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    Fecha: 16/06/2024 04:54

    Después de casi tres meses fuera de Argentina, el primer lugar que visité al volver fue, previsiblemente, el supermercado. Sabía que la inflación había seguido subiendo pese a la jactancia del Gobierno por la baja en el último tiempo, pero no esperaba que mucho de lo que comemos se hubiese transformado tan rápido en algo tanto o más caro que en Europa. Por más baja que siga la inflación de acá en más (si sucediera), los valores que debemos soportar los argentinos para alimentarnos no tienen ninguna relación coherente con nuestros ingresos. Mirando góndolas con fideos, leche, café o harina a un precio igual o superior al de capitales como Ámsterdam, París o Londres (de las más caras del viejo continente y Gran Bretaña), empecé a entrar en un estado de desolación que alcanzó su clímax trágico al cruzar a una mujer que lagrimeaba frente a las latas de tomate, con sus dos hijos chiquitos de la mano. “Si compro fideos no llego a la salsa”, me dijo al sentirse observada, y no llegué a responder porque se precipitó a descargar la frustración con cosas como: “¿Por qué no se mueren los políticos en vez de la gente buena?”, “Hay que cagarlos a tiros”, “Por mí que revienten todos” y “¿Por qué no corre sangre?”. Del lloriqueo a la necesidad de presenciar un exterminio, en un segundo. Me fui pensando en eso de ver morir, algo hecho en el cine muy bellamente, con muertes icónicas, como la de Belmondo en Sin aliento o Anna Karina en Vivir su vida, Bebán en Juan Moreira, Mishima en la joya jacuza Miedo a morir, Cagney en Los violentos años veinte o Paul Muni en Scarface, la original, dirigida por Howard Hawks (a Pacino, en la remake de De Palma, no lo aguanto, ni tampoco en el resto de sus películas, a excepción de un par), por hablar de mis favoritas. Es obvio que la representación de muerte como motivo estético no es nueva, sino todo lo contrario, está en formatos antiguos como la pintura, el teatro, la literatura y más nuevos como la fotografía o cualquier otro soporte, pero en el cine es generalmente más verosímil por la gracia del movimiento. Cientos de miles de escenas con alguien perdiendo la vida fueron y son parte de su materia prima y géneros enteros como el western, en el que lo seguro es la muerte de uno de los protagonistas al final, confirman una afición, no sé si morbosa o qué, por ver el deceso del otro. Esto no les gusta a los autoritarios El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad. Hoy más que nunca Suscribite El periodismo ha muerto Probablemente muchos de los que nos consideramos cinéfilos podamos hacer un rápido ranking mental de las muertes que más nos han conmovido o gustado sin ninguna culpa, tal sigue siendo el gran valor de la ficción: dejarnos presenciar lo que sea al margen de la ética y la moral. Sin embargo, la muerte verdadera, como sabemos, es otra cosa. Tuve que ver una, la de mi madre, y puedo jurar que no hubo ningún goce estético ahí. Todavía no puedo sacarme de la cabeza lo que se atrevió a decir Milei: “La gente se moriría en la calle”. Además de horrible, me parece inexplicable. No sé si lo dijo porque es tan sádico como muchos aseguran, o porque solo puede ver la realidad como si fuese una película.

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