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  • Libros y Artes. Leopoldo Lugones y la relación entre intelectuales y el poder

    Concepcion del Uruguay » La Calle

    Fecha: 16/06/2024 12:14

    Muchos autores han escrito sobre Lugones. Repasar su historia es rever la difícil relación entre intelectuales, poder político y sociedad en Argentina, como lo hace Cristina Mucci en su libro. Escrito por Cristina Mucci y editado por Penguin Random House, “Lugones. Los intelectuales y el poder en la Argentina”, es un trabajo notable sobre un personaje tan admirado como repudiado. Precisamente es en homenaje a Leopoldo Lugones (1874-1938) que en la Argentina se celebra cada 13 de junio el Día del escritor, en honor al nacimiento de quien lideró la vanguardia literaria del modernismo de finales del siglo XIX. Ahora, un nuevo libro aborda la vida del célebre escritor que tuvo un final trágico. “Lugones. Los intelectuales y el poder en la Argentina” se centra en la vida y el pensamiento de este escritor, que fue reconocido por sus aportes a la literatura moderna y también repudiado por su adhesión a los autoritarismos. En su vida política, que se inició en el socialismo y pegó varios giros hasta su apoyo en 1930 al primer golpe de Estado del país, buscó incidir y participar en el poder. La biografía del poeta es en este libro el punto de partida para contar la relación entre los intelectuales y la vida política en la historia argentina. Mucci cuenta ese recorrido hasta llegar a los hechos y los protagonistas que conoce de primera mano por su trayectoria como periodista cultural. Lugones, señala Mucci “trabajó siempre desde un lugar singular: el del artista que desarrolla su obra y paralelamente aspira a convertirse en el ideólogo de su tiempo, ocupando un lugar de cercanía al poder.” Cambios de rumbo En su trabajo, Mucci señala que Lugones también asumió el riesgo de sus cambios ideológicos, a tono con las tendencias de la época. En sus comienzos como socialista, fue aclamado en mítines partidarios en la plaza Herrera de Barracas y fundó el periódico La Montaña, junto a José Ingenieros y Roberto Payró. Luego conoció a Julio Argentino Roca y se entusiasmó con el proyecto de la generación del ochenta, con el que colaboró desde distintos cargos. Finalmente, terminó apelando al militarismo y convirtiéndose en el ideólogo de la revolución de 1930, que iniciaría la serie de golpes de Estado que sufrió el país hasta 1983. Sin embargo, el gobierno de José Félix Uriburu jamás lo convocó. Y con la asunción de Agustín P. Justo -quien arrojó sus innumerables proyectos al cesto de papeles- perdió definitivamente la esperanza de asumir el rol para el que se consideraba destinado. Tal vez haya aspirado a un lugar imposible en la Argentina, donde salvo en la época de la organización del Estado, los intelectuales jamás han tenido una verdadera incidencia en el poder real. Camino agotado Según la ensayista María Pía López, “con el suicidio de Lugones se agotó un modo de ser del escritor argentino, aquel que desde los próceres de Mayo aunaba de modo indisoluble la literatura y la política”. Efectivamente, el país cultivó desde sus orígenes elites intelectuales destinadas a la organización del Estado, y aún entre enormes contradicciones, Mariano Moreno, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo y tantos otros soñaron un país. Más adelante, los miembros más relevantes de la generación del 37 no solo sentaron las bases de la República, sino que fueron los autores de las primeras obras clásicas de la literatura argentina: “El matadero” y “La cautiva”, de Esteban Echeverría; “Recuerdos de provincia” y “Facundo”, de Sarmiento; “Amalia”, de José Mármol; “El gigante Amapolas”, de Juan Bautista Alberdi. Se reunían en el Salón Literario de Marcos Sastre, reivindicaban las ideas de la Revolución de Mayo, y se diferenciaban de la tradición española adoptando como doctrina estética el romanticismo francés e inglés. Luego el rol de los escritores se tornaría más modesto y más confuso, acorde a las épocas que les tocaría transitar. Aunque la llamada generación del 80 tuvo una fuerte vocación pública, ya se había conformado la Argentina moderna y habían dejado de confundirse los roles del político y del intelectual. A partir del siglo XX, ya no solo no se repetirían casos como el de Sarmiento: tal como demostró el fracaso de Lugones, los escritores ni siquiera serían escuchados. Y aunque sus intervenciones públicas en muchos casos no fueron felices, lo cierto es que el país se extravió más fácilmente al desdeñar el trabajo intelectual y dejar de concebir la cultura como prioridad.

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