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  • Astor Piazzolla nos mira desde una estrella

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    Fecha: 04/07/2024 04:54

    Se cumplen 32 años de la muerte de Astor Piazzolla (Foo: Prensa Fundación Astor Piazzolla) Abanderado de la síntesis entre la música clásica y la originada en otras formas musicales, con la magia de un sentimiento muy conmovedor, Piazzolla es uno de los creadores más destacados del siglo XX. Sus partituras tienen una impronta inconfundible. En ellas está esa nostalgia porteña que primero puso de relieve el tango. Sus composiciones no son sencillas de interpretar en general, pero claro, la riqueza en las mismas deriva justamente de haber logrado un lenguaje de síncopas, semitonos, cambios rítmicos dentro de la misma pieza, acordes y tiempos que exceden el 2 x 4 y el 4 x4. En fin, algo distinto y no escrito para improvisados. Pero no solo descolló como compositor, sino también como instrumentista y director. Hay personas que fueron dejando impronta en Piazzolla y me parece interesante mencionarlos. Por cierto, no son los únicos. Don Vicente “Nonino” Piazzolla “Nonino” fue un hombre que quiso para su hijo un futuro mejor. Viajó primero solo en 1925 a Nueva York en busca de nuevos horizontes y luego fueron su esposa y Astor. Hizo contacto con una familia siciliana, la de Vicenzo Baudo, gente muy buena que lo ayudó y le prestó una habitación de su casa. Luego aprendió el oficio de peluquero y empezó a trabajar en la barbería de un tal Nicola Scabutiello. La mamá armaba tapados de piel sintética. Si bien su crianza, además de la escuela, fue en las calles de Nueva York porque los padres no tenían mucho tiempo disponible, lo cierto es que el ejemplo del esfuerzo por el futuro fue algo que lo marcó a fuego. Además, la chance de abrir puertas en el país del norte, aprender el idioma, contactarlo con Carlos Gardel como lo hizo dándole una artesanía para que se la regalara al enterarse de su estadía en la misma ciudad, el aprendizaje del inglés a la vez del italiano que traía el abuelo, el inculcarle el amor por el tango que “Nonino” solía escuchar todas las noches (dejó escritas con notación musical básica algunos tangos, refirió Astor). También recuerda su buen humor, bondad y rigidez para algunas cosas. El hecho de regalarle un bandoneón, la perseverancia en el plan de mejorar la situación, dado que primero estuvieron cinco años en Nueva York, pero luego de regresar a Mar del Plata volvieron a ir y se instalaron en un departamento modesto en la calle nueve. Lo apoyaron cuando el, ya a los 16 años, quiso dejar Mar del Plata y venir a Buenos Aires. Le daban algo de dinero mensualmente. Sin duda, todo esto quedó reflejado en su obra magna Adiós Nonino, compuesta por Piazzolla al enterarse de la muerte de don Vicente y hecho sobre la base del Nonino que había escrito cinco años antes en Paris. Aníbal “Pichuco” Troilo (11 de julio de 1914 - 19 de mayo de 1975) Con la orquesta de Troilo, Piazzolla debutó en los escenarios de Buenos Aires. Él frecuentaba el Café Germinal, lugar de cita de “Pichuco” y otros. Además, conocía de memoria el repertorio de Troilo de tantas noches que iba a escucharlo y jugaba con los dedos en la mesa imaginando ritmos y botones del bandoneón, que luego ensayaba. Un viernes cayó enfermo el bandoneonista de la orquesta, “Toto” Rodríguez y ya el violinista Baralis le había hablado de Astor. De este modo, “Pichuco”, rápidamente, para cubrir el vacío, se dirigió a Piazzolla, que estaba merodeando porque sabía de la cuestión, y le preguntó: “¿Así que vos sos el que sabe todo mi repertorio?”