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  • “No debí hacer eso”: ¿Cuánto influye la autoridad de otros sobre nuestras decisiones?

    » Infobae

    Fecha: 01/07/2024 05:28

    Podcast No Debí Hacer eso - Sesgo de Autoridad ¿Cuántas veces le hacemos caso a gente que nos perjudica? ¿Cuánto influye la autoridad de otros sobre nuestras decisiones? Como cada lunes, nos encontramos en “No debí hacer eso”, un espacio donde abrimos la cocina de nuestras decisiones para conocer las razones detrás de cada una de ellas, aprender cuáles nos limitan y qué hacer para mejorarlas. Esto es el efecto mensajero o sesgo de autoridad. Se trata de la tendencia a prestar atención o tomar decisiones siguiendo consejos o recomendaciones de otros, aun cuando estos nos hacen ruido. Por ejemplo, vas a una guardia médica, te recibe un doctor con su guardapolvo y todo, te receta algo. Salís de ahí y empezás a tomarlo sin cuestionarte demasiado qué es lo que estás haciendo. Efectivamente, estás confiando en una persona que te transmite toda la autoridad y que tiene el expertise o el conocimiento necesario para ayudarte a tomar una decisión en ese momento. Estás confiando en el mensajero. La relación médico-paciente a menudo está marcada por una confianza incondicional en el conocimiento del profesional. (Imagen Ilustrativa Infobae) Ahora bien, esa misma confianza casi a ciegas, que ponés en un médico, en una médica, en un enfermero, en una enfermera; la ponés en tu jefa o en tu jefe; en un amigo, en un influencer que seguís en redes y, en el mejor de los casos, te convertís en un fashion victim. Un ejemplo de esto ocurre en la facultad, cuando el profesor viene explicando un tema y viene avanzando, dando data clave para el parcial y de golpe detectás un error. Y ahí, en ese momento, entrás en la duda y decís: “Bueno, ¿qué hago? ¿Marco ese error o me callo y lo arrastro hasta el parcial? ¿Por qué me van a prestar atención a mí, que soy un alumno más en esa clase, versus el profesor que es la figura de autoridad en esa aula?”. Estos mismos dilemas se volvieron muy actuales con la cultura de la cancelación. Cuando empezó el #MeToo, figuras que parecían inalcanzables (estrellas de Hollywood, políticos, cantantes) tuvieron que empezar a hacerse responsables de acciones que habían llevado adelante haciendo abuso de su autoridad. Este sesgo surge por una combinación de distintos factores evolutivos, sociales, psicológicos, que hacen que confiemos de manera completamente desproporcionada en figuras de autoridad. Los maestros, como figuras de autoridad en el aula, pueden influir en las decisiones de sus estudiantes. (Imagen ilustrativa Infobae) Desde que somos chicos nos enseñan a respetar y seguir las instrucciones de los adultos, como nuestros padres y maestros. Por lo general, aprendemos que el adulto tiene razón y obedecemos. Pero además, obedecer a la autoridad nos hace sentir seguros, y nos ahorra mucho esfuerzo mental. Imaginate tener que confirmar cada cosa que te dicen en cualquier ámbito. Ir a YouTube o ChatGPT para chequear cada dato sería agotador. Nuestro papel en la sociedad también juega un rol importante. Se trata de la idea de conformar con las normas. Si empezamos a desafiar cada cosa que nos dicen, cada instrucción que nos dan, claramente tendríamos que afrontar otro problema: ser visto de una manera bastante incómoda, porque básicamente nos estarían tildando de una persona que está todo el tiempo desafiando las reglas de comportamiento de ese grupo al cual pertenecemos. También tiene que ver con algo evolutivo: el líder del grupo era el encargado, de alguna manera, de proveer seguridad. Era el responsable de ayudarnos a transitar por amenazas y peligros. Entonces, claramente se fue delegando en esta persona esa responsabilidad. La revelación de historias en el contexto del Me Too mostró que la obediencia a figuras de autoridad puede llevar a la aceptación de situaciones dañinas Todos estos factores se combinan para que terminemos confiando en figuras de autoridad, sin cuestionar demasiado. Hay un experimento que es mundialmente conocido, muy