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  • Batalla de Apóstoles: las tropas misioneras se cubren de gloria – MisionesOpina

    » Misionesopina

    Fecha: 02/07/2024 23:48

    A fines de 1816 los Pueblos del Paraná habían sido incendiados y derrumbados por los paraguayos y su población adentrada a ese País a la fuerza. En tanto en enero y febrero de 1817, el Comandante lusitano Brigadier Francisco Das Chagas Santos, inició un proceso de saqueo y tierra arrasada a los efectos de eliminar todo asentamiento Misionero en las márgenes del Uruguay. Todo era destrucción, muerte y dolor en Misiones. Nadie mejor que alguien del propio bando invasor para describir la situación: “Cometieronse en aquella ejecución indescriptibles actos de horror; viose un teniente del ejercito brasileño, Luis Mairá, estrangular más de un niño y jactarse de ello; viose la inmoralidad, el robo y el estupro en auge; viose, finalmente, la religión católica ofendida en todas partes” (Memoria histórica del Regimiento de Santa Catarina – Almeida Coelho) Andrés se abocó a recomponer sus fuerzas los primeros meses de 1817 luego del desastre de San Borja, con el objeto de expulsar al invasor que mantuvo diferentes fortificaciones en territorio Misionero. El cuartel general se fijó en Apóstoles, que junto a San José y San Carlos habían logrado evitar la destrucción total. Inmediatamente se repararon armas y se construyeron chuzas, la idea era contraatacar y llevar la guerra a territorio Portugués cuanto antes. Chagas no entendía la mágica recuperación del ejercito Misionero y decidió invadir nuevamente, con la intención de forzar un enfrentamiento de ejercito contra ejercito en campo abierto y eliminar finalmente la armada Misionera. Repasó el vado de San Lucas (cercanías de Azara, donde 2 años más tarde sería atrapado Andrés), con 700 hombres bien armados y entrenados. Pese al frio invernal marchó veloz y mantuvo la sorpresa. El 2 de Julio se formaron de espaldas al sol naciente, en la margen izquierda del arroyo caa mañó, decididos a arrasar el pueblo de Apóstoles. Los Misioneros enarbolaron la bandera encarnada advirtiendo la pelea a muerte sin dar ni pedir misericordia. En ese instante comenzó una gruesa lluvia, y los defensores de Apóstoles embatieron violentamente contra la formación Portuguesa en las afueras del Pueblo. La esperanza de los Misioneros era que el vendaval impida manipular la pólvora de los invasores. Se produjo un intercambio de piedras, flechas y plomo, pero la disciplinada tropa de Chagas dispersó la columna defensora hacia el interior del Pueblo. Ir de frente contra los cañones fue demasiado arrojado, y la cohesión se desmoronó. En su parte de guerra el invasor y asesino Brigadier Das Chagas señaló: “El escuadrón de la izquierda rompió el fuego tomando los costados del cementerio y la huerta. El de la derecha ganó al galope el portón del segundo patio y por el centro atacó nuestra infantería, que luego tomó la bandera encarnada siendo muerto su portador y atacando a los gauchos, huyeron éstos para la plaza y acosados por nuestra fusilería corrieron por el patio del colegio, cuyo portón cerraron guarneciéndose adentro con sus tiradores; así como por las ventanas de la iglesia de donde nos habían iniciado fuego. Al mismo tiempo, los milicianos de la derecha habían forzado el portón del segundo patio debajo del fuego de los gauchos, que precipitadamente corrieron para el primer patio, en que hubo mucho fuego de ambas partes”. Ya habían mandado a buscar a Andrés, quien se concentraba en San José con la caballería. Deberían prepararse y cabalgar 20 kilómetros, para llegar con la montura agotada y entrar en combate inmediatamente. Toda una proeza militar. Mientras tanto los defensores reunidos en la última defensa, tras los muros más gruesos del convento y la Iglesia, frenaban a los invasores que alcanzaban las alturas. Repetidamente trataron de incendiar los techos, pero la lluvia torrencial lo impedía. Cuando los portugueses intentaban disponer los cañones frente a la puerta del convento, desde adentro contraatacaban con furia y los obligaban a retroceder. La situación se tornaba desesperante, pero poco tiempo había para lamentarse, ya que la lucha empeñaba a todo el mundo hombre, mujeres y niños. A las 3 de la tarde llega Andrés, y Chagas envía