. Le tomó la prueba y al final le dijo: “Bueno, pibe, conseguite un traje azul y debutás esta noche”. Desde entonces se abrió un nuevo camino. Comenzó a ganar algún dinero y creciendo en la técnica del bandoneón, dado que la de Troilo era la más encumbrada orquesta de tango. Como paralelamente estudiaba con Ginastera (de quien hablaremos a continuación), sus conocimientos musicales y de composición crecían con los días. De este modo, y a pedido de “Pichuco, fue haciendo arreglos para la orquesta. La permanente inquietud de nuestro autor y los conocimientos que iba adquiriendo con el citado maestro, hicieron que la geometría del tango le quedara como un traje de otra época y que no podía modificar ahí, dado que generaba críticas, enconos y la goma de borrar de “Pichuco” era cada vez más grande. Dejó de tocar en la orquesta, pero eso no empañó la amistad que cultivaron ambos, a punto tal que Zita, la viuda de Troilo, le regaló a Astor el bandoneón de su marido. Alberto Ginastera El 3 de julio de 1940 arribó a la Argentina el pianista Arthur Rubinstein, uno de los más destacados pianistas de la primera mitad del siglo XX. Cuando Piazzolla se enteró de ello, se dirigió al Palacio Álzaga Unzué, en la calle Arroyo, donde se había instalado el músico desde hacía dos meses. El mismo pianista abrió la puerta y recibió a su huésped. Astor le llevó un esbozo de un concierto para piano. El pianista tocó una parte y le preguntó al joven si deseaba estudiar seriamente. Tras la respuesta afirmativa, Rubinstein llamó a Juan José Castro, el compositor y director argentino, avisándole que sería su tutor. Pero finalmente Castro lo derivó con Alberto Ginastera, que residía en Barracas, con quien tomó clases entre 1939 y 1945. Estos seis años fueron importantísimos en la formación musical de Piazzolla por dos razones: primero, porque estudió piano y composición; y segundo, porque Ginastera era un maestro de fuste. Entre otras cosas, lo instó a ir a los ensayos de las orquestas sinfónicas. Este destacado maestro y compositor era hijo de padre catalán y madre de la Lombardía (Italia). Compuso su primera obra antes de graduarse en el Conservatorio Alberto Williams, a los 22 años: la Suite del ballet Panambí, que sería estrenada en el Teatro Colón pocos años después. En 1945, por su destreza y prestigio para la composición, Ginastera recibió la beca Guggenheim. Vivió dos años en Estados Unidos, estudiando bajo la tutela, nada menos, que de Aaron Copland. Sus últimos diez años los vivió en Suiza y fue enterrado en el Cementerio de los Reyes. Cerca de él yace Borges. Piazzolla puso la mayor de sus energías en la música clásica, en los secretos que encierran dichas composiciones. Así, por ejemplo, a Astor se debe la Suite para Oboe y Cuerdas -Opus 9- de 1949. También la Rapsodia porteña para orquesta sinfónica -Opus 8-, de 1947, que obtuvo el segundo premio del concurso de 1948, patrocinado por la Empire Tractor Company en EEUU. Otra, la Sinfonieta para orquesta de cámara -Opus 19-, seleccionada por los críticos de Buenos Aires como la mejor obra de 1953. María Susana Azzi y Simón Collier, en Astor Piazzolla, su vida y su música (editorial Ateneo), anotan que ya se advierte en estos trabajos la sagacidad y diligencia discípulo de Ginastera. Nadia Boulanger (16 de septiembre de 1887 - 22 de diciembre de 1979): “Nadia, I will never forget you” Tras ganar el primer premio del concurso Fabien Sevitzky, recibió una beca del gobierno francés por un año. Allí, en la ciudad Luz, es donde aparece un punto de inflexión en la vida del autor, al tomar clases con la mítica Nadia Boulanger, la pedagoga más destacada del siglo XX, tal vez de todos los tiempos. Muchos de sus discípulos se encuentran en el Salón de la Fama. Podemos decir que de algún modo es la madre del sonido moderno. Mentora legendaria de compositores como Aaron Copland, Leonard Berstein, Virgil Thomson, Jean Francaix, Elliott Carter, Daniel Barenboim, Lennox Berkeley, dio clases y fue amiga nada menos que de Igor Stravinsky. Este último no publicaba ninguna obra si no la revisaba antes la maestra Nadia. Por entonces, Stravinsky era una figura musicalmente controvertida. Sin embargo, ella reconocía su valioso talento. Boulanger, entre otras virtudes, tenía la de descubrir la voz interior de sus discípulos y alumnos. Así, en el departamento del 4to piso de la rue Ballu, rodeado de fotografías de músicos célebres, pintores y artistas destacados, con la indiferencia de la intrigante gata “Tascha”, a quien estaba permitido arañar sillones y cortinas, y dialogando con ella en aquél inglés que traía aprendido de pequeño, encontró a quien llamaría luego su “segunda madre” y le escribiera años después en una postal “Nadia, I will never forget you”. Nadia, con sus 70 años, luego de algunas clases de armonía y composición habiendo repasado partes del concierto premiado, le preguntó directamente qué música tocaba en Argentina y Astor respondió “tango”, a lo que ella replicó “esa música me encanta, ¿en qué la interpreta?”