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  • Entrevista con el psicoanalista lacaniano Norberto Ferreyra: “Cuando se toma un Rivotril, hay algo que no se dice, que se está callando”

    » Clarin

    Fecha: 29/06/2024 11:22

    Desde las alturas de los ventanales de su departamento se ve una parte fundamental de la ciudad: el río. Mirando esas aguas, el psicoanalista Norberto Ferreyra reconstruye su vida y el diario del psicoanálisis de la Argentina, especialmente en momentos revolucionarios para la terapia que había creado Freud, algunas décadas atrás. Ferreyra, experimentado psicoanalista lacaniano, vuelve a 1974, exactamente al 28 de junio, día en el que se fundó la Escuela Freudiana de la Argentina motorizada por Oscar Masotta, ese intelectual notable, apasionado por varios campos, pero especialmente por el rumbo que trazaba Jacques Lacan en París, el de la refundación del psicoanálisis. Ferreyra fue alumno, amigo y colega de Masotta, integró la comisión directiva de esa escuela y hoy es un referente internacional del campo intelectual lacaniano. Ferreyra y Oscar Masotta fundaron la Escuela Freudiana de Argentina en 1974. “Yo estudiaba con Masotta en los 70, él llegó a tener 400 alumnos. En diciembre de 1974, nos eligió e invitó a un grupo reducido para fundar la Escuela”. En el acta de fundación, entre otros puntos, decía: “Autoformarse: ello significa planear lo instituido en forma de grupos de investigación. Hoy nos formamos, y solo mañana formaremos psicoanalistas. Pero el acto de fundar se apropia del mañana es ‘momento de concluir’”. Al tiempo, él se tuvo que ir porque estaba perseguido por la Triple A. Ferreyra continuó dirigiendo la Escuela con la psicoanalista Anabel Salafia. Cinco años después, hubo una escisión y Masotta continuó el trabajo con ellos dos hasta su muerte en Barcelona, en 1979. A 50 años de la fundación de la Escuela Freudiana, Ferreyra reconstruye esos días iniciales y el rumbo que tomó el psicoanálisis en la Argentina, especialmente el que siguió la huella transformadora de la guía decisiva de Lacan. –¿Cómo fue la tarea de seguir con la Escuela sin Masotta? –Yo empecé a dictar un seminario en los años 79, 80 y fuimos conformando un grupo, empezamos 8 o 10 y de ahí pasamos a más de cien en dos o tres años. Era una enseñanza no académica, no había ninguna dirección sino que yo orientaba la transmisión del psicoanálisis. Algo muy importante: psicoanalista puede ser cualquiera pero no cualquiera puede ser psicoanalista, es una doble restricción sobre la formación del analista que marca la importancia que tiene analizarse. Armamos una comisión directiva y con Salafia continuamos con la Escuela Freudiana Argentina con la enseñanza y la transmisión del análisis. –¿Cuándo conoció a Masotta? –Lo conocí en 1968, 69. Él vivía en un tercer piso, en ambiente grande, y en el quinto tenía su consultorio, que yo a veces compartí. Era un hombre muy gracioso. Una vez fuimos a la cancha a ver un partido con nuestros equipos, él era de San Lorenzo y yo de River. Era muy amigo del poeta Ricardo Zelarayán: nos reuníamos los tres a escuchar jazz en el consultorio, era todo muy divertido. Él decía que le gustaba mucho lo inglés, por eso fue primero a Londres y después a Barcelona porque no cuajaba ahí el estudio del psicoanálisis, le gustaba mucho las novelas de los detectives ingleses. En cuanto a lo personal, cuando odiaba a alguien, odiaba bien, es decir, no lo quería matar, quería discutir. Tuvo varias disputas intelectuales como la pelea con Emilio Rodrígué. Nos transmitió todo lo que sabía de Lacan y de cómo conectaba con Freud. Cuando murió fue un verdadero duelo. –¿Usted fue un freudiano y que se fue convirtiendo en un psicoanalista lacaniano? –Como paciente, yo me analicé con Gérard Pommier, que se analizó con Lacan y murió hace poco, y yo ya venía de otro análisis. Lo que cambió en el análisis, naturalmente, es que ya no escuchás de la misma manera. En la sonoridad de las palabras hay algo que te orienta para poder interpretar y el tiempo de la sesión cambia. No hay Lacan sin Freud, pero también me animo a decir que en la actualidad no hay Freud sin Lacan, la forma de trabajar es muy distinta. Por ejemplo, con el tema de la sesión corta. Muchos han jugado con eso, pero una sesión dura lo que dura, es decir, el tiempo en el que se puede llegar a una conclusión, Lacan ha transmitido que las sesiones no son cronológicas. Que no sea cronológica es muy importante, será el tiempo de que cada uno se hace para hablar. El que habla es el dueño del análisis, el que orienta es el analista. No hay sesiones cortas, se tienen que terminar cuando tienen que terminar, esa es la decisión la orientación del analista. Y si el analista, se ha analizado, se equivoca menos que otros. Gerard Pommier ex alumno y paciente de Lacan. Foto German Garcia Adrasti . –¿Cómo era la vida cotidiana en esos años del consultorio y del psicoanalista en la sociedad? –Durante