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  • Los Carasucias de Lima

    » La Prensa

    Fecha: 05/07/2024 03:33

    Oreste Corbatta, Humberto Maschio, Antonio Valentín Angelillo, Enrique Omar Sívori y Osvaldo Cruz coincidieron apenas cinco veces en sus vidas en una cancha. Cuatro de ellas les permitieron quedar en la historia grande del fútbol argentino y se produjeron en el marco del Campeonato Sudamericano de 1957. Este torneo culminó con una brillante consagración del Seleccionado y entronizó a esos cinco hombres de ofensiva como Los Carasucias de Lima. Corbatta encarnaba la más viva representación de un puntero derecho: habilidoso, imparable, magistral servidor de centros al medio del área, impredecible y, por si fuera poco, generoso en el despliegue. Maschio era inteligente y frío para definir y encontrar los espacios libres. Angelillo tenía el arco contrario entre ceja y ceja. Sívori parecía un anticipo de lo que iba a ser Diego Maradona: atrevido, habilidoso, genial, goleador, inteligente… y Cruz, el menos espectacular de todos, se las ingeniaba para desbaratar a las defensas con velocidad, habilidad y predisposición al sacrificio para hacer que su lucieran sus compañeros. El quinteto era la más pura expresión de la nueva generación de delanteros que había llegado para encabezar un tiempo de renovación. El fútbol argentino parecía haber terminado de renacer luego de los efectos nocivos de la huelga de 1948 y el posterior éxodo que había vaciado de talento las canchas. Si bien el Sudamericano del ´55 en Chile también había terminado en manos albicelestes, ese equipo tenía un vuelo muy bajo, incomparable con las fantásticas funciones de gala en suelo peruano. A ese espectacular quinteto le bastó apenas un puñado de partidos para hacer historia. El puñado de jóvenes de la ofensiva estaba apuntalado por la experiencia del capitán Pedro Dellacha, Juan Carlos Giménez y Federico Vairo en la defensa, por la seguridad del arquero Rogelio Domínguez -poco después se sumó al Real Madrid, en el que fue compañero de Alfredo Di Stéfano y el húngaro Ferenc Puskas- y por la personalidad de Néstor Pipo Rossi en la mitad de la cancha. También había jerarquía entre los suplentes: Antonio Roma, El Nene Héctor Guidi, José Francisco Sanfilippo… En realidad, cuando partió de Buenos Aires no había demasiadas expectativas en ese plantel construido por el técnico Guillermo Stábile, quien se aproximaba a sus dos décadas al frente de la Selección. En la mente del viejo Filtrador del Mundial de 1930 anidaba la idea de ir dándole forma al grupo encargado de protagonizar el regreso de Argentina a las Copas del Mundo, previsto para 1958 en Suecia. Pero fútbol da sorpresas. Y, muchas veces, esas sorpresas son agradables. Más allá de los planes a futuro del entrenador, la Selección viajó a Perú perdida en los laberintos de la improvisación en los que solía perderse en aquellos tiempos. La prueba más evidente de ese pésimo hábito bien argentino de atar todo con alambre fue la insólita situación de que la delegación no contaba con uniformes para el desfile inaugural en la ceremonia de apertura. Por suerte, el equipo mostró sus mejores galas dentro de la cancha… La Selección jugó un fútbol espectacular en el Sudamericano de 1957. FÚTBOL Y GOLES Las huestes de Stábile llenaron de fútbol el césped del estadio Nacional de Lima. En su debut en el Campeonato Sudamericano -la competición que actualmente lleva el nombre de Copa América- no le tuvieron piedad a Colombia. No había equivalencias entre uno y otro contendiente de ese partido del 6 de marzo de 1957. El conjunto cafetero atravesaba un período de reconstrucción después de más de siete años de absoluta inactividad en el ámbito internacional. En 1949 se había desencadenado una escisión en el fútbol de ese país. De un lado había quedado la Federación Colombiana de Fútbol y, del otro, la División Mayor del Fútbol Colombiano (Dimayor), es decir, la principal categoría profesional. La explicación de ese particular fenómeno se reducía a decir que la selección no podía contar con los mejores jugadores por la sencilla razón de que la Dimayor no era reconocida por la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA). Lisa y llanamente, el equipo nacional no existía. Había entrado en pausa… Justo en el momento en el que las canchas danzaban al compás del Ballet Azul de Millonarios, Colombia no tenía representación fuera de sus fronteras. En las tribunas todos aplaudían al maravilloso equipo en el que coexistieron nada más y nada menos que Adolfo Pedernera -el cerebro de la célebre Máquina de River- y Di Stéfano, entre otras grandes figuras argentinas que habían arribado a esa tierra como consecuencia de la huelga y el éxodo de la década anterior que le puso fin a la Era dorada del fútbol albiceleste. La delantera de Brasil: Joel, Evaristo, Zizinho, Didí y Pepe. Esa noche en Lima, Argentina fue muy superior a Colombia y se llevó la victoria por un claro 8-2. Cuatro tantos de Maschio, dos de Angelillo, uno de Cruz y otro de Corbatta habían