a José María Gama con 120 soldados de caballería de los Dragones de Río Pardo, a cortarle el paso. En un primer momento parece haber triunfado la caballería Portuguesa sobre los 200 Misioneros, pero instantes después comprendieron que estaban rodeados y estaban metidos en una rápida maniobra de pinzas. Sin dudar, los dragones portugueses se escaparon del campo a todo galope, para refugiarse tras la artillería. Chuzas, balazos, rostros demoníacos y los gritos aterrorizantes de los Misioneros, en busca de venganza, fue demasiado para ellos. Sin detenerse, los Misioneros se dividieron en dos columnas. Una comandada por el Capitán Matías Abucú, oriundo de Apóstoles, quien lucía su uniforme de granadero entregado por el mismísimo General Misionero José de San Martín. Cuando Abucú irrumpió en el interior del Pueblo concentró en él todo el fuego enemigo, pero no pudieron abatirlo. Los defensores vieron la carga desde el interior de los muros y contraatacaron con furia a los soldados trepados a los muros. Varios portugueses trataron de rendirse al quedar aislados, pero fueron masacrados con saña. Los gritos de quienes veían la muerte frente a ellos, desgarraban la cortina de agua que cubría todo. No gastaron pólvora en ellos. Andresito junto a su estado mayor encabezó el ataque frontal a Chagas. En la carga el Comandante General de Misiones, junto a sus Pantaleón Sotelo, el Cura Acevedo, Nicolás Aripí, Nicolás Cristaldo y Francisco Javier Siti se atracaron contra la infantería de Santa Catarina, la mayoría europeos de la armada asaltante. La inusitada violencia del choque obligó al retroceso de los invasores, que huían tratando de recargar sus armas y evitando que una chuza los traspase. El griterío era enloquecedor. Entre la lluvia, el barro y el humo de pronto vieron al asesino Brigadier Francisco Das Chagas y los jinetes extrajeron sus pistolones repasando a lo bruto una barrera de picas que mató a varios Misioneros. Una descarga de plomo golpeó a Chagas en el hombro, y en la confusión de su caída se produjo un repliegue masivo. La caballería Patriota se mantuvo hostigando a los invasores que ahora abandonaban el campo protegidos por tres cañones ágiles. Chagas estuvo a punto de ser tomado prisionero y debió sacrificar un grupo de soldados que frenaron a Andresito en la costa del Uruguay, pagando con sus vidas. La disciplina de tropas fogueadas en Europa frenó que todo termine en desastre total para los invasores. Ya de noche de regreso a Apóstoles, el Pueblo había reunido 84 cadáveres de ambos bandos y muchos heridos propios, de los cuales varios no lograrían sobrevivir por las infecciones. Las luces de las antorchas y el silencio hacían más espectral la pila de muertos mutilados en el piso mojado. Unos meses antes Andrés Artigas había dicho: En ningún tiempo mejor que ahora debemos todos los hijos de la Patria hacer mayor esfuerzo en obsequio de nuestro País, y si así no lo verificaramos, se perdería todo lo ganado. (Andresito al Comandante de Curuzú Cuatiá, 23 de enero de 1817) La Patria de Andresito y del ejército Misionero, no era otra que los territorios y Pueblos Misioneros, de los cuales eran legítimos herederos. Su ideal político idealizaba con construir una Confederación de Estados Soberanos. La batalla de Apóstoles fue un bálsamo en el marco del desgarrador dolor provocado por la matanza de la población, a inicios de 1817. Pronto el Iberá sería el último refugio para los Misioneros, pero aún así diariamente cada centauro se preparaba para llevar la guerra al Brasil y recuperar los territorios y Pueblos perdidos. La Humanidad debe conocer el temerario valor y entrega del Pueblo Misionero, que terminó luchando hasta su último aliento y en el estertor final, mientras la luz de sus ojos se apagaba, las finales imágenes eran las de su sueño de Libertad e Igualdad. ¡Escuchen! ¡Despierten hermanos Misioneros! ¿No son los ecos de las tropas en combate? ¿No es el grito de la carga frente al cañón del invasor? No dejen que se apague ese rumor. Que eternamente los cascos de los caballos del ejército Misionero golpeteen nuestro suelo, como dijo el Comandante Andres Guacurari y Artigas “La muerte será una gloria, el morir libres y no vivir esclavos, que, como héroes, los posteriores cantarán”.

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