. “En bandoneón”, dijo Astor tímidamente (porque lo había llevado enfundado a París, con cierto temor reverencial). Entonces, Nadia le pidió que ejecutara uno de sus tangos y él eligió “Triunfal”. Transcurridos algunos compases, posó su mano sobre las de Astor para interrumpirlo y le dijo: “No abandone jamás esto. Esta es su música, aquí está Piazzolla”. A partir de entonces, y en algunos primeros casos con la intermediación de la maestra y en París, rápidamente firmó contrato con tres compañías discográficas francesas para las que compuso e interpretó tangos, lo cual ya ponía de relieve su autonomía de vuelo en la composición. Es más, a uno de los tangos lo llamó Picasso, en homenaje al gran artista de Les damoiselles d Avignon y el Guernica, entre miles de sus obras. Esta enorme maestra descubrió y fue decisiva en el derrotero de composición de Astor cuando este último se debatía entre la música clásica y el tango. Los grandes inspiradores Sus héroes en la música eran Bela Bartók, Igor Stravinsky, y por cierto que frecuentó con admiración a Bach y Debbusy. Pero este no era solo su soporte: López Ruiz recuerda que en los viajes que hicieron juntos en auto en la década del sesenta, sintonizaba la radio en la emisora de música clásica y de inmediato reconocía lo que estaban tocando en ese momento. Le gustaban también Gershwin y Villa-Lobos. En su sensibilidad musical y relacionados con el jazz, el podio lo ocupaban figuras como Stan Getz, Evans y G. Mulligan, y grupos como la Modern Jazz Quartet. El sonido Piazzolla Con este bagaje académico nutriendo su genialidad y combinado con su devoción por Buenos Aires, Piazzolla se convirtió en una usina generadora que desbordó el tango clásico. Es que él tenía mucho más para decirnos, y de ahí que introdujo el bisturí en nuestro querido tango tradicional (2/4 ó 4/8), pero sin matarlo, porque tanto uno como otro jamás habrán de morir. Quizás lo más importante que extrajo Astor del jazz fue la idea del swing. En realidad, Piazzolla creó un sentido propio del swing: “Un swing de cuatro compases basado en la unidad rítmica establecida en el bajo del piano por la mano izquierda, que era contrarrestado mediante diversas figuras rítmicas fuera de tiempo -sincopado-, muchas de las cuales fueran creadas por él”, lo describió Pedro Aslan. Otra de las características de buena parte de la música piazzolliana es su estructura rítmica. Sus acentos: 3-3-2 (o sea, el énfasis en la primera, cuarta y séptima nota de los octetos en un compás de 4/4). Ese mismo ritmo, había sido incorporado ya por aquél prócer de Piazzolla, el nombrado Béla Bartók, dejando en él una señal imborrable. Ello, no obstante, sea cual fuere el origen del ritmo 3-3-2. Lo cierto es que lo hizo suyo de un modo especial. Su sensibilidad rítmica era extraordinaria. Eagle Martin lo recuerda como una “enciclopedia andante” de ritmos. Pero los notorios efectos de percusión -por caso, la imitación de la sirena de ambulancia o de la policía, símbolo de la ciudad moderna; los efectos con el violín, como la chicharra; el sonar de sus anillos contra el instrumento; en suma, las osadías rítmicas- no hubieran cobrado relieve de no estar acompañadas por una línea melódica emotiva, bien italiana. Para ello, se sirvió de los tonos menores melódicos (Puccini). Muchas de las melodías de Piazzolla llegan al alma. Recordemos tan solo el tema que compuso en ocasión de la muerte de su padre en 1959, su célebre Adiós Nonino, que recorrió el mundo, convirtiéndose en una especie de himno de identificación. La parte del adagio traduce una tristeza infinita, continuando luego con una melancolía que aún terminado el tema de una manera abrupta, como él vivió la desaparición de don Vicente, nos sigue conmoviendo. El adiós a Piazzolla fue el 4 de julio de 1992. Desde entonces nos mira desde una estrella. Aquí cerramos nuestro homenaje, aunque el mismo no tendrá fin.

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