polémico, que se hizo en el año 1961 en la Universidad de Yale, y estuvo a cargo de Stanley Milgram. Este experimento, en el contexto de los crímenes de guerra contra los nazis, trataba de entender: qué hace a los seres humanos obedecer. Durante los juicios, muchos de los condenados decían que obedecieron órdenes. Stanley Milgram quiso entender cuáles son los mecanismos para que una persona obedezca una decisión. Los participantes se acercaban a la universidad y les hacían creer que iba a haber un sorteo, donde había una persona que era asignada como alumno o aprendiz y uno como maestro. ¿Qué iban a hacer? Básicamente, este maestro iba a empezar a decirle a la persona palabras que esta persona iba a tener que repetir. Ante cada error, en una palabra, el maestro iba a infligir sobre el alumno una descarga eléctrica, aumentando esa descarga eléctrica hasta llegar a más de 400 voltios. La evolución ha jugado un papel en nuestra tendencia a obedecer a figuras de autoridad, un mecanismo que antes garantizaba la seguridad. (Imagen ilustrativa Infobae) ¿Qué sucedía? El contexto era todo falso, salvo el maestro, que era la persona que era participante de ese experimento. El alumno era una persona parte de la universidad. El científico que estaba parado al lado del maestro, que le daba las instrucciones de qué palabra decir y que efectivamente continúe, también era parte del experimento. El único engañado era el que tenía que apretar el botón de las descargas eléctricas ante cada error. Lo que se estaba buscando era identificar hasta dónde una persona es capaz de obedecer una orden. En este caso, que claramente le estaba generando daño a la persona que era el supuesto alumno. ¿Qué fue lo sorprendente de este experimento que revolucionó la psicología social? El 65% de los que participaron llegaron al nivel de descarga máxima de voltios. El 65% es escandaloso porque además las personas, los supuestos maestros, veían que la persona estaba sufriendo, y no solamente que sufría, sino que empezaba a gritar para que lo saquen del lugar donde estaba, producto del dolor que le generaban las descargas. La confianza en figuras de autoridad se manifiesta en diversas áreas de nuestra vida, desde seguir prescripciones médicas hasta aceptar órdenes de un jefe sin cuestionar. (Imagen Ilustrativa Infobae) Sin embargo, efectivamente, el 65% continuó. Este experimento fue además muy polémico porque las personas que participaron se vieron muy afectadas al verse a sí mismos capaces de, efectivamente, llevar a cabo esas órdenes. El resultado del experimento de Milgram es sorprendente, pero también muy perturbador, porque significa que las personas, siguiendo a un mensajero que consideran que tiene la autoridad, pueden hacer cosas o tomar decisiones, incluso cuando van en contra de sus propios valores. El sesgo de autoridad o el efecto mensajero básicamente nos dice que podemos tomar una información que es completamente incorrecta o falsa, simplemente porque nos la transmite alguien en el cual confiamos o creemos que tiene la autoridad necesaria para decirnos qué hacer. El sesgo de autoridad nos hace confiar en figuras con aparente expertise, desde médicos hasta influencers, influyendo nuestras decisiones sin cuestionar su veracidad. Como siempre, te dejo tres tips para luchar contra el sesgo del mensajero. Fortalecé la autoconfianza y la autoeficacia: es importante que creas en vos mismo y que te animes a levantar la mano y preguntar. Nadie se debería sentir ofendido porque hagas una pregunta sobre lo que acaba de decir o sobre una orden que acaban de dar. Cuestioná la autoridad: tratá de conocer bien cuál es la trayectoria y la experiencia de esa persona a la cual estás escuchando. En los casos que es posible, descentralizar las decisiones siempre es bueno porque evita que este tipo de errores o situaciones se generen. Verificá por tu cuenta: hoy en día es súper simple meterte en Google o ChatGPT, una pregunta y una respuesta en menos de un segundo. *Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.

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