reflejado la clara diferencia entre ambos contendientes. Los cinco genios que al final del torneo iban a recibir el apodo de Carasucias no estuvieron juntos, ya que en lugar del Cabezón Sívori ingresó Sanfilippo, quien, a punto de cumplir 22 años, empezaba a dar señales de una infernal capacidad goleadora. Uno de los tantos del bando perdedor llegó a través de Delio Gamboa, un delantero de Atlético Nacional que tenía un apodo que hablaba a las claras de su categoría: le decían Maravilla. Ese atacante de 21 años asomaba como un firme promesa y luego jugó una década en la selección. De hecho, integró el plantel que en 1962, con Pedernera como técnico, empató 4-4 con la Unión Soviética, que tenía como arquero al famosísimo Lev Yashin, La Araña Negra. Once días más tarde, Argentina dio cuenta de Ecuador por 3-0 con dos conquistas de Angelillo y una de Sívori. De a poco, empezaba a vislumbrarse que el equipo era cosa seria. El 20 de marzo, la víctima del elenco comandado por Stábile fue Uruguay. Todavía comandados por Juan López, el DT que estuvo al frente del seleccionado que hizo posible esa proeza futbolística conocida como El Maracanazo, los celestes cayeron 4-0 contra sus clásicos rivales rioplatenses. Dos goles de Maschio, uno de Angelillo y otro de Sanfilippo definieron el pleito. Argentina jugó un partidazo y goleó 3-0 a Brasil para hacer realidad su consagración en Lima. Los albicelestes habían presentado una fuerte candidatura al título. Un fútbol contundente y lujoso en igual medida impulsaba sus pretensiones. El 6-2 sobre Chile no hizo más que ratificar esa idea. Sívori, Angelillo y Maschio -ambos en dos oportunidades- y El Loco Corbatta, de penal -era infalible desde los doce pasos- consumaron la tercera victoria consecutiva de ese implacable Seleccionado argentino. UNA EXHIBICIÓN CONTRA BRASIL El 3 de abril, cinco días después del éxito sobre los chilenos, llegó el momento de verse las caras con Brasil. Los verdiamarillos venían de perder 3-2 con Uruguay, un traspié que cortó la senda triunfal que había incluido el 4-2 sobre Chile, el 7-1 contra Ecuador y el 9-0 frente a Colombia. En el elenco conjunto orientado técnicamente por Osvaldo Brandao ya aparecían algunos de los futuros campeones del mundo en Suecia ´58: el talentoso Didí, el defensor Djalma Santos y el arquero Gilmar. Todavía no había debutado Pelé, el genio que deslumbró al mundo un año más tarde en territorio escandinavo, pero había regresado Zizinho, un mediocampista ofensivo de una inmensa habilidad que había estado en el Mundial de 1950 y que insólitamente había sido hecho a un lado cuando se conformó el plantel que acudió a Suiza ´54. En el centro del ataque se destacaba Evaristo de Macedo, autor de cinco tantos en la holgada victoria sobre los colombianos, y en la punta derecha jugaba Joel, antecesor del inigualable Garrincha. Aunque no tuviera la denominación formal de final, el choque entre argentinos y brasileños reunía todos los elementos para ser considerado de ese modo. El ganador iba a quedar muy cerca de quedarse con el título. Y el ganador fue el conjunto albiceleste, que brindó una notable exhibición de juego colectivo. Aguantó cuando su adversario procuró acorralarlo contra su arco y desplegó mil y una variantes en ataque en los pasajes en los que pudo asumir el protagonismo estelar del juego. La retaguardia comandada por Dellacha se las ingenió para contener las acciones de los exquisitos Zizinho y Didí. Así, Domínguez casi no pasaba sofocones. En el medio, Pipo Rossi imponía su presencia y contaba con la inestimable colaboración de Corbatta, quien bajaba para colaborar con la recuperación e iniciar las réplicas. Y cuando se había consumido la mitad de la primera etapa, Angelillo quebró la paridad en el marcador con un remate imposible de contener para Gilmar. La ventaja le otorgó libertad a Argentina para manejar los tiempos del partido. Brasil se adelantaba en busca del empate. Brandao metió mano en el equipo, pero las modificaciones no alcanzaban para hacer zozobrar la sólida estructura de las huestes de Stábile. Por si fuera poco, se juntaban Corbatta, Maschio y Sívori y la amenaza del segundo tanto se hacía cada vez más explícita. Un golazo de Maschio cerca del epílogo y el tercero, obra de Cruz cuando los verdiamarillos perseguían el descuento casi con desesperación, sellaron el claro triunfo del Seleccionado. El 3-0 no solo era el premio para el que había demostrado ser superior a lo largo de los 90 minutos, sino que le aseguraba el título a Argentina. No uno como el conseguido dos años antes en Chile, sino uno histórico, para ser recordado por siempre. Pipo Rossi encabeza el festejo con la Copa América en sus manos. Es que el esplendoroso fútbol de Argentina dejó una marca indeleble. Por más que, ya ungidos campeones, los albicelestes perdieran el invicto con Perú -se impuso 2-1 en la última fecha-, la misión estaba cumplida. Lima había albergado la consagración de una forma espectacular de jugar al fútbol: la de Los Carasucias.

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