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  • La vida aventurera del autor de “El Principito”: piloto de avión y héroe de guerra desaparecido en acción

    » Infobae

    Fecha: 29/06/2024 02:34

    Saint-Exupéry vivió poco más de tres años en el país, radicado en Concordia y Buenos Aires, apenas dos bases donde descansaba entre uno y otro viaje por los fríos cielos del sur “Su sorpresa fue extraordinaria: la claridad era tal que lo deslumbraba. Durante unos segundos tuvo que cerrar los ojos. Jamás hubiera creído que las nubes, que la noche, pudiesen deslumbrar. Pero la luna llena y todas las constelaciones las convertían en olas resplandecientes. El avión había ganado de un solo golpe, en el mismo segundo de emerger, una calma que parecía extraordinaria. Ningún oleaje lo zarandeaba. Como barca que pasa el dique, entraba en las aguas abrigadas. Había entrado en una región ignota y escondida del cielo, como la bahía de las islas felices. La tempestad, debajo de sí, formaba otro mundo de tres mil metros de espesor, atravesado por ráfagas, trombas de agua, relámpagos, pero presentaba a los astros un rostro de cristal y de nieve”, escribía Antoine de Saint-Exupéry en “Vuelo Nocturno”, la novela inspirada en sus aventuras como piloto de la Aeroposta Argentina. Corría 1930 y el futuro autor de “El Principito” combinaba allí las tres pasiones que impulsaban su vida: la aviación, la escritura y el dibujo, porque “Vuelo Nocturno” llevaba también las ilustraciones de su puño. Hacía un año que había llegado a la Argentina, enviado por la empresa aérea Aeropostale, de Francia, como director de su filial local y la misión de expandirla por Sudamérica. Pero los escritorios no eran lugares para el inquieto Saint-Exupéry, que no sólo protagonizó el vuelo inaugural de la empresa aeropostal en el país, sino que se reservó un lugar como piloto para surcar los difíciles cielos de la Patagonia. Sabía, además, que estaba haciendo historia, porque en aquellos tiempos el ferrocarril hacia el sur solo llegaba desde Buenos Aires hasta Bahía Blanca, por lo que sus vuelos desde ese punto final hacia el sur acelerarían la llegada del correo. Partía de un pequeño aeropuerto bahiense llamado Harding Green y volaba al principio hasta Comodoro Rivadavia, un recorrido que meses después extendió hasta Río Gallegos. En esas rutas enfrentó y se acostumbró a las turbulencias de los vientos patagónicos y surgió “Vuelo nocturno”, basada en un hecho real sucedido a uno de sus compañeros cuando viajaba de Chile a Paraguay y una tormenta desplazó su pequeño avión desde la cordillera hasta el Atlántico. Saint Exupery y Consuelo Suncin se enamoraron en Buenos Aires En la Argentina también conoció y se casó con Consuelo Suncín, una salvadoreña tan bella como adinerada que se enamoró de ese piloto francés que hacía gala tanto de su talento literario como de su espíritu aventurero. Consuelo fue su cuarta pasión, detrás de volar, escribir y dibujar. Saint-Exupéry vivió poco más de tres años en el país, radicado en Concordia y Buenos Aires, apenas dos bases donde descansaba entre uno y otro viaje por los fríos cielos del sur que surcó como un verdadero pionero. Fue una pequeña escala en su vuelo por una vida marcada por las aventuras que terminó de manera abrupta y misteriosa. Pasión por volar Antoine Marie Jean-Baptiste Roger, conde de Saint-Exupéry, nació el 29 de junio de 1929 en Lyon, Francia. Perdió a su padre cuando tenía solo cuatro años y se crio en el ambiente de una familia aristocrática gobernada por mujeres. De Lyon, la familia se trasladó a Friburgo, en Suiza, donde terminó el bachillerato en 1917 en el colegio marianista Villa Saint-Jean. Se hizo aviador cuando estaba cumpliendo con el servicio militar en Estrasburgo. Corría 1920 y hacía apenas 14 años que los hermanos Orville y Wilber Wright habían puesto en el aire la primera máquina voladora de la historia. Antoine Marie Jean-Baptiste Roger, conde de Saint-Exupéry, nació el 29 de junio de 1929 en Lyon, Francia (AFP) La Primera Guerra Mundial había terminado, así que su entrenamiento como piloto de guerra le sirvió para obtener un empleo como aviador civil en la flota conocida como “La Línea”, que transportaba el correo entre Toulouse, Barcelona, Málaga Tetuán y el Sahara español e incluso a las antiguas colonias