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  • Conmovedora reflexión sobre la muerte

    » La Prensa

    Fecha: 01/07/2024 00:35

    ‘Entre sombras’. Autor: Michael Cristofer. Traducción y adaptación: Mela Lenoir, Bruno Pedicone. Dirección: Bruno Pedicone. Música original e iluminación: Fran Canela. Escenografía: Iván Salvioli. Vestuario: M. Lenoir. Asistencia de dirección: Carolina Liask, Matías Bravo. Producción ejecutiva: Naty Martins. Actores: José Manuel Espeche, Mela Lenoir, Pablo Mónaco, Isabel Noya, Juan Manuel Barrera, Nicolás Sousa, Caro Babich, Eugenia Correa, Mariano Ulanovsky. Los miércoles a las 20.30 en El Galpón de Guevara (Guevara 326). ‘The Shadow Box’, de Michael Cristofer (Nueva Jersey, 1945), que se acaba de estrenar con el título de ‘Entre sombras’, se presentó por primera vez en Broadway en 1977 con excelentes críticas, recibió un premio Tony a la Mejor obra y el Pulitzer de Drama. Dos años más tarde debutó en nuestro país dirigida por Emilio Alfaro y en 1980 fue llevada al cine bajo la dirección de Paul Newman. Cristofer se inspiró para escribirla en las experiencias personales de dos amigos que estaban muriéndose de cáncer. La estructura dramatúrgica de la obra podría resultar anticuada para los cánones de nuestro tiempo, pero al considerar un estudio honesto y objetivo sobre la muerte, ¿no la convierte ya en un clásico? ‘Entre sombras’ se desarrolla en tres cabañas que están conectadas a un gran hospital -según el texto dramático, aunque en esta versión se genera un inteligente misterio- y que contienen a un paciente terminal cada una. Se supone que se trata de un lugar donde se ejecuta un programa experimental para enfermos moribundos y sus familias. Ni Michael Cristofer ni Bruno Pedicone, el director de esta puesta, especifican la enfermedad que padecen. Uniendo las tres tramas hay entrevistas realizadas por un médico que se sienta a un costado del escenario (Mariano Ulanovsky) e interroga a los pacientes y a sus parientes sobre cómo afrontan la muerte y analiza sus reacciones ante el proceso de morir. Ulanovsky hace un gran trabajo al preparar la escena, con voz siniestra e incisiva, dirigiendo las entrevistas y dando cuerpo a los personajes. DECIR LA VERDAD El primer paciente es Juan (Pablo Mónaco), un padre y marido de mediana edad que debe convencer a su esposa Maggie (Eugenia Correa) de que su enfermedad es terminal. Aún más difícil, ambos deben aceptar esa verdad y contársela a Esteban, su hijo adolescente. La acción se centra en la incapacidad de Maggie para admitir la gravedad de la situación. Mónaco actúa con sus ojos y muestra un retrato relajado pero sombrío de un padre que debe tomar la difícil decisión de hablarle a su hijo (bien interpretado por Nicolás Sousa) sobre la enfermedad que lo doblega. Modula bien la voz, según sus emociones, y describe su dilema con sutileza. A su lado, Eugenia Correa retrata a una mujer desesperada con una actuación eficaz, quizás algo exagerada. Aunque no tanto como la superabundancia de palabrotas en los parlamentos, que hubiesen podido evitarse. El segundo paciente es Gustavo (José M. Espeche), un escritor compulsivo que usa las palabras como espadas para defenderse del creciente terror que está experimentando y llena de proyectos creativos sus últimas semanas de vida. La aparición de Brenda, su atrevida exmujer (Mela Lenoir), lo alegrará y generará un conflicto con Marcos (Juan Manuel Barrera), su celoso cuidador y amante. El papel de Espeche está muy bien logrado, ha aceptado la muerte y vive sus últimos días al máximo. Las escenas con Lenoir tienen un notable alcance emocional, especialmente en los momentos en que pasan de la alegría a la tristeza. Las actuaciones de Brenda y Marcos también están en su punto justo. Lenoir desempeña un papel casi clownesco, aparentemente sin esfuerzo. Sus diálogos con Barrera están bien equilibrados y expresan el dolor y la vulgaridad que uno espera cuando una mujer y el actual amante masculino de su exmarido se chocan. Ambos revelan un buen rango de interpretación en diferentes escenas emocionales y en los conflictos físicos. MADRE E HIJA Por último, las escenas más desgarradoras y muy bien actuadas se dan entre Isabel Noya y Caro Babich, interpretando a una madre moribunda, luchadora, rencorosa y medio demente, que desde su silla de ruedas destila resentimiento (Felicitas), y a su hija paciente pero abatida (Agnes). La capacidad de actuación de Noya da vida a una mujer que anhela reunirse con su otra hija, la preferida e idealizada. Transmite desesperación e impotencia, y toca la fibra sensible de la audiencia. Babich, por su lado, elabora un personaje que lucha contra la culpa y el remordimiento, y lidia, por sobre todo, con la situación de su madre. Agnes y Felicitas, en una espera dolorosa (izq.). Juan, Maggie y Esteban deben enfrentar lo inevitable. (Fotos: F. Romay) La dirección y el diseño de la obra, de Bruno Pedicone, son altamente satisfactorios. La escenografía que separa a las tres historias es sencilla y efectiva, y el entrelazamiento de las historias a través de la conversación y la emoción (especialmente en el final) está muy bien resuelto. Hay un excelente uso del espacio escénico, como las entradas y salidas (algunos de los actores lo hacen a través del pasillo lateral), el planteo de focos durante las entrevistas y conversaciones personales, y el descarte de los anticuados apagones cuando concluyen las escenas. Y hay además un acertado uso neutro de la música, que no resignifica momentos ni de tristeza ni de felicidad. Una puesta dinámica y armónica con un final que deja destellos de amor, esperanza y positividad entrelazados con una convincente actuación. Los personajes resultan atractivos hasta cuando deslizan pensamientos sentimentales y, tal vez como la muerte natural, benéficos y dignos, sin disfrazar con eufemismos otras formas artificiales de morir como la eutanasia. Calificación: Muy buena Alejandro A. Domínguez Benavides

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