la dictadura había que pedir permiso para reunirse. Venían a escuchar las clases… Era complicado, ¿cómo se hacía para ir a pedir permiso de reunión cuando íbamos a leer un texto de Lacan titulado: “La subversión del sujeto”? Había que cuidarse con lo que se decía en clase, con temas como sexo y muerte, por ejemplo. Temas que son pilares del psicoanálisis, de lo real. Hoy cada vez más en los discursos en Occidente se impone la idea de “matar al otro”. Se dice hasta públicamente en la política y eso es muy difícil de parar, porque eso incita a algo que tenemos dormido, que según Freud, el hombre es el lobo del hombre. Algo que tomó de Hobbes, eso está siempre despierto. –¿Y la relación entre el analista y el paciente se transformó? La leyenda dice que el analista lacaniano es distante y silencioso… –Hay un estereotipo en eso no, Lacan no hacía eso. Yo he leído relatos de analizantes y no era alguien que estaba mudo, intervenía. Acá, en los 70, había algo de eso, lo del analista que casi no hablaba. El psicoanalista en realidad, lo que no puede hacer es hablar como sujeto, si yo opino sobre algo, aunque no sea sobre mí, estoy hablando como sujeto. El psicoanalista tiene que lograr una posición donde tiene que hacerse un objeto libidinal para el analizante, para que justamente analice su cuestión funcional deseante, si vos intervenís como sujeto, chau. Antes podía pasar que el analista se quedara mudos dos meses y la gente se la aguantaba… Después eso se contaba ya como parodia. Freud intervenía porque hacía su teoría con eso; Lacan intervenía, otros intervenían, acá hubo analistas en silencio, es verdad. El que habla es el otro (el paciente), pero para que hable el otro vos no tenés que hablar como sujeto. De Jacques Lacan se conocieron clases grabadas y compartidas en la Escuela Freudiana de Argentina. –En los años 70 –y posteriormente en los 80– mucha gente conocía el nombre de Lacan, hay una cultura psi... –Lacan entró en la cultura. No me refiero a una revista o al mundo de los libros, sino en la gente misma. A veces en la tele nombraban a Lacan, alguien podía opinar sobre psicoanálisis, porque ya está en nuestra lengua, cualquiera puede autorizarse no está bien ni está mal, sino que está en la cultura. Eso pone al análisis como un discurso muy común, toda la gente usa el vocabulario, si iba a la feria, un tipo hablaba de libido. Hoy también. Mejor que sea así, pero hay resistencias que se van creando. A veces ayuda a que una persona que necesita algo por su sufrimiento le pida a otro hablar. Pero para el análisis hacen falta dos cosas: que uno quiera hacerlo, aunque sea bajo la forma de decir no quiero –la resistencia– y que haya alguien que acepte, es decir, el analista. Y el analista no solo tiene que aceptar que quiere que el otro le hable, sino después ofrecerle la asociación libre, porque ese es el discurso, el modo. No está con un amigo. –¿Qué se oía en el consultorio hace 50 años y que pasa hoy de diferente? –Hoy se habla un poco más libremente del sexo sin que haya mucha resistencia. Lo que sigue generadando resistencia es eso de enterarse que el otro es otro. No se habla de anécdotas sexuales, sino que las personas vienen también por eso, para hablar de sexo. Por otro lado, hay un espíritu violento de la época, las armas, la ciencia todo colabora para eso, pero el psicoanálisis tiene una tarea en ese sentido de poder tratar de amortiguar lo que pasa en cada uno. –¿Estamos hablando de miedos, de pánico? –Sobre todo de no saber qué hacer con el miedo por encontrarte desconcertado, de qué hacer con el otro. Hoy ese encuentro se vuelve más peligroso que antes, en dictadura ya sabías quién era el otro. Ahora me parece que en democracia no es tan fácil saber quién es el otro, qué representa y eso marca a las personas; igual no hay muchas quejas en ese sentido, excepto en lo económica, siempre presente. Ahora se escucha mucho más angustia, miedo porque no se sabe adónde ir. Hoy en el consultorio los pacientes hablan más de sexo que antes, explica Norberto Ferreyra. Foto: Ariel Grinberg –¿Tanto la Escuela como usted, cómo se han llevado con la psiquiatría, hay diálogo? –Hubo y hay lugar. Antes, los grandes psiquiatras tenían todo un discurso y Lacan trabajaba con eso. Hoy no hay mucho discurso. La psiquiatría sirve porque hay cuestiones, que si alguien necesitaba estar medicado porque no aguanta su angustia, su fobia o se padece una psicosis y tiene que estar medicado. Norberto Ferreyra. Foto: Ariel Grinberg –Mucha gente anda con un Rivotril encima. –Lo que me preocupa es que cuando toma eso, se está callando algo. Es posible que si hablara a lo mejor no tomaría Rivotril. Aun en una emergencia, la palabra hace soportar mejor todo si hay alguien que puede escucharlo dentro de lo que uno escucha el otro. Lo que se oculta conscientemente es otra cosa, hay que ver qué es lo que no está pudiendo decir. Ferreyra Básico

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