francesas que luego se convertirían en Senegal. A fines de 1927, lo destinaron como jefe de escala en Cabo Juby, donde en sus ratos libres comenzó a escribir su primera novela, “l Aviador”, a la que pronto seguiría otra, “Correo del Sur”. Cuando al año siguiente Aeropostale lo envió a Buenos Aires para crear su filial sudamericana y descubrió el encanto de los vuelos patagónicos a bordo de los pequeños y bamboleantes aviones de Aeroposta Argentina, Saint-Exupéry planeaba quedarse mucho tiempo, pero una turbulencia bien terrestre abortó su proyecto en apenas tres años. El crack de la Bolsa neoyorquina de fines de 1929 llevó a pique, entre otras tantas compañías, a Aeropostale, lo que dejó al piloto sin empleo y debió volver con su flamante esposa a París. Periodista, piloto y escritor De regreso en Francia comenzó a ejercer el periodismo y continuó escribiendo literatura. Como corresponsal, hizo una serie de agudos reportajes sobre la Indochina Francesa – la colonia que luego se independizaría como Vietnam – en 1934, sobre Moscú en 1935, y sobre España el año siguiente, donde reflejó el clima previo al inicio de la Guerra Civil. Al mismo tiempo siguió volando, ahora como piloto de pruebas y también intentando récords de vuelo, un objetivo que casi le cuesta la vida. Fue en 1935, cuando volaba con su mecánico y navegador André Prevot en un monomotor con cuatro plazas. Los vientos lo agarraron en el desierto del Sahara, a la altura de Libia: el avión perdió altura y solo utilizando toda su pericia y su sangre fría, Saint-Exupéry logró un aterrizaje forzoso que los salvó de estrellarse contra el suelo. Publicó “Tierra de hombres” en 1939 poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Apenas iniciado el conflicto, se incorporó al Ejército del Aire francés como piloto de reconocimiento aéreo y realizó peligrosas misiones Alrededor del avión averiado había solo arena y vientos. Tenían algo de agua, alguna fruta y no poca audacia. Al cabo de cuatro días se cruzaron con un hombre montado en camello. Para entonces sus caramañolas tenían solo recuerdos. Contó esa experiencia en “Tierra de Hombres”, un texto dedicado a Henri Guillomet, un aviador de Aeroposta Argentina que había vivido una situación muy parecida en plena cordillera de los Andes. Guillomet cubría las rutas chilenas hasta Paraguay y, en una oportunidad, a la altura del volcán Maipo los vientos le jugaron una mala pasada. Logró aterrizar al lado de la laguna del Diamante, del lado argentino, en pleno invierno. Salvó la vida de milagro. Cuando supo que su amigo no había llegado a destino, Saint-Exupéry recorrió varias veces esa ruta aérea del sur argentino a ver si lo encontraba. No lo logró, pero Guillomet, dos días después de esperar abrigado dentro del avión, salió a la intemperie, no sin antes escribir una frase en el fuselaje: “Salí hacia el este, dirección Argentina. Adiós a todos”. Finalmente logró llegar a pie a una población. La guerra y “El Principito” Publicó “Tierra de hombres” en 1939 poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Apenas iniciado el conflicto, se incorporó al Ejército del Aire francés como piloto de reconocimiento aéreo y realizó peligrosas misiones – algunas prácticamente suicidas – durante el avance alemán. Peleó en la fuerza aérea hasta la capitulación y se fue de allí luego del armisticio que puso al mariscal Phillipe Pétain a la cabeza de un estado títere de los invasores. Hacia fines de 1940, el aviador y su esposa se instalaron en Estados Unidos. Consuelo, su mujer, pertenecía a una familia acaudalada y a Antoine no le faltaba dinero, producto de sus aventuras como aviador civil y de los libros que había publicado. En Nueva York, además de participar de campañas para que Estados Unidos entrara en la guerra, escribió en pocos meses otra novela, “Piloto de guerra”, un nuevo texto texto basado en sus propias experiencias de vuelo. Luego de escribir y dibujar El Principito – publicado en 1943 en inglés, pero no en francés-, Saint-Exupéry decidió volver al campo de batalla para liberar a Francia Estaba triste y desmejorado, pero la escritura lo salvó de la depresión. Impulsado por su editor, comenzó a escribir “El Principito”, su obra más famosa. Pese a lo breve del relato, estuvo más de un año con el texto y decidió ilustrarlo él