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  • Cazadores urbanos

    » Cadena3

    Fecha: 30/06/2024 17:05

    María Rosa Beltramo Ocurrió en abril, la información circuló por algunas redes sociales y saltó luego a los grandes medios, pero lo sucedido todavía no tiene sanción. Cuatro porteños, en el límite justo entre la adolescencia y la juventud, salieron con un rifle de aire comprimido a "limpiar" la calle de indigentes. Precavidos, quitaron la patente de un flamante Fiat Cronos para no ser identificados por las cámaras que controlan día y noche la vida en las calles de Buenos Aires, y atravesaron a toda velocidad Echeverría con destino a la avenida Figueroa Alcorta. Cerca de donde planeaban continuar el raid contra los desgraciados que malviven a la intemperie, se cruzaron con un patrullero que les proporcionó el impensado espectáculo de una persecución cinematográfica. Ignoraron el rojo de un semáforo y presionaron el acelerador a fondo, pero al final les dieron alcance. En el baúl, los policías encontraron la patente y pudieron conocer el nombre del propietario del vehículo e identificar a sus cuatro ocupantes. La mayoría de los medios dio la noticia sin revelar los nombres. Fue la ex embajadora Alicia Castro la que, escandalizada por lo sucedido, decidió informar que se trataba de José Jaim Michanie Cuan, Uriel Ittay Cohen Sabban, Iosef Jaim Samra y Natan Mijael Antebi Saca. En un primer momento la Unidad de Flagrancia Norte del Ministerio Público Fiscal porteño fue la encargada de darle entrada a la causa, pero al final el expediente pasó a manos del fiscal contravencional Maximiliano Vence. La carátula por abuso de armas -una figura que no les quitará a los implicados ni una hora de libertad- no alcanza a revelar la profundidad del problema ni permite vislumbrar la tristeza que provoca la existencia de jóvenes capaces de divertirse con un ataque salvaje a la gente que vive en los bordes del tejido social. Lo ocurrido recuerda la trama de “La cena”, la novela del holandés Herman Koch en la que dos primos quinceañeros le prenden fuego a una mujer a la que encuentran durmiendo en el interior de un cajero automático. La temática es inquietante porque no es fruto de la imaginación del autor sino que replica , con pequeñas diferencias, un episodio ocurrido en los '90 en Barcelona, ciudad en la que Koch vivía con su mujer española. El novelista admite que lo que más lo impactó entonces fue que un grupo de adolescentes de clase media acomodada podían ir a parar muchos años a la cárcel por lo que, tal vez, había sido una discusión que salió mal. El libro es un muestrario de su preocupación. Los asesinos quedan desdibujados en un segundo plano y asumen el protagonismo sus padres -dos hermanos con sus respectivas mujeres- que se dan cita en un restaurante lujoso de Amsterdam en el que mientras aguardan la comida hablan de política y de cine, hasta que, por su peso específico, emerge el tema del crimen y de lo que pueden llegar a hacer para encubrirlo. Y nadie se plantea nunca cómo es posible que dos chicos de 15 años bien alimentados, mejor vestidos y supuestamente educados con amor hayan sido capaces de prenderle fuego a un ser humano porque les impedía el acceso al habitáculo del cajero. Y porque olía mal. Los porteños no llegaron a tanto. De hecho usaron un arma del tipo air soft como para que la cacería les permitiera espantar a los indigentes pero sin matarlos. Los agresores pasaron brevemente por una comisaría y esa misma noche pudieron dormir en sus respectivos hogares. La causa sigue abierta porque otros testimonios sumaron tres hechos cometidos el 28 de abril y un cuarto el 29 en la zona de Villa Crespo. Uno se produjo en la calle Freire y terminó con un herido, que realizó la correspondiente denuncia. Los atacantes se movilizaban en un coche distinto al Fiat Cronos del otro incidente. Como en la novela, la preocupación pasa por las eventuales sanciones o si es posible redimirlas con multa o con una probation. Nadie parece percatarse de lo riesgoso que resulta que a un grupo de jóvenes le parezca normal y divertido salir a cazar pobres.

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