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  • Eduardo Grüner y un horizonte imprevisto

    » Clarin

    Fecha: 16/05/2024 15:59

    Hay un pensamiento adorniano que podría iluminar la lectura de La tentación del desastre: todo lo que acontece en estos tiempos debería contarse bajo el título “Tras el fin del mundo”. No hay duda: toda interrogación por la “deriva natural” de la antropología hacia un cierto tipo de filosofía (apocalíptica) debe enfrentar ese dilema: ahí donde un físico se topa con la divinidad y un teólogo o un matemático con el Infinito, un pensador materialista como Eduardo Grüner convierte a la antropología –a lo que otros han hecho de ella– en el espacio fértil para una nueva reflexión filosófica ante la brutalidad del desastre. Grüner hace suyo el desafío; sabe que una filosofía es política por su manera de tratar con el acontecimiento límite, de acoger en su seno lo Imposible, de correr los puntos de no retorno y empujar el horizonte de lo previsible. Comparte con Sartre y Blanchot la intuición de que lo que interpela al pensamiento es “la naturaleza dentro y fuera del hombre, pero captada por un hombre cabeza abajo”. Su “inquietante objeto” es el de la antropología, pero necesariamente integrado al sistema del que extrae su diferencia: el hombre, pero no el hombre religioso (sólo a medias involucrado en el mundo), sino el hombre concreto, el hombre-naturaleza, el hombre-sociedad, el que alterna pasión y racionalidad, necesidad y contingencia, cálculo egoísta y sacrificios absurdos, el que justifica que su historia pueda ser formalmente razonada pero también contada por un idiota lleno de ruido y de furia. En esa encrucijada, Grüner abraza el “género culpable” (el ensayo) para que la filosofía ocurra como forma: sin el marco mistificado de la institucionalidad, sin las retóricas que convalidan al pensamiento inválido (despojado de la capacidad de abrirse camino en la lengua). Fuera del sayo profesional, hace una filosofía indisociable de su amplia erudición (en arte, literatura, psicoanálisis, etnografía, teología, historia) y de su singular estilo de escritura, basado en el cuestionamiento permanente de lo naturalizado en la letra filosófica, como quien trabaja con herramientas hechas a medida de otros. En el origen está siempre el deseo: la escritura que emerge desde el asombro, el azoramiento, el estupor. Pero, sobre todo, frente al Terror que busca confiscar la vida bajo la égida del pensamiento único. Fiel a su estilo, Eduardo Grüner descubre en la Tragedia, ese otro género culpable (“curioso artefacto que es, al mismo tiempo, género dramático-literario, ritual religioso y debate político”), el nudo clave de su reflexión en torno a “la inquietante extrañeza de lo humano”; eso le permite, con Freud, no perder de vista el carácter activo de esa “fuerza terrorífica que está fuera del control de la conciencia y de la voluntad”, el inconsciente: esa “máquina anónima, productora de chistes y de lapsus, pero también de pesadillas incestuosas y parricidas”. Así, Grüner enlaza una serie de ensayos en que el enigma de lo humano y su disolución están siempre interpelados bajo el signo de la alteridad y lo que en ella se presume: la libertad salvaje, la intuición del final y sus efusiones metafóricas, el lugar incierto de la no-cultura. La serie de “antropólogos-filósofos” que analiza (Freud, Lévi-Strauss, Clastres, De Martino, Leiris, Lewis) aparece siempre tensada por un modelo de interrogación materialista de implacable rigor crítico respecto de las tendencias apocalípticas en que derivan sus desoladoras miradas. Escrito entre la pandemia y el despuntar de una nueva guerra, el libro de Grüner no cae nunca en el halo melancólico y sombrío que alguna vez envolvió al buen Kraus. A lo largo de sus 200 páginas, la perspectiva crítica se sostiene refractaria a todo conformismo, sin ceder un milímetro a la resignación fatalista ni al optimismo insensato. La tentación del desastre, Eduardo Grüner. Red Editorial, 200 págs. $13.000 Mirá también Mirá también Volver a Heidegger, un pensador incómodo

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