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  • Los incentivos de los diputados

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    Fecha: 04/07/2024 04:50

    Recinto de la Cámara de Diputados (Reuters) “¿Cuál va a ser tu primer proyecto de ley?” Pregunta típica a diputados en campaña. Con honestidad brutal respondía que mi motivación era la opuesta: “más que proponer leyes nuevas, mi foco va a estar en atajar proyectos problemáticos y combatir la sobrerregulación desde adentro. Revisar todo y eliminar lo que molesta.” Polémico. Era la idea. No faltaron quienes comentaron indignados: “Dipuvaga”, “Para eso le vamos a pagar el sueldo”, “la casta.” Mi punto era, y sigue siendo, que no se trata de cantidad sino de calidad. Creo en la democracia y entiendo que una de las tareas del Congreso es hacer leyes, pero no cualquier ley. Sólo las necesarias, las que le mejoran la vida a la gente. Lo opuesto a la ley de alquileres. En estos meses trabajando dentro del Congreso confirmé algo que ya pensaba hace rato: los incentivos de los legisladores son incorrectos. Es común ver a fin de año notas tituladas “el diputado que menos trabajó: cero proyectos presentados”. Esto se vuelve un problema porque los diputados están más preocupados por la cantidad en vez de por la utilidad, importancia o urgencia de los proyectos y es un caldo de cultivo para plasmar malas políticas en formato de ley. El costo de presentar una ley es muy bajo en relación al beneficio de completar en el balance de gestión presenté 100 leyes este año y evitar ser escrachado por alguna noticia en el diario. Tres criterios deberían servir para evaluar la labor de los legisladores: calidad, responsabilidad e integridad. Calidad de los proyectos que presenta, considerando viabilidad y utilidad Responsabilidad en su tarea, teniendo en cuenta, por ejemplo, su asistencia a las reuniones de comisiones, su argumentación con evidencia empírica y también la responsabilidad fiscal: no se pueden proponer cosas que comprometan la sostenibilidad de las cuentas públicas. Por último, la integridad, para determinar si condiciona su voto a intereses personales o de particulares. Pero hasta tanto cambien las exigencias de la sociedad para evaluar a los legisladores y, por lo tanto, se alteren los beneficios percibidos de presentar leyes per se, se puede cambiar la dinámica desde adentro. Mi propuesta es elevar los costos de hacer leyes para mejorar la calidad de nuestros debates. ¿Por qué se debería invertir tiempo y recursos en debatir proyectos que ni los propios autores han investigado en profundidad? Sin evidencia que justifique la iniciativa, sin antecedentes legislativos, sin pensar en potenciales efectos adversos. En el paso por el Ministerio de Hacienda uno de mis trabajos fue hacer análisis costo beneficio de proyectos con costo fiscal y de regulaciones que pudieran alterar la competencia, eran iniciativas que llegaban de otros ministerios y proyectos de ley del Ejecutivo. Con ayuda del Banco Mundial y de otros organismos estudiamos la experiencia internacional para abordar el tema con la mejor estrategia. ¿Cómo hacían en Australia, Reino Unido, Estados Unidos o Chile para evaluar proyectos con costos para el fisco y si valía la pena o era factible que vieran la luz? El foco estaba en el análisis ex-ante. Las evaluaciones ex-post también son útiles, pero mejor prevenir que curar, porque cuando los propietarios dejan de poner su vivienda en el mercado y los inquilinos no tienen departamentos para alquilar el daño ya está hecho. Por eso los proyectos que involucren la creación de programas, institutos, organismos públicos o cambios regulatorios en general, deberían ser acompañados por un anexo que detalle lo que debería ser obvio: el diagnóstico y los objetivos, respaldados por datos. Debemos sistematizar la presentación de los proyectos para que podamos evaluar con claridad por qué son necesarios y por qué son la mejor de las opciones. Obligarnos a los diputados a usar el sentido común. Basta de crear regulaciones que no vienen a solucionar nada o peor, que puedan crear nuevos problemas. Es más común de lo que pensaríamos leer proyectos cuyos fines se contradicen absolutamente con el medio que proponen para lograrlos. Seguro quieras un ejemplo: “Precio mínimo para los medicamentos”. El objetivo es que los medicamentos sean más baratos y para eso voy a regular su precio. De un manual de economía básico se podrían advertir inconvenientes con este proyecto, pero incluso ChatGPT señala a tiro de un click los potenciales efectos adversos: “Sin embargo, también pueden limitar la competencia y dificultar la entrada de medicamentos genéricos al mercado, lo que podría afectar la accesibilidad y el costo de los tratamientos.” Al dejar estas cosas por escrito muchos más van a poder identificar con claridad estas contradicciones. También deberán ser incluidos antecedentes de estas mismas propuestas y experiencia internacional. ¿Ya lo probamos antes? ¿Funcionó? ¿Ya lo hicieron en otro país? ¿Qué podemos aprender? Para proyectos que impacten en el gasto público, hay más justificaciones: costos estimados, fuente de financiamiento y potenciales beneficiarios. Parece una pavada, pero sentarse y esquematizar la información de esta manera obliga a pensar dos veces la necesidad del proyecto de ley y le facilita al resto de los diputados entender la propuesta que se debate. Más aún, serviría también para impedir que en el recinto o en el tratamiento en otra cámara, se termine vaciando de contenido el proyecto original. Llevo medio año como diputada y no presenté ningún proyecto, lo digo sin vergüenza. Este va a ser el primero. ¿Qué hice en estos meses? Lo que prometí en la campaña: trabajar para la normalización económica, la integración al mundo de nuestro país y traer los debates del Siglo XXI a la discusión parlamentaria. Cambiar los incentivos que motivan el trabajo de nuestros legisladores es parte de estas batallas y buscar cambiar la forma en la que se presentan los proyectos es un primer paso. Pero con eso no va a alcanzar. Los argentinos necesitamos soluciones y no siempre vienen en forma de ley. Especialmente hoy, cuando los diputados que son mayoría son los mismos que gobernaron 16 de los últimos 20 años y nos dejaron con más problemas que soluciones. Por eso, en vez de celebrar rankings de proyectos presentados, empecemos a evaluar resultados.

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