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  • El triunfo de Jano

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    Fecha: 16/06/2024 04:54

    “Paradoja” significa, según el diccionario, un hecho o un enunciado contrario en apariencia a la lógica, y también “empleo de expresiones o frases que encierran una aparente contradicción entre sí”. Ofrece un ejemplo de la segunda acepción: “Mira al avaro, en sus riquezas, pobre”. El refranero está construido con expresiones de este tipo, que son atrayentes y pegadizas, porque desconciertan al sentido común, exponiendo con ingenio las contradicciones de la vida: lo barato sale caro, no hay mal que por bien no venga, mucho ruido y pocas nueces. Lo mismo que la justificación ocurrente, destinada al destinatario de una carta: te escribo muchas páginas porque tengo poco tiempo; o, la más famosa “vísteme despacio que estoy apurado”, atribuida por la costumbre a Napoleón. Evocando el diccionario, podríamos describir al Presidente, luego del éxito obtenido en el Congreso: “Mira al fanático, en su triunfo, negociador”; o, más próximo a nosotros: “Miralo al duro de Milei, ablandándose para sacar una ley”. Su mejor hora, efectivamente, es contradictoria. No puede llamarse pírrico el logro que alcanzó, sino paradójico; tuvo que conciliar con aquello que detesta: los políticos y la rosca. Y acaso no esté mal que fuera así, si se acepta que la política tiene más de impostura que de verdad. Que el fanático se torne sensato, aunque en su fuero íntimo deteste esa cualidad, es una noticia bienvenida: significa la aceptación del principio de realidad, que en democracia supone reconocer los límites del poder propio y los mecanismos institucionales empleados para resolver las controversias. Esto no les gusta a los autoritarios El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad. Hoy más que nunca Suscribite Sostenemos que a este punto se llegó por una suma de contradicciones, y que tal vez lo que siga también deba leerse en esa clave. Para guiarnos recurriremos una vez más al realismo de dos presidentes peronistas que –oh paradoja– estaban enfrentados por la ideología, pero firmemente unidos por el método de gobernar. Hablamos de Néstor Kirchner y Carlos Menem. El primero consagró aquello de “miren lo que hago y no lo que digo”; el riojano sostuvo, para la posteridad: “Estamos mal, pero vamos bien”. El oportunismo de esas frases tiene que ver, entre otras cosas, con el espectro que abarcan. Lo que hago y no lo que digo es para las élites, que temen los excesos; estar mal, pero ir bien es para las masas, que sufren las penurias. Los empresarios aplaudidores de Milei requieren señales de que el anarcocapitalismo es una banalidad que no afectará sus negocios; la gente que lo apoya necesita creer en que existe el oasis al final del desierto. Con estas farsas, mejor o peor construidas, se gobierna aquí y en el mundo. Y no siempre las cosas salen mal. En el caso de Milei, la doblez resulta evidente, para el que la pueda y la quiera ver. Y le está siendo beneficiosa para avanzar. En primer lugar, parece interesante rastrear una diferencia de personalidades que está en el origen del elenco y del estilo del Gobierno: es la que distingue a Milei de sus dos principales funcionarios, el jefe de Gabinete y el Ministro de Economía. Ambos conocen el oficio, están curtidos por años de batallas, experimentaron triunfos y derrotas, son duchos. La hora del trade-off Aprendieron que en la política argentina no se consigue nada sin negociar si uno no es peronista. Son estos –no su hermana, que carece de idoneidad profesional– a los que Milei les delegó los temas más delicados de la gestión. A él, el carisma extracotidiano; a ellos, el fatigoso día a día. El doble estándar no asegura, sin embargo, la consistencia, pero permite mantener la iniciativa. El líder le habla a su grey, conformada por fanáticos agresivos, que copan las redes, y por gente común que odia a las élites y demanda, por ahora, una módica mejora material. Con dosis diarias de presunta corrupción de la casta y con la baja de la inflación, al ciudadano medio le alcanza, por ahora, para seguir aprobando al Gobierno. El resto de las cuestiones públicas no las sabe o no le interesan: se le escapan las inconsistencias de la economía libertaria, no tiene idea de quién es el juez Lijo, tampoco conoce sobre la preservación de privilegios adquiridos o el reparto de nuevas prebendas sectoriales o personales a cambio de favores políticos. La mayoría ignora quién es la senadora patagónica que muere por París. Y lo que es peor, tampoco sabe lo que es la Unesco, sobre todo los jóvenes, a los que la escuela pública les perdonó el analfabetismo. Es de este modo como la libertad avanza. A ese “homo dúplex”, que constituye el Gobierno hoy parece estarle casi todo permitido; aunque eso –otra vez la paradoja– exhiba su debilidad más que su fortaleza. Milei tanto brilla, como mendiga, de lo que saben Francos y Caputo, fatigando antesalas. A esta hora, disfruta del G7, donde los líderes occidentales lo miran más como un extravagante que como la cabeza de un proyecto racional. Milei, el anarcocapitalista, trata con gobiernos que a la vez lo palmean y lo examinan con recelo; a los que en Davos, corazón del capitalismo, llamó socialistas extraviados que llevan el mundo al fracaso. Si esto es equívocamente halagador, a nuestro león le falta un trago amargo: visitar a Xi Jinping, a sus ojos uno de los ogros del comunismo mundial, para arrodillarse agradecido por la renovación del swap, un alivio transitorio a la falta crónica de dólares. No puede, sin embargo, quitársele mérito al Gobierno. Con dos palitos está a punto de que le aprueben la ley Bases y el Paquete Fiscal. Eso sí, se los desguazaron, pero no importa porque, de nuevo, lo ayudaron los contrasentidos: primero, tuvo que acordar con una oposición que no existe como alternativa, pero se mostró eficaz para reformular un proyecto de ley con observaciones mayormente acertadas; segundo, el éxito que se perseguía, antes de ser político o económico, era mediático. Un breve y viral título, apto para X y TikTok, no vaya a ser que las neuronas se fatiguen. La mitología romana cuenta con un dios que puede asimilarse a la duplicidad sensata, que semeja el método de Francos. Se trata de Jano, la deidad con dos caras; una que mira hacia atrás y la otra hacia adelante. “Mis dos caras divisan el pasado y el porvenir”, escribió de él Borges. Milei se parece más a un perturbado que a un dios mediador, aunque como el romano, tal vez le toque presidir una transición. Cerrar una puerta y abrir otra. Según la experiencia, para que eso ocurriera, el método debería ser la construcción de consenso, no una guerra santa. A los que sin perder la esperanza miran la escena con lucidez les cuesta creerlo, más allá de este triunfo a lo Jano.

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