mismo, disconforme con las propuestas que le hacían otros dibujantes. Fue una decisión afortunada: hoy es imposible leer “El Principito” sin ver un sombrero donde el personaje central del relato explica que se trata de una boa que se comió un elefante. La amabilidad del niño protagonista que vive en un pequeño planeta no le impide interpelar a los adultos. Entre las tantas frases poéticas y punzantes que se pueden leer en El Principito hay una en la que el autor – utilizando a su pequeño protagonista - parece tener un diálogo imaginario con Friedrich Nietzsche. “Sólo los niños saben realmente lo que buscan– dijo el principito (al guardavías). Dedican su tiempo a su juguete o a una muñeca que viene a ser lo más importante para ellos. Si se lo quitan, lloran...”, escribe Sanin-Exupery. A Nietzsche se le atribuye una frase en espejo con esa: “La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño”. “Desaparecido en acción Luego de escribir y dibujar El Principito – publicado en 1943 en inglés, pero no en francés-, Saint-Exupéry decidió volver al campo de batalla para liberar a Francia. El curso de la guerra estaba empezando a cambiar: Estados Unidos había enviado tropas a Europa a fines de 1942 y, en pocos meses, junto a franceses e ingleses, hicieron pie en Sicilia entrando por el norte de África en Sicilia. 'El Principito' de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), es uno de los clásicos de la literatura universal (EFE) Con 43 años, el escritor volvió a calzarse el traje de aviador de combate. En el frente occidental, los aliados iban recuperando territorios y Saint-Exupéry se sumó a las fuerzas militares del general Charles De Gaulle. Sin embargo, a criterio de los mandos ya no tenía la edad adecuada para la guerra. Además, tenía el cuerpo achacado por las fracturas de algunos de sus aterrizajes forzosos. Insistió de tal manera que finalmente lo dejaron volver a volar en aviones de reconocimiento. El 31 de abril de 1944 despegó desde la isla de Córcega en un Lightning P-38 y ya no regresó. El avión cayó en el mar Mediterráneo, cerca de la isla de Riou, al lado de Marsella, a menos de 400 kilómetros de su Lyon natal. Así, Saint-Exupéry terminó sus días como “un desaparecido”, después de dar incontables vueltas al mundo pilotando aviones. El expediente, frío, registró que “el piloto no volvió a la base”. Años de búsqueda Durante décadas se especuló con que la desaparición del autor de El Principito podía ser tanto un accidente como el resultado de un derribo. Recién a principios de este siglo se esclarecieron los hechos. Los dibujos originales de Saint Exupéry El joven piloto Horst Rippert, un as de la Luftwaffe, lo vio en el cielo luminoso de aquel día de verano: el Lightning del veterano Saint-Exupéry volaba tres mil metros más alto que el Masserchmidt ME-109 de Rippert. El avión alemán era más rápido, más potente, iba artillado y también iba en misión de reconocimiento. La misión de reconocimiento del francés era sin capacidad de fuego. “Cuando vi la bandera tricolor en sus alas –contó Rippert muchos años después- ascendí”. Lo demás fue la disparidad y la técnica. El piloto alemán se puso por detrás y disparó: “Vi cómo lo alcanzaba y caía derecho al agua”. Unos años antes del testimonio del piloto alemán, un pescador había encontrado entre sus redes una pulsera de plata que llevaba grabado el nombre de Saint-Exupéry. Fue cerca de la pequeña isla de Riou, frente a Marsella. Esa fue la alarma que movió a otros a buscar el avión. Se intensificaron los intentos hasta que un submarino localizó el Lightning en el fondo del mar. La editorial Gallimard hizo la primera tirada de “El Principito” recién en 1946. Con los años, la obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry fue traducida a 250 idiomas y dialectos, incluso hay una versión en lengua qom, el pueblo originario del norte argentino. Es difícil encontrar un texto que vuele más lejos de la violencia como “El Principito” y, sin embargo, fue escrito en un extraño descanso entre dos batallas. En esa breve pausa Saint-Exupéry dejó una obra que encanta a los chicos y hace pensar a los adultos. Porque de esas dos maneras puede leerse: como una lograda fábula infantil o como una profunda metáfora de la condición humana.

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