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  • El lenguaje en suspenso del poeta

    » El litoral Corrientes

    Fecha: 25/06/2024 21:17

    Por Carlos Lezcano Especial para El Litoral A esta primera edición se presentaron un total de 1144 procedentes de distintos países, de los cuales el prejurado, formado por Miguel Rodríguez y Javier Vicedo, escogió diez. El jurado estuvo formado por los poetas Mariano Peyrou, Abraham Gragera y Juan Marqués; el editor Manuel Borrás y el artista plástico y presidente de la Fundación Alvar Haro. Julio C. Torres (Buenos Aires 1968) es licenciado en Psicología y Magíster en Psicoanálisis (Tesis: “Psicoanálisis aplicado a la obra completa de Franz Kafka”) Práctica clínica y docencia universitaria y de posgrado en las materias de Clínica Psicoanalítica e Historia del Arte. Fue finalista del Premio Lucien Freud el 2016 con la obra de teatro No matarás. Lo imagino en su casa junto a su río que pasa. Rio que lleva y trae hojas y ramas, que a veces inunda y otras arrasa, que va y regresa. Lo imagino al lado de su casa, asombrado mirando sus árboles agitados por el viento de la tormenta que se aproxima. Allí está tratando de atrapar el infinito en el instante. Buscado en la bruma una y otra vez, incesante, pero resulta que, como dice Juan L Ortíz, “no hay manos, ni rostros. Es la bruma/ que envuelve dulcemente la casa, los objetos, los visitantes/ reunidos allí. Y es quizás esa luz que se filtra de la pieza de al lado/ Ni signos. Ni voces. Más una esperanza indefinida/ que anuncia un mundo mejor”. Este libro puede considerarse como una isla o un conjunto de islas porque tiene textos de varias épocas. Sí, totalmente, nace como esta conversación que estamos teniendo. Estoy ahora, precisamente, tomándome unos mates, mirando el río, tal vez como mucha gente, que en este momento está haciendo lo mismo en su casa mientras escucha la radio. Respecto a eso que mencionás, efectivamente, supongo que tiene mucho que ver con cómo surge, para mí, el tema de escribir, que no tiene premeditación. A veces me gusta decir que no tengo ideas. Entonces no surge como una exploración dirigida, sino más bien como una “manera de estar” en general, por ejemplo en esta isla en la que me crié. Te cuento que estoy en el río Luján, a la altura del Paraná de las Palmas, en la localidad de Escobar, aquí estamos ya en la desembocadura, en el delta, en el estuario del Río de la Plata. Aquí el río baja y sube, influido por las mareas del mar y por los vientos. Hoy se decía temprano que iba a haber sudestadas, y que iba a crecer, porque claro, se tapona la salida de las aguas y entonces el río retrocede unos kilómetros y eventualmente nos inundamos o no, según cuánto persistan esos fenómenos. Todo esto, tal vez, es un detalle geográfico, pero creo que para cualquiera de nosotros, el lugar donde uno se cría es la primera plataforma donde uno aprende a leer el mundo; y en mi caso, es esta isla y desde aquí, las otras islas. Entonces a partir de eso, creo que todo es así, la escritura a veces baja, a veces sube, pero es difícil tener una dirección. El libro nació así, en la pandemia. Leí el tema del concurso, tenía algunos libros armados, pero me pareció, no sé por qué, que tenía que armarlo de cero. Pero evidentemente, después hay hilos, siempre digo: los significados vienen después. Volví a leer el libro, y le decía a mi esposa: creo que Julio nació en Itatí, en Esquina o en Goya, pero no, naciste en Buenos Aires. El libro es muy cercano a nosotros, a los correntinos ribereños porque la naturaleza está allí, pero además por lo que surge de la experiencia de estar en la naturaleza. Usaría una línea tuya: “estar en el centro de la naturaleza”. No es solamente un mirar la naturaleza o un nombrar, sino “volver a ver sin nominar/ volver a llevarse el mundo a la boca/ un lenguaje en suspenso, inminente/ como un sabor innecesario”. ¿Qué es el lenguaje en suspenso? Eso es un poco lo que quería decir con el poemario en general, a veces estas cosas son simples y uno le empieza a poner palabras, no? y la embarra. En realidad es un concepto que vuelve, y que le vuelve a cualquier escritor, y en particular a cualquier poeta. Es como un reflujo del lenguaje, el río se lo llevó en algún momento, pero siempre lo vuelve a traer, para ser dicho de otra forma. El tercer poema habla sobre la falta, porque alude a la falta del lenguaje y muy sucintamente dice: No nos enseñaron el nombre de los pájaros, ni a reconocer sus cantos. Tal vez hayan sido el primer idioma, tal vez sean la lengua muerta del principio del mundo. El sonido del