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  • La historia oculta del aligustre y la aerobiología

    » Diario Cordoba

    Fecha: 16/06/2024 04:49

    Estamos viviendo un final de primavera agradable, con un tiempo que nos ofrece un descanso previo a un verano que se prevé muy cálido. Al mismo tiempo, estamos respirando un aire más limpio de polen causante de alergia, después de una primavera en la que se han alcanzado concentraciones muy elevadas. Precisamente en este momento, el aligustre (‘Ligustrum L’) se encuentra en plena floración. Este pequeño árbol, presente en numerosas calles y paseos de nuestra ciudad, pertenece a la misma familia botánica del olivo (familia ‘Oleaceae’) y sus granos de polen cuentan con el mismo alérgeno responsable de la principal causa de alergias durante esta estación del año. Sin embargo, el aligustre se comporta como una planta entomófila (transporta sus granos de polen a través de insectos), por lo que no necesita liberar grandes cantidades de polen al aire para asegurar su transporte y el proceso de polinización. Sus granos de polen grandes y pesados no suelen formar parte de los aerosoles biológicos a los que nos solemos exponer, provocando problemas de alergia solo en personas sensibles con cercana exposición al árbol. La aerobiología es la ciencia que estudia la presencia de estos aerosoles, es decir, estudia los organismos vivos o partículas biológicas, como el polen o esporas de hongos, que se transportan de forma pasiva a través del aire. Estos aerosoles de origen biológico desempeñan un papel vital en el sistema terrestre, particularmente por las interacciones entre la atmósfera, la biosfera y el clima. Aunque esta ciencia tiene una clara aplicación a distintas disciplinas, por ejemplo, en la agricultura, las ciencias forestales, la climatología, entre otras, su aplicación en salud ha sido históricamente una prioridad. Desde la Edad Antigua se ha venido sospechando que las partículas atmosféricas podrían afectar de alguna forma a los seres vivos. Por ejemplo, Hipócrates (460-377 a.C.) presentó preocupación porque «el hombre puede ser atacado por fiebres epidémicas cuando inhala el aire infectado con poluciones hostiles a la raza humana». Algo más tarde, Tito Lucrecio Caro (98-54 a.C.) destacó en su libro ‘De la naturaleza de las cosas’ que «las motitas que se mueven en un rayo de luz son átomos invisibles al ojo humano», sin llegar a sospechar que podría tratarse de polen o esporas capaces de causar problemas de alergia. Las primeras referencias al papel que pueden jugar algunas plantas en esta enfermedad surgieron al principio de la Edad Moderna con Amato Lusitano (1511-1568) y Van Helmont (1577-1644), quienes atribuyeron al perfume de las rosas la aparición de estornudos en personas sensibles, introduciendo el término «catarro de las rosas». Sin embargo, no fue hasta principios del siglo XIX cuando se llegó a aceptar que el polen de algunas especies de plantas y esporas de hongos eran frecuentemente liberados al aire y transportados por el viento. Bostock (1773-1846) presentó preocupación a la Royal Society of Medicine por el ‘catarrhus aestivus’ (catarro del verano), por tratarse del periodo de floración de la mayoría de las especies de gramíneas en aquellos lugares; Blackley (1820-1900) demostró experimentalmente esta enfermedad en sí mismo, introduciendo el nuevo término de «fiebre del heno». El término «aerobiología» no fue introducido hasta el siglo XX por Meier (1893-1938). En 1964, el Programa Biológico Internacional (IBP) apoyó esta disciplina y la NASA financió la Conferencia sobre Biología Atmosférica. El IBP finalizó oficialmente en 1974, año en el que se fundó la Asociación Internacional de Aerobiología (IAA) en el primer Congreso Internacional de Ecología, celebrado en La Haya en julio de 1974. Desde entonces, grandes avances se han conseguido en esta ciencia, cuyas herramientas de trabajo nos permiten, presentar y llegar a predecir la cantidad y calidad de los aerosoles biológicos suspendidos en el aire que respiramos y que son potencialmente nocivos para muchos seres humanos. *Catedrática de Botánica en la Universidad de Córdoba Suscríbete para seguir leyendo

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