoridad o legislación nacional o regional (concurren en este conglomerado los CEOs, ONGs y fundaciones atadas al financiamiento corporativo). Un tercer espacio, de carácter moral, repugna todo concepto de patria, nación o frontera -incluyendo las culturas particulares- desde que el compromiso con la Humanidad es superior a cualquier compromiso local, nacional o comunitario; todo un universo intelectual y académico confluye aquí, desde izquierdas y derechas. Queda conformada así una “burbuja global” poderosa y minoritaria, de características transnacionales y dotada de unidad sociocultural, totalmente separada de los países y los Estados, a los que desprecia e impone condiciones o, en su caso, pretende orientar, erosionando cualquier compromiso con las comunidades nacionales o locales. Desde ejecutivos poderosos hasta intelectuales prestigiados, etiquetados con apelativos eufemísticos, una pléyade de “trabajadores de cuello dorado”, los hombres de Davos constituyen la “cosmocracia”, devota en derribar cualquier barrera nacional que pretenda interponerse en el camino del cosmopolitismo. En la burbuja global, la nación, como concepto y realidad, carece de sentido, y el Estado es un estorbo por lo que no cabe una agenda nacional. El presidente Javier Milei proclama que se ubica en el cosmopolitismo, y toma, en cuanto le es permitido por la débil institucionalidad argentina y la flaqueza moral de su dirigencia, las medidas económico-financieras de gobierno tendientes a satisfacer a la burbuja global, constituyendo a su gobierno -en soledad mundial- como una vanguardia del proyecto económico financiero de globalización. Aun así, el mercado no parece conformarse. En lo personal le cabe el tercer ámbito de las categorías de Huntington, el ámbito moral, en el que Milei reclama para sí el título de exponente más importante del mundo, y merecedor de un reconocimiento anticipado de la historia, incluyendo el premio Nobel. De momento, y en este carácter, sólo recoge la gratitud de algunas instituciones aisladas de limitado prestigio. En lo que hace al primer espacio del esquema huntingtoniano, al no ser Argentina una gran potencia carece de condiciones objetivas para ostentar ninguna vocación universalista e imperial, y solamente le queda la posibilidad transitoria de ubicarse en los márgenes de la dependencia. Por lo tanto, el acceso a ese ámbito de pertenencia le está tan vedado que ni siquiera el esfuerzo diplomático consigue disimular. No pareciera entonces que en el mundo del cosmopolitismo haya espacio para el anarco-liberalismo y su caballero andante. Cuando el presidente azota con el “no la ven” podría forzarse la imaginación pensando que va solamente dirigida la sentencia a los opositores políticos o a los sufrientes industriales de pequeñas y medianas empresas, pero pareciera que tampoco la ven los propios integrantes de la “burbuja global” que, en todo caso, mantienen distancia o le aplican severas bofetadas de mercado. La socióloga Mayra Arena, en un reciente estudio da cuenta que en los sectores más desfavorecidos por la carestía actual que adhirieron electoralmente a Milei y que mantienen aún su apoyo y esperanza -no puede ser de otra manera pues los desencantos de una ilusión no suelen ser tan repentinos- se comienza a advertir cierta preocupación por un presidente más abocado a la parafernalia mundial que a las preocupaciones domésticas y de los hombres y mujeres de carne y hueso que lo apoyan. Abandonado el espacio de la Patria, todo parece indicar que ni en el terreno incómodo de la realidad inmediata ni en el paraíso ficticio de las “almas muertas”, hay lugar cómodo para ciertas aventuras, mientras que el “cielo del paraíso de la libertad” se va diluyendo como la fantasía de un espectro.

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