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  • Pablo de Santis: «El policial es como la búsqueda del tesoro»

    » Tiempo Argentino

    Fecha: 30/06/2024 19:41

    Un pueblo imaginario de la Patagonia, Bosque Blanco, vacío de turistas porque la ceniza de un volcán cae incesantemente sobre él, y un hombre que aparece muerto al pie de un ciervo de bronce. Con estos elementos Pablo de Santis construye La cabalgata de las valquirias, un policial melancólico y atrapante que enriquece a partir de la escritura las leyes del género para crear un mundo cerrado como los de las esferas de cristal que se cubren de nieve al agitarlas. El encargado de la investigación es el comisario Conrado Nebra, el narrador de la historia, un policía de escritorio que se siente opacado por la fama de su padre, Abel Nebra. “Soy policía, porque mi padre era policía –dice–. Por falta de imaginación, me acomodé al destino prefijado. Cuando estaba en quinto grado mi padre, el comisario Abel Nebra, mató a un cabecilla de asaltantes de bancos, hazaña que lo convirtió en la leyenda de la institución”. Enviado desde la capital a Bosque Blanco, Conrado Nebra, debe sacudirse esa leyenda paterna y enfrentar el desafío que le plantea esa investigación. Su misión es descubrir quién fue el asesino antes de que lo haga el subcomisario Gabriel Valeri que tuvo su momento de gloria en la institución policial en el pasado, pero que sus acciones posteriores hacen que esté por ser expulsado de ella. En el transcurso de la investigación del crimen, De Santis creará personajes que no son meros instrumentos para llegar a la verdad, sino que tienen vida propia, y construirá un pueblo que, aunque ficticio, tiene una existencia verdadera. Pablo De Santis –Si tuviera que definir La cabalgata de las valquirias diría que es un policial poético y melancólico. ¿Compartís esa definición? –Sí. Creo que uno de los temas de la novela es el paso del tiempo y el paisaje con ceniza volcánica refleja un poco eso. –Lográs crear un clima muy particular. Mientras la leía tuve la sensación de que la historia transcurría dentro de esas esferas de vidrio en las que nieva cuando se agitan. Pero no tanto por lo obvio de la nieve, sino porque es un mundo cerrado como el de Bosque Blanco. –Sí, esas esferas son preciosas y creo que se llaman bibelots. Como decís, dan la imagen de un mundo cerrado, con sus propias reglas. En ellas siempre el tema es la nieve y para nosotros la nieve es un poco exótica. En Buenos Aires solo nevó una vez y nunca más. Por eso la nieve siempre tiene algo de extrañeza. –Cuando se escribe un policial, necesariamente hay que saber el final. Sin embargo, creo que llegar a ese final no te impidió ir “inventando” sobre la marcha de la escritura. ¿Cómo la construiste? –Esta es una novela que comencé a escribir hace muchos años después de haber visto la ceniza volcánica, creo que en 2012. Tenía tan claro el argumento que comencé a escribirla de atrás para adelante hasta llegar al primer capítulo. Pero escribía sin un personaje central, sin un narrador omnisciente. Cada personaje era protagonista de un capítulo y la fui armando así. Pero después no me gustó. Entonces la retomé muchos años después con la voz del comisario narrador y ahí cambió todo. La transformé completamente. Cuando encontré esa voz pude armar la novela y me pareció que estaba bien. -Pero creo que la novela desborda la tarea de investigación. Hay diálogos y observaciones que son muy poéticos. –Creo que, como vos decís, uno arma una novela y es esa esfera de cristal, es el mundo de uno y creo que si uno se fija demasiado en el mundo exterior, pierde la brújula de su propia historia. Creo que era consciente de que escribía algo muy literario. Cuando se toma un personaje ajeno a la experiencia de uno, como el comisario que es generacionalmente más joven, es policía o cuando el personaje es mujer, no tiene que establecer algún tipo de lazo con ese personaje. En este caso vino por la educación católica del personaje. Yo también tuve una educación católica. Creo que uno siempre tiene que tener algún puente que lo lleve a identificarse con el narrador o con un personaje central. La novela está pegada a la subjetividad del personaje aunque esté contada en tercera persona. –El comisario narrador protagoniza una especie de rito de iniciación, porque sale por primera vez del escritorio y mata a alguien. –Sí, eso lo puse para que hubiera algún otro elemento que lo separara un poco de los policías que lo rodeaban. –Me resulta difícil imaginar cómo se escribe una novela policial, sobre todo porque el final te condiciona. Sin embargo, vos lográs superar ampliamente ese final establecido. –Cuando uno escribe una novela policial tiene que saber el final. Me refiero a la novela policial de enigma en la que hay que averiguar quién mató a tal persona. Es un poco como el juego de la búsqueda del tesoro. Uno primero esconde el tesoro y luego va en sentido inverso poniendo las pistas. Si uno no sabe que es lo que está escondido, sería muy difícil armar una novela. –¿Es común que sea un policía el que investiga? –En Argentina