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  • Teatro, contradicciones y ultraderechas: Distorsiones en el espejo de Berlín

    » Clarin

    Fecha: 24/06/2024 06:09

    Una noche, en un café de Buenos Aires, nuestro dramaturgo más importante, Mauricio Kartún, le preguntó a Arthur Miller, uno de los más célebres del realismo estadounidense, qué necesitaba para empezar a escribir. El escritor de La muerte de un viajante contestó: una contradicción. "La obra", un espectáculo del director argentino Mariano Pensotti. En escena los artistas: Diego Velázquez, Alejandra Flechner, Susana Pampin, Horacio Acosta, Pablo Seijo y Julián Rodríguez Rona. Foto: Nurith Wagner Strauss Esa idea me acompañó durante los cinco días que estuve en Berlín, invitada por el Goethe-Institute y Fonds Darstellende Künste, dos organismos fundamentales de Alemania para promover la cultura en su país y fuera de él. ¿Qué tenía que hacer ahí? Hablar del teatro argentino, del movimiento independiente y de la fuerza de nuestros artistas en una época de recorte generalizado y vaciamiento cultural. Mi propia presentación era una contradicción: llegaba de la tierra que tiene un teatro reconocido internacionalmente y de una ciudad en la cual las salas teatrales, las cooperativas artísticas y los proyectos de autogestión brotan como no pasa en ningún otro lugar. Pero también venía del mismo país gobernado por un presidente anarcocapitalista, autopercibido el referente de la derecha y la ultraderecha a nivel mundial. ¿Cómo pueden convivir esos dos universos en un mismo territorio? Es un tema que ocupa la mente y el cuerpo de gran parte del colectivo teatral argentino en los últimos seis meses. Antes de las últimas elecciones al Parlamento Europeo, que confirmó un giro a la derecha en toda Europa, las calles de Berlín también eran una contienda de contradicciones: carteles y publicidades de candidatos y marchas en la emblemática Puerta de Brandeburgo, de un lado y del otro, se hablaba y se discutía de políticas que se oponen entre sí. “Tal vez este monumento no les parezca lo suficientemente imponente, pero por aquí han pasado todos. Hay que ver qué se enaltece, qué colores, qué señales, según quiénes gobernaban. Por acá hizo Napoleón su entrada triunfal; también fue un símbolo para los nazis”, dice Sergio, un apasionado guía turístico español. Es sábado y la ciudad está tranquila y ordenada. “En estas calles no verán nada de la vida real de Berlín, porque acá no vive la gente”, dice el guía y entiendo que es como caminar por el microcentro porteño un sábado a las diez de la mañana. Otro edificio imponente: la Universidad de Humboldt, una construcción de estilo barroco fundada en 1753 por el príncipe Enrique de Prusia, hermano del legendario Federico El Grande. Otro turista inquieto se suma a mi interés por la política alemana. “¿Es gratis la educación en Alemania?”, pregunta. Sergio nos cuenta que sí, que en realidad hay que pagar un pequeño bono, con el cual se garantiza el transporte gratuito y que el precio del transporte público es más caro. Sí, la educación es gratuita. “Esta universidad tiene 29 premios Nobel, entre ellos Albert Einstein”, dice nuestro guía pero presiento que en esa plaza, frente a aquel imponente edificio se percibe algo más que el orgullo por aquel nivel de progreso. En la mayoría de los edificios públicos de Berlín hay una parte de reconstrucción: todo lo que tiró abajo la Segunda Guerra y tuvo que ser levantado y remodelado. Y ahí llega el anticipo de la tragedia. En esa misma plaza, Bebelplatz, donde sacamos fotos, observamos esculturas y la primavera ofrece un Berlín amigable, en 1933 se quemaron 20 mil libros, considerados degenerados y opositores al régimen nazi. Fue en una manifestación protegida por la SA e incluyó un discurso de Joseph Goebbels. “Ahí te vas a encontrar el monumento más hermoso que vi en mi vida”, me preparó mi profesor de Historia del Teatro Argentino, el escritor Roberto Perinelli. Y apareció: un pequeño panel de cristal, en el piso, desde el cual se observa una biblioteca blanca subterránea con estantes vacíos para 20.000 volúmenes y una placa, con un epígrafe del poeta Heinrich Heine: “Esto no era más que un preludio; donde queman libros, al final queman personas”. Levanto la cabeza y miro el cielo, imposible no pensar en Las alas del deseo, la maravillosa película de Wim Wenders, de 1987, cuyo título original era mucho mejor: El cielo sobre Berlín y que tenía grandes momentos de introspección de dos ángeles (Bruno Ganz y Otto Sander) que observaban el mundo y la vida de las personas sin poder hacer nada, pero con una gran necesidad de reponer el dolor que veían y llenarlo todo de amor. Como una turista novata y bastante romántica, puedo llegar a creer que en algún momento estuvo y está la intención de volver a llenar de amor y paz una tierra atravesada por la violencia. Encuentro The art of saying many en el teatro Hau de Berlín. Foto: Dorothea Tuch Pero el momento de contemplación se corta y un grupo de unas 40 personas se empieza a congregar y levantar carteles con dos candidatos. No hablo alemán y no termino de entender a qué partido representan. Les miro las caras y me pregunto si serán los referentes del temido AfD (Alternativa para Alemania), cuyo controvertido referente principal, Maximilian Krah, llegó a decir que “no todos los integrantes de las SS eran criminales”, y relativizó los crímenes de lesa humanidad del nazismo. Todavía no habían sucedido las elecciones del 9 de junio para la Unión Europea y el guía de turismo hizo pública su preocupación: “La extrema derecha en Alemania está primera en las encuestas”. Otra vez la contradicción lo atraviesa todo y esta ciudad que se hace cargo de su historia, que exhibe en cada momento las huellas descarnadas de la Segunda Guerra, enfrenta una vez más un discurso de odio que gana popularidad y adeptos. Me dicen que los líderes de este partido se hicieron fuertes en TikTok, que le hablan a un público de jóvenes varones, con consignas como “Sé un hombre de verdad, no seas gay” y “Mira de frente”. "La obra", un espectáculo del director argentino Mariano Pensotti. En escena los artistas: Diego Velázquez, Alejandra Flechner, Susana Pampin, Horacio Acosta, Pablo Seijo y Julián Rodríguez Rona. Foto: Nurith Wagner Strauss

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