agua, su hoja en blanco La casa, ahora, está llena de niños dormidos, cuando despierten y pregunten por el sentido de sus sueños y por la cantidad de las mañanas, no tendremos para ellos más que palabras. Bueno, eso responde un poco lo que me preguntabas. Tenemos las palabras, no mucho más. No mucho más. Hay otra cosa que me llamó mucho la atención a lo largo del libro que es la bruma, la niebla. En la tradición guaraní, el tema de la palabra en el guaraní surge de la bruma, una neblina inicial desde la cual surge lentamente, a tientas, la palabra. Que lindo, no sabía esto, pero me parece obviamente más que apropiado. Y de hecho hoy, aquí amaneció absolutamente neblinoso. Estoy a 10 o 12 metros de la orilla y no se veía el río. Ahora recién, se empieza a despejar... el río está casi detenido, los camalotes están casi en suspenso también ...y es otoño. Y en el libro hay un par de textos que tienen que ver justamente con el otoño y con la neblina y uno dice: Y aquí, mientras tanto, un sol de leche inflama la bruma de las islas, que parece elevarlas y esconderlas al mismo tiempo. Y en el centro mismo de ese desvanecimiento, que desde el bote, a lo lejos, parece un vuelo, emergen las telarañas brillantes del otoño que cuelgan en todos los árboles sin hojas, acristaladas por el rocío de la noche, mariposas de agua, mandalas de luz, frágiles colgajos al viento que resisten, sin embargo, pese a todo, a la mañana que toca a las cosas, parece, de una en una, y les avisa con una delicadeza que hace pensar que no anuncia lo inevitable, que hace pensar que les pide su consentimiento, como si el día, aún, pudiera deshacerse. Es maravilloso. Marqué algo que me encantó en este poema: mariposas de agua,/ mandalas de luz/ frágiles colgajos al viento. Le da una levedad al poema. La existencia como paso del tiempo. Pasa y pasa... en el séptimo poema decís: El lenguaje no permite el suspenso que la naturaleza cultiva en el invierno. Sí, sí, el lenguaje. El otro día veía una vieja película de Kim Ki Duk, que se llama “Primavera, verano, otoño, invierno”, obviamente porta toda una simbología budista, como que hay una pequeña casa que flota en el medio de un lago, la casa es una especie de metáfora de la mente y las estaciones remiten a la evolutiva madurativa de esa mente. La casa está ahí en el medio, flotando, y el bote es aquello que la conecta con el mundo exterior. Las palabras son eso, un pequeño botecito que va hasta una orilla y vuelve... y vemos una cosa, volvemos y la nombramos, y eso es lo que tenemos. Otra vez el mismo tema: “porque acaso sean las sombras siempre las mismas, atención paralela que despierta la solicitud de las palabras, hay otros andamios que tienen sostienen presencias que no se revelan”. Hacen falta andamios y sin embargo no se revelan. Sí, por eso te decía que tiene mucho que ver con la concepción en general, porque cuando digo no tengo ideas, es verdad, lo que me aparece a veces son esas 3 o 4 palabras enlazadas, que en general funcionan como una especie de atracción o de organizador de mundos que andan por ahí... esa es la sospecha: que está lleno de mundos de los que alcanzamos a ver casi nada, vemos muy pocos, pero esas palabras enlazadas funcionan como una especie de antena. A veces llegan a sintetizar, y en general las cosas me aparecen así, como si fuera una inmanencia a partir de 4 palabras, y alrededor de eso vienen otras, pero a partir de estos mundos paralelos, de esas existencias que andan por ahí y que son más que lo que vemos. Contemos que los poemas surgen en un ámbito cotidiano, de una casa con elementos, hay una cocina, hay leña, hay olores, ausencias, el río está cerca... sin embargo, no es sólo eso: hay algo innombrado que es lo que me parece que buscás. Que obviamente se escapa todo el tiempo. Otro dice: ¿Qué hay que hacer para ser pájaro?/ se pregunta el ciruelo que hace girar el mundo/. Otra vez tratando de bucear, de preguntar. Hay insistencias, hay indagación sobre la idea de centro y de lo que permanece fuera de ese centro. Por un lado pienso la identidad como una especie de construcción poética, personal, creo que todos estamos construyendo una identidad, pero esa identidad es tan evanescente como estas cosas que estamos conversando y la mejor manera de coagular esa evanescencia es a través de una cierta poética personal. Hay un escritor judío, Osip Mandelstam que dice que la identidad es un discurso poético que elabora sus herramientas mientras avanza, y que es también mientras avanza, que las destruye. Entonces, quiere decir que hay una relación dialéctica entre lo que uno es, y lo