no es tan común. Hay una famosa historieta, Evaristo, de Francisco Solano López y Carlos Sampayo y se basa en el comisario Evaristo Meneses. Luego hay policías que aparecen en algunos cuentos de Walsh. Cuando uno era joven los policías eran muy temibles, te podían llevar preso tranquilamente. Creo que eso cambió un poco cuando entraron mujeres a la policía. Si bien en algunas zonas de la Argentina la policía sigue siendo bravísima y peligrosa, algo ha cambiado. Foto: Tiempo Argentino –¿Cómo fue apareciendo el resto de los personajes? –Un personaje que en la versión anterior de la novela y que en esta tiene un pequeño papel es la sobrina de la mujer desaparecida. Es la continuación de la señora de la almohada (nota: es alguien que practica la eutanasia asfixiando a los enfermos terminales, uno de los secretos que guarda el pueblo). Luego está Valeri que es el rival. –A pesar de ser como es, termina siendo un personaje querible Valeri. –Sí, tiene sus códigos. Primero resulta antipático y luego simpático. –Lo mismo que el policía que lo cubre y lo salva. Conrado Nebra es un solitario. Está solo en el pueblo y en todas partes. Tuvo que matar a alguien para ser reconocido por su padre y su familia parece ser bastante ajena a él. –Sí la familia está como fuera de foco. Él establece una relación con los personajes del pueblo, incluso con el asesino. –La novela describe muy bien lo que es un pueblo chico, cómo es su biblioteca. Pero vos no naciste en un pueblo. ¿Cómo lograste? –No, nací en Caballito, pero viajé mucho, vi muchos pueblos y estuve en muchas bibliotecas de pueblo. –¿Y conocés mucho el sur patagónico? –No, lo conozco un poco por haber ido de vacaciones o a dar charlas. La primera vez que fui tenía diez años. Recuerdo que había un ruso que había huido de la revolución. Cazaba, pescaba y dormía al aire libre. Fue un personaje que me llamó mucho la atención. Fue la primera vez que tuve conciencia de lo que era la caza. Ahora ha cambiado la visión sobre los animales. Con mi mujer vimos en Madrid una exposición de una fotógrafa fabulosa. Había fotos de toros colgados y ni ella ni yo lo pudimos resistir. Siempre tuvimos una sensibilidad especial frente a los animales domésticos, pero no así con los animales no domésticos. Con el paso de los años yo desarrollé una empatía con los animales que antes no tenía. –El muerto aparece bajo la escultura de un ciervo. En la novela los ciervos son víctimas de la caza. ¿De cuándo data la moda de las esculturas de animales? –En el siglo XIX se pusieron de moda las esculturas de ciervos. Eso es más o menos cierto. Incluso busqué bibliografías de escultores. Es un tipo de escultura canónica francesa de 1800 y pico, antes de las vanguardias –La caza de los ciervos se refiere a la crueldad de la muerte, son también asesinatos. –Hace muchos años trabajé en el guión de una película de Fabián Bielinsky, El aura, que tenía que ver con los ciervos y la cacería y allí volvía a plantearme el tema de la caza con más intensidad. Creo que eso está, de alguna manera, en la novela. Cuando tenía 15 años viajé con mi abuelo y en España fuimos a ver una corrida de toros. Primero pensé que eso estaba todo arreglado, que esos toros no eran tan malos, hasta que vi volar al torero por el aire. Eso me fascinaba. Leía el libro de Hemingway Muerte en la tarde, sobre las corridas de toros. Hoy creo que no podría soportar ver una corrida de toros. –¿De dónde viene tu gusto por el policial? –Me crié en una casa donde había muchas novelas policiales. Mis padres eran médicos, pero les gustaba la literatura. Había novelas de Agatha Christie y del autor de Perry Mason, Erle Stanley Gardner, de Simenon. Estaban en un cuartito que era el cuartito de planchado, de juguetes, de herramientas. Me gustaban mucho las novelas de Perry Mason, pero mi madre me decía que la que era buena era Agatha Christie. Finalmente terminé dándole la razón. No todas mis novelas son policiales, pero siempre aparece algo que tiene que ver con la investigación. Descubrir un secreto siempre me atrajo mucho. El saber médico y el policial –Entiendo que escribir novelas policiales implica cierto saber médico. Supongo que en eso habrá influido el hecho de que tus padres fueran médicos. De hecho, en La cabalgata de las valquirias hay algunas observaciones médicas. –Sí, algunas cosas que a uno le quedan. Mi padre tenía una caja que ahora la tengo yo que tiene una etiqueta que dice “Cosas que no se usan pero no se tiran”. Tenía muchas cajas, pero esa siempre me causó gracia. Creo que así funciona la cabeza de un escritor. Uno a veces registra algo y, a lo mejor, lo usa 15 años después. Creo que esas cosas funcionan mucho mejor que si uno se pone a investigar para una novela, porque el lector se da cuenta de que el escritor acaba de consultarlo en Internet. Entonces trato de evitarlo lo más posible, excepto si tengo que averiguar algo concreto. Prefiero usar la información que ya está en mí y no saturar al lector con datos leídos en Internet. Me parece que queda mejor, que se integra mejor a la novela

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