que uno deja de ser a cada momento; y eso me conecta con uno de mis escritores favoritos, John Berger, que me gusta mucho, y me parece que alude a esto que vos estás pesquisando ahí. Dice algo así, como que el arte no sirve para explicar lo misterioso, lo que hace el arte es facilitar que nos demos cuenta de lo misterioso, que descubre lo misterioso y que cuando se percibe y se descubre, se hace todavía mas misterioso... o sea, que no lo resuelve, no lo responde a la manera de una ecuación, sino como que lo hace florecer, y ese misterio queda abierto como una invitación. Por eso también me fascina básicamente, más que la escritura, la lectura. En mi caso... para mí escribir, es una manera de leer mejor y estar más interesado en lo que leo... en eso es como un desborde de la lectura el escribir, había un escritor, Isaac Babel, que decía que cuando era chico pensaba que leer era una profesión... y me identifico mucho con eso y entonces, voy a esto de que, en el fondo más allá de que eventualmente uno puede escribir algo, lo que básicamente estamos haciendo es leer la realidad, estamos leyendo la realidad, y leer sí es vivir.... y digo esto porque Camus, otro de mis grandes admirados, decía que escribir, claro está, no es lo mismo que vivir... pero creo que leer sí es lo mismo que vivir. Es impresionante la recurrencia de ciertos temas, al modo de tu admirado Juanele, la recurrencia, el rumiar todo el tiempo algunos temas: “Temprano todavía la bruma no deja ver los fondos, se filtra el sol tocando las primeras cosas, azaroso/ Otra vez el misterio el otro, el río... “Hay unas espumas a veces que trae el río...” y hay algo ahí que no podemos descubrir. Si, creo en eso muy a fondo, porque alguna vez me dicen esto, como si el afán fuera descubrir, y en mi caso una y otra vez digo no. No es descubrir, yo tengo totalmente descartado el tema de descubrir , en mi caso es el asombro, es renovar ese asombro del milagro que de alguna manera nos rodea. Un milagro que no está idealizado en términos de bienes, de que todo es lindo, porque no, nos rodean las cosas horribles también, pero sí, en términos de que nos rodean un montón de cuestiones que podemos estar todo el tiempo reconociendo como un niño azorado... la ventaja de ser adulto sería que uno lo haría ya con la conciencia de que eso que hay ahí afuera no es la normalidad, porque digo, esa es una de las cosas que deberíamos poder ir borrando de a poquito, eso de la normalización del mundo. Pensar que es esto, que las cosas son así, que tienen que funcionar de una determinada manera, sin embargo podrían ser tan de otra forma y tanto peor, digamos que, cuando un poquito funcionan bien, deberíamos poder darnos cuenta asombrados y aprovecharlas mientras duran. “Papá: ¿las cosas le duelen al aire?” ¿Quién lo dijo? Siena Marina, mi hija menor, cuando tenía seis años. Se llama Marina por mi abuela, que es con la que me crié mucho en esta misma isla, y me lo dijo acá a la vuelta una primavera, mientras yo estaba acostado en una hamaca paraguaya, yo estaba leyendo, y ella estaba jugando con Abril, mi hija mayor, y pasa esta criatura y me dice así, como dicen los niños, esa frase, como viven los niños, en una existencia poética, aunque no se den cuenta...va y me tira eso, esa intuición de que todas las cosas están vivas. Todo esto que nos rodea mágicamente animado en la mente del niño, todo puede tener sensibilidad, puede tener vida, puede tener vivencia y naturalmente que, después a veces, nosotros lo perdemos, pero es una pena. Si lo podemos recobrar, me parece que ahí se expanden los mundos. ¿Esto fue un disparador de la escritura? Esto es un disparador de... yo que sé, de la existencia te diría, no armó el libro, ni mucho menos, pero sí me interpela directamente porque obviamente, mis hijas chiquititas, caminando por aquí, como yo caminaba a la misma edad y teniendo sus propios asombros, arman una conexión, una continuidad, como algo que te dice: mirá, sigue siendo por acá digamos, quedátelo. Viste que todas las filosofías y las espiritualidades están llenas de cuentos y cuentitos del hombre que recorre largas distancias, desde Ulises para volver a Ítaca, a todo lo demás, para después terminar encontrando el asunto en el mismo lugar desde donde partió. Bueno, a mí me queda bastante claro que no hay que ir a ningún lado, que las cosas están siempre alrededor de cada uno de nosotros. Acá al lado. Hoy mis hijas tienen 22 y 20 años, porque el tiempo sigue pasando, como las estaciones, como el río, como esta nota que estamos haciendo.

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